Hernán Quiroz Plaza
Un tiro libre en el fútbol se otorga después de cierto tipo de faltas o infracciones cometidas por un jugador en el juego. Permite al equipo objeto de la falta reanudar el juego desde una posición estacionaria, mientras que el equipo contrario debe mantener la distancia requerida hasta que el balón esté en juego. Los tiros libres se clasifican en dos tipos principales: directos e indirectos.
TIROS LIBRES DIRECTOS
Esto permite al pateador intentar un tiro directo a portería sin que el balón tenga que tocar a otro jugador primero. Esto ofrece una importante oportunidad de gol, especialmente cuando la falta ocurre cerca o dentro del área penal. Los jugadores con gran control y precisión del balón, como Lionel Messi o Cristiano Ronaldo, a menudo pueden doblar el balón por encima de una pared defensiva y meterlo en la red.
TIROS LIBRES INDIRECTOS
Esto es menos común. El equipo atacante no puede marcar directamente en un tiro libre indirecto. Primero deben pasar el balón a un compañero de equipo antes de poder intentar disparar a portería. El árbitro señala un tiro libre indirecto levantando el brazo en el aire. En los tiros libres directos, el brazo estará al lado del árbitro.
Un grupo de científicos descifró el secreto de un famoso tiro libre de Roberto Carlos que pareció desafiar las leyes de la física. En el que muchos consideran como uno de los mejores tiros libres en la historia del fútbol, el zaguero de la selección brasileña le pegó al balón con la parte externa del botín desde unos 35 metros, la pelota hizo una gran comba por afuera de la barrera de Francia y se metió pegado al palo, en un partido amistoso en 1997. El remate parecía que saldría desviado por mucho a la derecha _incluso un joven buscapelotas parado a 10 metros del arco agachó la cabeza_ pero en el último instante, hizo una comba para entrar al arco. El sorprendido portero francés Fabian Barthez ni siquiera se movió.
Muchos pensaron que el remate fue una casualidad, pero los investigadores dijeron que tiene una explicación científica. "Lo que pasó ese día fue muy especial", dijo el investigador David Quere. "Nos topamos con una ley inesperada de la física, pero es posible que se repita". Quere, un físico del Politécnico ESPCI y Ecole en París, y sus colegas desarrollaron una ecuación para explicar la rara trayectoria del remate. Utilizando una pequeña pistola para disparar balas al agua a 100 kilómetros por hora _la velocidad aproximada del tiro libre de Roberto Carlos_ descubrieron que la trayectoria de una esfera que gira es un espiral. Quere dijo que el estudio, que fue publicado en el Nuevo Diario de Física, confirmó el "efecto Magnus", que es el responsable de la comba de un balón que gira, pero también reveló lo que los científicos llaman el "espiral del balón giratorio". El efecto de espiral aparece después de unos 40 metros con un balón. Cuando la pelota pierde velocidad, el "efecto Magnus" se hace más pronunciado, lo que finalmente genera un espiral. "Lo importante es que mientras la pelota pierde velocidad, la rotación es la misma", indicó Quere. "Por eso la trayectoria del balón va a ser cada vez más curveada, eso crea el espiral". "Otro jugador podría repetirlo, con la condición de que le pegue con suficiente fuerza a la pelota, que el remate sea desde unos 40 metros y que el jugador le de algún efecto al balón". Roberto Carlos dijo en su momento que ya lo había hecho antes, contra la Roma cuando jugaba con el Inter, aunque nunca logró repetir la patada de 1997.
“Perdimos por un gol de pelota parada”, es la excusa que utilizan los técnicos para dar a entender que en realidad no fueron superados por el rival. Como si la pelota parada fuese un tema menor. Y como si no formara parte del juego. Incluso un saque lateral bien hecho, rápido, con sentido, puede dar la victoria a un equipo. Hasta el mínimo detalle importa. El FC Barcelona es el club que ha jugado el mejor fútbol de la historia a través del ballet de Pep Guardiola, sin embargo, una pelota parada está estampada en su historia con un balancín de 200 toneladas. Es el gol de Ronald Koeman en la final de la Copa de Europa de 1992. Con él se abrazó de verdad a la gloria, con él perdió el club catalán su virginidad europea. Ya estaban en tiempo suplementario y ese balón quieto le dio la maza para romper el partido contra la Sampdoria.
