“Cerrar los ojos es un símbolo de clausura contemplativa. La enorme afluencia de imágenes e informaciones hace imposible cerrar los ojos. Sin la negatividad del cierre se produce una inacabable adición y acumulación de lo igual, una desmesura de positividad, una proliferación adiposa de información y comunicación. En espacios donde hay infinitas posibilidades de conexión no es posible ninguna finalización. La eliminación de las formas de cierre a raíz de la sobreproducción y del exceso de consumo provoca un infarto del sistema.” (Byung-Chul Han,
La desaparición de los rituales)
Los ritos, hábitos, rutinas, ceremonias y protocolos han pasado de moda. Todo aquello que signifique repetición, memorización y orden está devaluado. Lo que tiene relevancia es la innovación. Lo espontáneo, lo auténtico es lo único que se identifica como valioso. Alguna relación debe existir entre la autenticidad y la autonomía, que hace de la identidad algo regenerativo y
totipotencial. Pocos advierten los riesgos de esta dinámica.
Es experiencia de cualquier trabajador de la salud, la necesidad de guías y protocolos. A la hora de tomar decisiones que comprometen la salud o la vida, hacen falta lineamientos claros. No se puede estar arriesgando, ni improvisando. Afortunadamente cada vez son más frecuentes, seguras y consensuadas, las guías para el diagnóstico y tratamiento en todas las especialidades. Lo cual no quiere decir que no existan casos, que requieran de una dosis de espontaneidad. Teniendo en cuenta que la atención clínica siempre se debe personalizar.
En la vida cotidiana y ordinaria se piensa y actúa dando prioridad a lo espontáneo, al identificarlo con lo auténtico. Lo que sucede paradójicamente, es que se termina obteniendo la repetición de muchos iguales. Todos piensan que son genios individuales, desde su oscuro solipsismo. Sin embargo, lo que terminamos presenciando es un
monomorfismo. Incontrolado y poco diferenciado.
Maligno como lo muestra la biología. Al punto de que la
clonalidad aparece como paradigma de nuestra cultura.
Hemos olvidado completamente aquello que mencionaba con frecuencia el sabio Cervigón:
“lo que no es tradición es copia”. La tradición exige repetición y memoria. Ya sabemos que sin memoria no hay identidad. Sin repetición no hay hábitos y tampoco virtud. llegamos a la invariable monotonía de lo igual, y al mismo tiempo extraño. Con el ritmo de una producción desenfrenada. Algo que necesariamente nos lleva a cerrar los ojos, la boca y los oídos. Clausura sin contemplación.
“El narcisismo colectivo elimina el eros y desencanta el mundo. Las reservas eróticas en la cultura se van agotando sin disimulo alguno. Son también aquellas fuerzas que mantienen cohesionada una comunidad y la inspiran para juegos y fiestas. Sin ellas se produce una atomización destructiva de la sociedad. Los rituales y las ceremonias son actos genuinamente humanos que hacen que la vida resulte festiva y mágica. (Byung-Chul Han,
La desaparición de los rituales)
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