Quizás una relación fortuita y efímera del novel reportero Ramón J. Velásquez con Diógenes Escalante, le permitió al mismo ser testigo privilegiado de un hecho que cambió la historia de la segunda mitad del siglo XX venezolano
El Drama de Diógenes Escalante
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Por Rafael Simón Jiménez

Enjundioso historiador y honorable hombre público, cuya larga hoja de servicios al país culminaron con la Presidencia Provisional de la República en dramáticos momentos, Ramón J. Velásquez tiene un lugar muy bien ganado en el reconocimiento colectivo de los venezolanos y en nuestra historia contemporánea. Investigador acucioso, cronista, periodista y abogado, la extensa obra histórica de Velásquez ha recreado con prosa exquisita procesos históricos trascendentales como la “caída del liberalismo amarillo”, o personajes de tanta significación en nuestro devenir como Juan Vicente Gómez, paisano de Velásquez y el más longevo de nuestros dictadores, con quien el ilustre historiador se atrevió a sostener sus “conversaciones imaginarias”. Pero quizás sea una relación fortuita y efímera del novel reportero Velásquez con Diógenes Escalante, la que le permitió al mismo ser testigo privilegiado de un hecho que cambió la historia de la segunda mitad del siglo XX venezolano.

En medio de una profunda crisis política que permitía presagiar fatales acontecimientos, apareció, como una suerte de “milagro salvador”, la candidatura a la Presidencia de la República de Diógenes Escalante, embajador de Venezuela en Washington, diplomático de dilatada trayectoria, ex ministro del Interior y de la Secretaria de la Presidencia en los días difíciles que siguieron a la muerte de Gómez, y donde el país en medio de serias confrontaciones buscaba enrumbar una transición hacia la democracia. En enero de 1945 el panorama político del país presentaba un cuadro complejo y difícil, con actores e intereses contrapuestos que amenazaban con tranzarse en una disputa que podía derivar hacia escenarios trágicos. El Presidente de la República general Isaías Medina Angarita, y su antecesor el general en jefe Eleazar López Contreras, habían pasado de una relación amistosa y estrecha de muchos años, hacia una pugna, primero soterrada y luego pública que había dividido las fuerzas del Andinismo, cuya hegemonía en el poder se remontaba a la invasión capitaneada por Cipriano Castro en 1899, y que comprometía seriamente su continuidad en el poder, escindiendo sus factores civiles y militares de sustentación. 

El cuadro de tensiones y amenazas, se completaba en el campo civil, con el partido Acción Democrática, que bajo la conducción de su líder Rómulo Betancourt había hecho consecuente oposición al gobierno de Medina Angarita, apareciendo como una fuerza renovadora, modernizadora, expresión de las corrientes avanzadas y progresistas que emergían en la sociedad venezolana, y cuyo planteamiento fundamental orbitaba en torno al derecho de los venezolanos a elegir mediante el voto universal, directo y secreto a sus gobernantes, incluyendo al mandatario que debía sustituir al general Medina Angarita. El ejército, institución fundamental de estabilidad y gobernabilidad, se encontraba, sin que sus jefes tradicionales, incluyendo los generales Medina y López Contreras, lo supieran, socavado en su disciplina y lealtad al régimen, al experimentar en sus filas una cada vez más profunda y numerosa conspiración, motivada por sus cuadros jóvenes, oficiales egresados de la Academia Militar que se oponían al manejo de los viejos oficiales “chopo e’ piedra”, privilegiados dentro de la institución y quienes reivindicaban mejoras profesionales y sociales desatendidas por las gestiones de Medina Angarita y López Contreras.

Lo que auguraba un choque de trenes frente a las aspiraciones del general López por volver al poder en oposición al gobierno medinista, la negativa del primer mandatario a propiciar una reforma constitucional que permitiera la elección popular de su sucesor, la embestida acción democratista exigiendo sufragio universal, y una conspiración que día a día ganaba más adhesiones al interior de los hombres de uniforme, de pronto pareció disiparse al anunciarse la candidatura de Diógenes Escalante, que en medio de aquel panorama de dinámicas impredecibles, aparecía como factor de entendimiento y consenso entre los sectores en pugnas. La llamada “formula Escalante”, anunciada por el presidente Medina Angarita, neutralizaba las aspiraciones del general López Contreras, pues la vieja amistad y el paisanaje entre ambos, incluso el hecho de haber sido Escalante el preferido del viejo general en 1940 para la Presidencia, impedía, aun a regañadientes, que las aspiraciones de López pudieran justificarse, y aparecer como elemento de división dentro de las filas andinas, que ahora encontraban una figura que los compactara. Acción Democrática, el más fuerte grupo político opositor a Medina, había sellado con el Dr. Escalante un acuerdo de respaldo a sus aspiraciones, cuando Rómulo Betancourt y Raúl Leoni, fueron hasta Washington para condicionar su apoyo a las reformas que el nuevo gobernante se comprometía a realizar, y de paso cumplieron labores de disuasión y apaciguamiento entre los militares conspiradores, con quienes ya habían establecido acuerdos y a quienes convencieron de respaldar la evolución civil a la crisis.

