El pasado perlero de Margarita lo atesoran los Ávila en Porlamar
“Nuestra casa es ahora un gran museo”, dice Flor Ávila Vivas entre réplicas de barcos, escafandras y equipos de buceo utilizados por la familia en el rastreo de los ostrales de Cubagua
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“Desde que los japoneses comenzaron a inundar el mercado con sus muchas y bellísimas perlas cultivadas, las auténticas perlas margariteñas, tan famosas en el mundo, dejaron de ser un negocio. Mi casa es ahora un gran museo, es lo que nos queda de lo que fue una época de esplendor”, expresa Flor Ávila Vivas, orgullosa del pasado perlero de su familia, en otra época una de las más emprendedoras y poderosas de nuestra Isla de Margarita.



Por más de medio siglo y hasta que los ostrales de Cubagua, famosos desde el coloniaje español, dejaron de ser productivos, la familia Ávila, de Porlamar, tuvo un fuerte liderazgo en el mercado de las perlas en todo el Caribe. La modernización de la flota perlera de Cubagua se inició con ellos en los años 20 del siglo pasado. 



Para esa época, el sueco E. Linné y el japonés Kokichi Mikimoto, los primeros cultivadores de perlas en el mundo, eran unos perfectos desconocidos. Mikimoto comenzó a cultivar perlas en el lejano 1893. Solo los muy expertos conocen la diferencia entre una perla natural y una perla cultivada. Hoy los cultivos en Japón, islas Polinesias del Pacífico y Australia, alcanzan la connotación de lo espectacular. Las perlas negras del Pacífico tienen una gran demanda mundial. Cuando murió a mediados del siglo XX, Mikimoto estaba muy lejos de ser un gran acaudalado. Sus perlas hoy gozan de gran fama. Hasta en Margarita se pueden conseguir perlas cultivadas, ofertadas por vendedores ambulantes en las playas de Guaraguao en Porlamar.

Es admirable recordar que en la casa de los hermanos Rafael y Juan José Ávila, las perlas de Cubagua se acumulaban por sacos. Bastaba entrar a la sala principal para ver aquellas talegas hasta el tope. En esos tiempos fue frecuente ver en Porlamar a poderosos joyeros que llegaban por esas perlas desde los más distantes países. Del Caribe fueron especialmente notorios los de Trinidad y Curazao. Obviamente nunca faltaban los orfebres de Caracas. “Lucir un collar de perlas margariteñas fue, y aún lo es, signo de gran elegancia. Tenemos muy lindos testimonios. La realeza europea y muchas celebridades artísticas mundiales y de nuestro país se desvivían por la belleza de las perlas de nuestra Isla”, cuenta la más joven descendiente de Juan José Ávila.



No sorprende, por tanto, una carta de la Reina Sofía de España, entre los documentos que se exhiben en toda la casa como símbolo de lo que fue toda una época. Entre corredores y cuartos, auténticas reliquias salen al encuentro de los visitantes. La devoción por la Virgen del Valle resalta con numerosas imágenes. La corona y vestidos de la patrona siempre lucieron lindas perlas, seleccionadas por los Ávila. Las reliquias perleras que atesora esta familia incluyen equipos de buceo, barcos en miniatura, instrumentos para el desconchado de las ostras, pesos, cofres, etc. Los armarios de esa casa, en la esquina del boulevard Gómez con Zamora, en Porlamar, están repletos de objetos de gran valor para la historia de la pesca de perlas en Cubagua. Si esa casa no es un museo de las perlas de Margarita, no hay otra manera de describirla.

Durante la Cumbre Iberoamericana, en 1997, la soberana española dedicó gran parte de una tarde a ver y comprar perlas de Margarita como recuerdo de su visita con el Rey Juan Carlos. “Flor Chalbaud de Pérez Jiménez y Menca de Leoni están entre las primeras damas de nuestro país que admiraron y compraron perlas en nuestra Isla. Las esposas de los ministros nunca faltaban en cada visita oficial”, cuenta Flor Ávila.

En algunos de los momentos en que logró estar sobria y fuera de cámara, durante el tiempo que participó en la filmación de una película, Geraldine Hemingwey, nieta del famoso novelista Ernest Hemingwey, estuvo por allí en busca de perlas.

Los emprendedores hermanos Ávila

Cabe decir que el comercio de las perlas, muy lucrativo en Margarita desde los lejanos tiempos de la colonia, nunca fue para los muy emprendedores hermanos Ávila, el único de sus negocios. Ellos fueron propietarios de una de las más célebres flotas de barcos de la región. La balandra Telemina, una de sus grandes embarcaciones, fue el principal medio de transporte que tuvieron los margariteños en el éxodo, en busca de trabajo, hasta Maracaibo, en los inicios de la explotación petrolera. Sus casas de comercio en Porlamar surtían para toda la isla los más diversos productos –desde artículos de ferretería, maderas y víveres, hasta neveras, muebles, bicicletas y repuestos– y para sus negocios fuera de la Isla (especialmente con Puerto España, Trinidad) exportaron por largo tiempo, las maracas de dividive, producto utilizado en talabartería para el teñido de cueros. En algunas épocas, los barcos de los Ávila zarpaban desde Pampatar hasta con dos cargamentos semanales de dividide. Esto da una idea de la magnitud adquirida por tal negocio con un producto que ahora se pierde, sin mercado, en los patios y montes de la isla de Margarita. 




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