Cada 3 de junio se recuerdan los goles de tiro libre: el de Teófilo Cubillas a Escocia en el Mundial ’78, y el de Roberto Carlos a Francia en un amistoso de 1997. No definieron un título, como el de Koeman, pero son el monumento al tiro libre. El de Teófilo, una exquisitez, nunca los tres dedos fueron tan tres dedos como esa vez. La mandó al ángulo por el sitio menos indicado y sin tomar perfil. Es uno de los goles icónicos de los Mundiales. El de Roberto Carlos fue casi un despropósito de gol, un desafío a la lógica y a la física. Desde 40 metros sacó un misil tierra-aire con cara externa que pasó por fuera de la barrera, parecía irse desviado a seis o siete metros del palo derecho de Barthez, pero imprevistamente tomó un notable efecto, dobló y se metió. La bola iba a 100 km por hora. Por distancia, potencia y grado de dificultad, es una joya, un remate jamás visto, ni antes ni después.

Teófilo no era un habitual ejecutor de faltas, sí un maravilloso volante-delantero que es más recordado por ese gol que por otras jugadas más elaboradas. De modo que el tiro libre no debe ser demeritado. Todos los equipos debieran tener un gran especialista en la materia. Se ganan partidos y campeonatos gracias a un remate directo. Y es un tópico que se puede mejorar. “¡Si hubiera pateado como jugador lo que pateo ahora…!”, se lamentaba el Indio Solari a los cincuenta años, siendo ya entrenador. Y lo explicaba: “Yo aprendí a pegarle bien después que me retiré, cuando me hice técnico. Y fue por tanto entrenar a los arqueros, pateándoles cien o doscientas veces por día. El remate es una de las pocas facetas que se puede aprender o mejorar en el fútbol.” El tiro libre es aptitud más ensayo. Lo certifica un eximio especialista, el mexicano Benjamín Galindo, autor de 33 goles por esa vía en su carrera: “Cuando naces con el don de rematar bien tienes una gran ventaja sobre otros jugadores, pero es fundamental practicar la ejecución de tiros libres, ya que es ahí donde se pulen las cualidades y se corrigen los defectos”.
Rogerio Ceni, el famoso arquero del Sao Paulo FC, plusmarquista en su puesto con 129 goles, anotó 59 de tiro directo de falta. En una entrevista de Globoesporte.com hizo una confesión notable: “Ensayé 15.000 veces antes de arriesgarme a patear un tiro libre en un partido. Llegaba mucho antes que los demás a los entrenamientos y me iba después. Entrenaba entre 2.500 y 3.000 tiros libres por mes”. El mismo Messi no se encargaba de las faltas hasta que metió una en 2008, empezó a centrarse en el remate libre y ya lleva 52 goles así. Le agregó a su tremendo repertorio una arista más. Ha hecho varios extraordinarios, al Liverpool, a Estados Unidos en la Copa América, al Atlético de Madrid, a Colombia en la Eliminatoria… No hay debate en esto: es una carta magnífica para abrir partidos cerrados y ganarlos. El tiro libre, además de hermoso, es subvalorado. ¿Los técnicos ordenan a sus mejores rematadores ensayar todos los días…?
Los arqueros progresaron extraordinariamente; son superatletas y estudian todo, ya no es tan fácil doblegarlos. Por esto también se tapan muchos más penales que antes. Las barreras se colocan mejor, a Messi le ponen hasta un defensa acostado detrás de los compañeros que van al muro. Pero sigue siendo un arma excelente. La pelota actual ayuda más, es sintética y no absorbe el agua, por lo que mantiene su peso bajo lluvia. Antes era de cuero, el agua se metía por las costuras y podía pesar un kilo, más del doble reglamentario (410 / 450 gramos). La mayor diferencia entre el ayer y el hoy es que antiguamente tiraban a fusilar, al palo del arquero, hoy a colocar, por arriba de la barrera. Zico era sensacional por precisión, pero su paisano Juninho Pernambucano (75 goles de tiro libre) quizás superó a todos: desde cualquier posición era letal. Reunía puntería y potencia.
