Hoy jueves 3 de junio conmemoramos los 83 años del fallecimiento de Tulio Febres Cordero (Mérida, 1860-1918), y su eterna presencia nos recuerda las palabras de otro entrañable merideño, Mariano Picón Salas, quien al referirse a Don Tulio expresó desde la nostalgia, que siempre estará salpicada de dolor:
“Fue el merideño que siempre se quedó, por tantos otros que partimos”. Sí, apreciados lectores, se quedó, pero lo hizo para convertirse en el referente de una época, de un mundo vasto y complejo, como el que le correspondió vivir. Don Tulio, como solemos referirnos a él, se hizo consustancial con su tierra, desentrañó lo más hondo del sentir de su gente, y en ese afán por perpetuar su querencia por Mérida, la hizo universal.
Lo relevante en Don Tulio no es solo su vasta obra, repartida en varios géneros (cuento, novela, ensayo y poesía), ni siquiera su labor como docente e investigador en los ámbitos de la filología, de la etnografía, del derecho y de la tradición, sino el haberse hecho intérprete de su tiempo histórico, para desde esa atalaya erigirse en refundador de una entidad a la que le entregó sus más diversos afanes, hasta convertirse, sin más, en un héroe civil y de la civilidad. Sus valores ciudadanos fueron tan sólidos e inamovibles, que hoy sentimos sus coletazos, para recordarnos que tenemos varias lecciones pendientes como hombres y mujeres de este siglo. Su vida es sin duda un espejo en el que deberíamos vernos reflejados para, desde esa cima, emprender la gran tarea de reconstrucción nacional que urge y que no podemos postergar. Su clarividencia, su amor por el lar nativo y por el país, su patriotismo, su monástica disciplina intelectual y su trabajo sin descanso hasta casi el mismo momento de la muerte, nos deberían llevar a profundas reflexiones y a dar el salto hacia la acción.
Don Tulio vivió en una época dura, signada por la barbarie, por la escasez y por las grandes dificultades materiales, y sin embargo, se erigió por encima de todo esto para enaltecer su gentilicio, para elevarlo a empinadas cimas culturales, para hacer de su ciudad foco de atención de parte de propios y extraños, hasta el punto de convertirse en una figura totémica, indispensable en su devenir, quien supeditó sus intereses personales y familiares en aras del bien colectivo. Gracias a Don Tulio conocemos desde la cercanía y desde el afecto, todas las aristas que constituyeron su mundo de relación y su tiempo, los cuales se han hecho piezas fundantes desde donde podemos otear el futuro para construir el presente, y no perdernos en el camino. No hubo nada que fuera ajeno a la atenta mirada de Don Tulio. Su innata curiosidad, su espíritu investigador, su anhelo de comprensión de lo social y su estilo didáctico y divulgador, lo erigieron en el innato cronista de estas tierras, que supo mezclar estilo e inteligencia para hacer de todo ese material, un magma en el que se conjugan disímiles elementos que hoy son rica cantera de posibilidades académicas y artísticas.
Estos 83 años de la partida de Don Tulio constituyen un punto de inflexión importante, ya que nos recuerdan, en plena crisis nacional y pandémica, que en su personalidad y en su obra hallamos piezas claves para desvelar los tiempos por venir. Su escritura sencilla, sin grandes florituras, es, qué duda cabe, centro de encuentro del hoy y del mañana, porque es el pasado el referente necesario que nos permite atisbar lo que muchos pensadores han denominado como el eterno retorno.
Don Tulio Febres Cordero Troconis nos dejó una vida diáfana y una obra importante, y es el momento ideal para revisitarlas, para escudriñar en sus densos intersticios, para ahondar sin rémora en todo aquello que fue y que sigue siendo. Rescatar su figura no es cuestión de una simple efeméride, o de una obligación histórica y del intelecto; es necesario hacerlo para hallar en ella elementos que nos sirvan de guía en medio de esta larga tormenta, que amenaza con hacerse punto de quiebre de la nación.
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