Bajo el signo de la tranquilidad y la distención que el país había recobrado, frente al anuncio de una candidatura de consenso, el 17 de agosto de 1945 arribo al país Diógenes Escalante, miles de personas se hicieron presentes en su recibimiento en el aeropuerto de Maiquetía, y una caravana de más de tres mil automóviles, lo acompañó hasta la capital. No había dudas, Escalante seria aclamado por el Congreso como próximo Presidente de Venezuela, y reunía en torno a su nombre las expectativas y esperanzas del conjunto de los venezolanos. En una tan extensa como grata comunicación que me hiciera llegar el muy apreciado Dr. Ramón J. Velásquez, cuya amistad heredada de mi padre, su compañero desde las aulas del liceo Caracas, me honra, a propósito de la edición de mi libro “Choque de generales, la ruptura que liquidó la hegemonía andina” refiere las circunstancias bajo las cuales tuvo la oportunidad de ser testigo de excepción del drama que cambió la historia Venezolana de la segunda mitad del siglo XX, lo que le confiere a su descripción de los hechos especial significación.

Comienza el distinguido historiador reseñando las circunstancias que lo llevaron a desempeñarse como redactor político del diario “Últimas Noticias”. En 1944, terminada ya mi carrera universitaria, quise tomar parte en las tareas del periodismo político y hablé con Francisco José Delgado y Juan Bautista Fuenmayor, directores del tabloide “Últimas Noticias”. Me aceptaron y me asignaron como tarea principal las informaciones políticas, que desde la fundación de “Ultimas Noticias” y “El Nacional” adoptaron todos los diarios caraqueños. El ex presidente Velásquez se acerca en su relato a la situación política existente y a la decisión gubernamental de respaldar la opción presidencial de Diógenes Escalante, veamos: “… Supe en 1944, cuando estos acontecimientos ocurrían, que el presidente Medina había enviado a Washington a su hermano, el doctor Julio Medina Angarita, consultor jurídico entonces de la Presidencia de la República para que le preguntara al doctor Escalante si estaba dispuesto a ser candidato Presidencial del Partido Democrático de Venezuela y que el doctor Escalante le pidió un plazo para pensarlo, pues tenía que hacer algunas consultas sobre su salud. La noticia de esa entrevista llegó a mi conocimiento en una conversación familiar, en casa de la hermana de Diógenes Escalante, la señorita Lola Escalante, persona muy culta e interesada en la vida política de su hermano”.

En la continuación de su evocación sobre aquellos difíciles días de finales de 1944 y comienzos de 1945, el Dr. Velásquez refiere: “… A medida que avanzaba el año y se acercaba el final del periodo del general Isaías Medina Angarita, los acontecimientos aceleraban su presencia y más de una persona interesada en estos acontecimientos relacionaba el viaje de Rómulo Betancourt, Raúl Leoni y Antonio Bertorelli a Washington para ofrecerle el lanzamiento de su candidatura a Escalante, vino después el tiempo agitado que corrió con la llegada de 1945. Se dijo que ante la oferta de Betancourt, Escalante había aceptado postular su candidatura y en la llegada al aeropuerto de Maiquetía, Escalante pudo ver unas tres mil personas que le presentaron su saludo”.

Las circunstancias en las cuales nuestro ilustre historiador entró en contacto con el candidato presidencial y seguro nuevo jefe de Estado para el periodo 1946-1951, las explica: “… Escalante fue conducido a la suite presidencial del Hotel Ávila, que se convirtió, el hotel, en lugar frecuentado por la clientela política. El director de “Últimas Noticias”, Kotepa Delgado, me pidió que entrevistara al doctor Escalante. Logré la entrevista donde como siempre elegantemente vestido, con un correcto manejo del idioma me dio algunas declaraciones, pero yo no me conformé con esto y fui a la casa de los Escalante a pedirle a la hermana del candidato, Lola Escalante, que me suministrara más datos sobre la actividad que en ese momento cumplía su hermano en el mundo diplomático, pues por una parte en los últimos años de la Liga de las Naciones fue tomado muy en cuenta y también lo fue entre los fundadores de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) y ahora era nuestro embajador en Washington”.

