Cuando el ciudadano Dumont, primer jurado en el juicio realizado a Francisco de Miranda en Francia, en mayo de 1793, entró a considerar en su audiencia la conducta militar del prisionero acusado de traición en complicidad con el general Dumourier en ocasión a sus acciones durante el sitio de Maestricht, Lieja y la batalla de Neerwinder, en momentos en que la Revolución Francesa de debatía entre los intereses de los grupos, definió las condiciones de los procesos judiciales indicando que:
“Nosotros no tenemos otro juicio que la conciencia, inevitablemente en medio de la borrasca de todas las pasiones; nosotros no debemos contar en nuestras opiniones sino con nosotros mismos; es por ello que importa a la salud de la República que este tribunal no cese una instante de estar rodeado de la confianza de todos los buenos ciudadanos… La Nación ha sido indignamente traicionada; la perfidia de muchos de nuestros generales es constante; el pueblo demanda, con razón, el castigo de los culpables, pero sí los grandes males han extendido las sospechas sobre todas las personas puestas en estado de arresto, estos perjuicios están fuertemente enraizados y yo creo necesario fijar la opinión pública sobre el asunto actual”. Ante tal situación, Dumont se pronunció a favor del general Miranda de la siguiente manera: “… en estas circunstancias en que las simples sospechas exigen precauciones extraordinarias, los eventos que han precedido el arresto de Miranda son de esta naturaleza, pero el pueblo, siempre justo, no puede querer el castigo de los inocentes”.
Por su parte, el ciudadano Fallot destacó su: “convicción intima de que la intriga y la perfidia han conducido a ese tribunal” en contra de Miranda y que sí: “el crimen recibe su justa punición, la inocencia resulta siempre triunfante”. De la misma manera, el ciudadano Chrétien, con valor y determinación, condenó las prácticas persecutorias señaladas: “…en este momento de la revolución en el que frecuentemente la hipocresía toma el lugar de la virtud, y el hombre virtuoso es generalmente observado por los ciudadanos como culpable”.
Pero si algún juicio entre aquellos fue contundente sobre las cualidades republicanas de Miranda, ningún otro como el de Jourdeuil, miembro del Tribunal Revolucionario, al expresar que: “Durante la instrucción de este penoso asunto, yo he reconocido en Miranda, el filósofo más esclarecido, el amigo más sincero de la Revolución, el padre de los soldados, el defensor del oprimido, y yo me he dicho muchas veces: si la República no hubiera tenido general comparables con Miranda, los déspotas no existirían más”.
Al concluir la audiencia, tal y como lo reseñó: “Le Moniteur Universel” del 30-05-1793, el jurado declaró a Francisco de Miranda irreprochable. “El pueblo después de haber aplaudido con emoción la sentencia, ha llevado, por así decirlo, al general en triunfo a la casa de su defensor Chauveau Lagarde, gritando: “Viva la República…, Viva Miranda”.
La revolución se transformó en tiránica y cruel a través de Robespierre, y Miranda, otra vez en Julio de ese año, fue víctima de un insólito acto de injusticia. La revolución traicionó así a sus propios ideales, a los ciudadanos y a la ley.
Finalmente, la historia y la justicia reivindicaron a Miranda, quien según Napoleón Bonaparte: "… es un Quijote pero sin locura", el caballero infatigable de la libertad universal y americana.
Este próximo 28 de marzo se cumplirán 275 años del nacimiento en Caracas del insigne Precursor, uno de los hombres más completos que existió entre los decisivos siglos XVIII y XIX.
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