UN VENEZOLANO EXPERTO EN TIROS LIBRES
En la Bundesliga hemos visto a través de los años a verdaderos maestros mostrar su mejor técnica al momento de patear el balón detenido. El venezolano Juan Arango, "La Zurda de Oro", es uno de las máximas figuras en este apartado. Juan Arango solo necesitaba su pie izquierdo para poner la pelota donde quisiera. El venezolano fue el corazón y el alma del emocionante proyecto de Borussia Mönchengladbach bajo la dirección de Lucien Favre en los primeros años de la década pasada. Fue bajo su administración que Marco Reus floreció como la estrella de clase mundial que todos conocemos y amamos, y fue gracias a su magia para cobrar tiros libres que el Gladbach pudo recuperar su nivel perdido hace mucho tiempo como una fuerza en la Bundesliga. Arango, el mejor latino en la historia de la Bundesliga a la hora de hablar de tiros libres, combinó la visión estratégica de un gran maestro de ajedrez con la precisión de un arquero olímpico, tanto en juego abierto como en situaciones a balón detenido. Tenía la habilidad de colocar la pelota fuera del alcance del arquero en todos los rincones de la portería. Ni siquiera el poste más cercano fue oposición en los 111 tiros libres de Arango, que resultaron en 9 goles, para una tasa de conversión de 8,61%. Por más impresionantes que sean estos números, estos no cuentan la historia completa detrás de lo que el genio venezolano realmente significó para la historia del club alemán. Tener un jugador que pudiera poner en apuros, incluso a los fanáticos más neutrales, cada vez que Arango tomaba un tiro libre, era el tipo de magia por la que los fanáticos de Gladbach tuvieron que esperar casi tres décadas.
Entre aquellos “patada de burro” rescatamos a Eder, aquel punta izquierda de Gremio y Atlético Mineiro que tenía un disparo atómico. Le llegaron a medir un tiro a 174,5 kilómetros por hora. Y de los colocadores, imposible soslayar a Maradona, cuyo gol a la Juventus en Nápoles en 1985 está en la historia del fútbol. En un cobro indirecto dentro del área, bastante adentro, con barrera numerosa, se la tocaron y, con una rosca sublime, la envió (no la clavó, la envió) al rincón alto. No daban las posibilidades físicas y geométricas para hacerlo, por eso la discusión previa con su compañero Eraldo Pecci:
Pasámela a mí-, le ordenó Diego.
Ma... come vai fare?- preguntó el volante, oponiéndose.
Dámela.
¡Pero no se puede patear desde acá!
¡Dámela!-, le gritó. Pecci tocó cortito y Diego la metió. Fue insólito que entrara.
El gol de Cubillas fue el tercero de un 3 a 1, no decisivo, ya ganaba Perú. Y el de Roberto Carlos, en un empate amistoso sin trascendencia. ¿Por qué los recordamos tanto entonces…? Nos hizo pensar una reflexión de Rodrigo Calvo, periodista costarricense: “Los goles de tiro libre son muy apreciados en el fútbol. Muchos son cobros artísticos que engalanan los campeonatos del mundo y despiertan los aplausos del aficionado”. ¡Completamente cierto! Nos resultan inolvidables los goles de este tipo. Pero, ¿será una sensación personal o se marcan pocos goles de esa factura...? Podría y debería haber más.
En cobros de falta, Juninho Pernambucano fue el mejor de la historia para este columnista. Pero hubo tantos… Zico, genial; Maradona, Beckham, Jorge Aravena, Nelinho, Chilavert, Siniša Mihajlović, Cristiano Ronaldo, Passarella, Pablo Bengoechea… Siempre les agradeceremos haberse quedado un rato más practicando.