La entrevista al candidato Diógenes Escalante, condimentada con toda la información recaudada por el joven periodista Velásquez, fue destacada como tubazo en “Últimas Noticias“, lo que tendría para el redactor inesperadas consecuencias que el mismo señala: “… Lola Escalante era una persona que sabía manejar cartas y archivos y tenía todas las intervenciones que su hermano había tenido en la vida internacional y en representación de Venezuela, en archivos traducidos. De allí tome gran número de frases que habían sido pronunciadas en jornadas de la fundación de la ONU, en San Francisco y Rio de Janeiro. Dos días más tarde de la publicación de la entrevista, me dijo Oscar Yánez, que ya era persona muy apreciada en la redacción del periódico, que me solicitaba el doctor Pastor Oropeza, el eminente pediatra, presidente del PDV, Partido Democrático de Venezuela. Ante esta inesperada visita, le dije a Yánez, que pase y vi cerca de mi máquina de trabajo la figura del caroreño ilustre. Fue categórico, me dijo que la entrevista era fundamental, pues hasta el presente Escalante no había querido hablar y me pidió autorización para publicarla en hojas sueltas y difundirlas en todo el país. Los directores del periódico estuvieron de acuerdo, pero dijeron que al final se dijera “tomado de “Últimas Noticias”.

El propio candidato se muestra complacido por la manera como el joven reportero ha organizado sus ideas y propuestas en la entrevista publicada, y propicia un encuentro con Velásquez a través de su cuñado Ángel Álamo Ibarra, donde luego de las salutaciones de rigor y de comentarle las vicisitudes que habían marcado los inicios de su carrera en el servicio exterior en tiempos de Cipriano Castro, pasó a interpelar a su paisano periodista: “… Me preguntó el doctor Escalante a qué hora iniciaba mi trabajo diario. Y le dije que a las ocho y media de la mañana todos los días. Y entonces me dijo: “usted conserva los hábitos andinos de levantarse temprano”, le contesté que sí. Y entonces me respondió: “por qué no trabaja conmigo, desde las seis y treinta de la mañana hasta las ocho y yo lo envió en automóvil a su trabajo”. Acepté la oferta, para mí muy interesante y que apenas duraría algo más de un mes, pues vino la crisis cerebral del doctor, muy conocida”.

Y luego acercándose al desenlace del drama que conmovería a Venezuela y abriría las espitas para un cambio fundamental en la vida política del país, el Dr. Velásquez narra: “… En los días en que concurría a mi nuevo trabajo, lo encontraba siempre elegantemente vestido y su conversación y reflexiones no mostraban ninguna alteración, excepto en la última semana, cuando después de estar hablando con una persona, durante largo tiempo y despedirlo cordialmente en la puerta de su apartamento me dijo: “con quién estaba hablando yo”. Y le respondí con el doctor Pedro Guzmán. Y entonces me contestó: “Ese es un joven abogado zuliano, que sabe mucho de petróleo, si llego a la Presidencia utilizaré sus servicios, porque es útil, sabe su materia”.

El distinguido hombre público, ocupando en aquellos esperanzadores días, la posición privilegiada de secretario privado del candidato de consenso a la Presidencia de la Republica Dr. Diógenes Escalante, fue observador de primera mano de los acontecimientos que determinaron su colapso mental e inhabilitación para tan alto destino y cuenta: “… Pocos días después, al llegar una mañana a su oficina, abrió la puerta de la misma el propio doctor Escalante. Estaba como siempre correctamente vestido, tenía en sus manos el periódico. Pocos instantes más tarde, sonó el teléfono, lo atendí y una voz me dijo: “Soy el coronel Valera, del cuerpo de edecanes. El señor Presidente, está esperando al doctor Escalante para el desayuno acordado y ya están todos los invitados”. Pedí un momento para acercarme al sitio donde estaba Escalante, y le repetí el mensaje, me dijo “no puedo ir, pues me robaron las camisas, ese fue mi cuñado, y yo le respondí que había visto en una mesa de su dormitorio, numerosas camisas y él me respondió que esas camisas eran de Ángel Álamo. Me acerqué de nuevo al teléfono para decirle al edecán, lo que el doctor Escalante decía, y me respondió “No puedo creer lo que dice usted”. Y a mi turno, le dije, eso dice el doctor Escalante. El edecán muy alarmado, debió llamar al Presidente Medina que se acercó al teléfono y se identificó para hablar, y me dijo: “Quiénes más están ahí”. Le respondí únicamente Escalante y yo. Me dijo entonces: “No deje entrar a mas nadie, que en diez minutos le llega mi gente”. Hablaba desde Miraflores.

El asombro y la sorpresa, cunden en el círculo presidencial, y como lo relata Ramón Velásquez: “…Efectivamente llegó un grupo a la suite presidencial, presidido por don Pedro Sotillo, secretario desde pocos días antes de la Presidencia de la República y formado por el Consultor Jurídico de la Presidencia , Doctor Carrillo y un grupo de militares, entre los cuales estaba uno que se identificó como jefe de la inteligencia militar y me dijo: “El Presidente desea hablar con usted, el automóvil que está abajo lo va a llevar a Miraflores. Fui a Miraflores, de inmediato me atendió el Presidente, quien me dijo después de algunos datos que le di “El doctor Escalante tenía que estar muy confundido viendo cosas como las que estaban sucediendo que su compañero de infancia y de colegio, el General Eleazar López Contreras, y a quien el propio López quiso lanzar como candidato a la Presidencia, fuera ahora su adversario en esta lucha. Yo le voy a mandar a uno de mis médicos, al doctor Rafael González Rincones, que estudió y se graduó en París, para que lo vea, ellos son muy amigos”.

La situación del Dr. Diógenes Escalante pronto trasciende y conmueve a la opinión pública, dándose inicio al epilogo de un drama de insospechadas consecuencias para la historia venezolana. El ex presidente Velásquez, ahora como cronista de los hechos refiere: “… En la tarde de ese día se presentó en Miraflores el presidente de Acción Democrática, Don Rómulo Gallegos, reclamando que a Escalante lo tenía escondido el gobierno. El presidente Medina, lo invitó a su despacho y de allí salió la convocatoria de una reunión de siquiatras, tres por la oposición, tres por el gobierno, presididos por un médico de mucho prestigio, que no era siquiatra, el doctor Enrique Tejera”. Y de seguidas agrega: “… Desde las primeras horas de la tarde se reunieron en la casa de Ángel Álamo Ibarra, en Campo Alegre, los médicos en el dormitorio, hablaron como dos horas con el doctor Escalante. En los corredores de la casa estaban reunidos en un grupo Rómulo Betancourt, Raúl Leoni, Alfredo Bertorelli, Gonzalo Barrios, en otro extremo los doctores Pastor Oropeza, Leopoldo García, Víctor Manuel Rivas y otros miembros del partido de gobierno o PDV. Había otro grupo encabezado por Jóvito Villalba, Manuel López Rivas y Domínguez Chacin y un cuarto grupo integrado entre otros por Miguel Moreno, Ricardo González, Antonio Arellano Moreno y otros tachirenses”.

Las dudas y conjeturas que se tejen en las tertulias de la residencia, donde se encuentra siendo examinado el Dr. Escalante, pronto serán disipadas por el diagnostico fatal, según cuenta Velásquez: “… cerca de las seis de la tarde, se abrió la puerta del dormitorio y se presentó el doctor Enrique Tejer, para decirnos este importante examen ha terminado. “Yo no soy siquiatra, que hablen los siquiatras”. El primero que habló fue el médico cubano doctor León Mir, a quien Acción Democrática había confiado la cabeza del grupo. Después, habló por el grupo designado por el gobierno, el doctor Francisco Herrera Guerrero. A medida que hablaban los siquiatras, la concurrencia de políticos espectadores se hacía más escasa. Finalmente hay una fotografía de “Últimas Noticias “en la primera plana del periódico, en donde marchan Betancourt y Leoni con caras de contrariedad, y como cierre de la tragedia del doctor Escalante, que pronto tendría repercusiones para Venezuela el ilustre historiador testigo de excepción de todas aquellas incidencias, agrega: “… Allí termina con el vuelo que tres o cuatro días más tarde, desde Maiquetía hasta Washington en avión militar norteamericano, que llevaba al embajador Escalante, decano del cuerpo diplomático de Washington para ser examinado en un importante hospital de la capital de los Estados Unidos”. Los destinos de dos tachirenses: Diógenes Escalante, candidato de consenso a la Presidencia de Venezuela, y el para entonces joven reportero y luego laureado historiador y distinguido hombre público Ramón Velásquez, se cruzaron en agosto de 1945, para ser uno protagonista y otro testigo privilegiado de un drama personal, que muy pronto cambiaría el destino de Venezuela.





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