Manuel Salvador Ramos
PARTERO DE LA CONTEMPORANEIDAD
La publicación de este nuevo número de EN EL TAPETE coincide con el aniversario 177 del nacimiento de Rómulo Betancourt Bello, figura magistral de la historia política venezolana. Abundan numerosos ensayos, artículos y textos biográficos que ilustran y enfocan una trayectoria plena de vivencias y avatares, reflejadas ellas en discursos, ensayos y en un caudal epistolar particularmente notable, por lo que la valorización y trascendencia de su palabra y pensamiento es también de un grosor considerable.
Cabe entonces precisar que tal torrente, amén de los consiguientes balances y juicios, ha traído un desbordamiento empalagoso de adjetivos que sin duda la provebial austeridad de líder rechazaría. El presente mundial y muy particularmente el devenir de nuestros oscuros días, nos trae la impostura de mediocres prodigando epítetos falsarios que asquean al venezolano digno y retratan la mendicidad espiritual tanto de los obsecuentes vociferantes como del adefesio de turno. Por ello creemos que las frases manoseadas, lejos de ponderar con justicia la estatura histórica de Rómulo Betancourt, mediocrizan la esencia de quien mas que un teórico o un caudillo, fue un político excepcional, tal como lo percibe Manuel Caballero al llamarlo HOMBRE NACIÓN.
Ocuparnos de los hechos de su trajinar político y relacionar su vasta obra intelectual, sería algo ajeno a la naturaleza de un artículo de opinión, pero de una base mínima se ha de partir y necesariamente deben trazarse los rasgos que demarcan su accionar. Así vemos que en el cúmulo de su ideario hay un comienzo temprano (1929), cuando conjuntamente con Miguel Otero Silva escribe Las huellas de la pezuña; pero ya en 1931, durante su exilio colombiano, elaboró el Plan de Barranquilla, análisis de Venezuela con enfoque cónsono con una visión marxista. En 1932 escribió Con quién estamos, contra quién estamos, radiografía del gomecismo y la vinculación de éste con la amalgama depredadora de intereses tradicionales y codicia extranjera. Estas producciones escritas, junto a su obra central, Venezuela, política y petróleo (1956), son la armazón conceptual de su proyecto como gobernante en el llamado Trienio Adeco (1945-1948) y en el período constitucional que encabeza desde 1958 hasta 1963.
En el terreno político propiamente dicho, Betancourt realizó tempranas actividades partidistas desde la Alianza Revolucionaria de Izquierda (ARDI, 1931) y el Partido Democrático Nacional (PDN, 1936). Fue expulsado por el gobierno de Eleazar López Contreras en 1937, pero al regresar y habiendo ya decantado su visión política y notoriamente influenciado por las luchas libradas por el Partido Liberal de Colombia, organización que ya en 1931 había dado al traste con la hegemonía del Partido Conservador, se dedicó a replantear alianzas y a diferenciar estrategias para en 1941 fundar Acción Democrática, la organización política más importante no solo de Venezuela sino de América hispana.
PIPA Y VOZ
La narrativa posterior a ese hito es harto conocida y, por supuesto, existe suficiente producción que ilustre cabalmente los rumbos de la trayectoria de Rómulo Betancourt: su papel en medio del intento liberalizador del gobierno de Isaías Medina Angarita, el evento del 18 de octubre de 1945, el trienio adeco, la constitución de 1947, la elección, gobierno y derrocamiento de Rómulo Gallegos, el exilio, la caída de Marcos Pérez Jiménez, la elección de 1958, el período constitucional 1959-1963, la vivencia en Suiza, la enfermedad, el deceso. Queremos entonces usar estas líneas para resaltar partes del discurso que pronunció el 09 de febrero de 1958, cuando a días de arribar a la cincuentena, regresaba al país después de casi diez años de un nuevo exilio, esta vez aventado por la dictadura perezjimenista. La emotiva alocución, poco enfocada en sus significados y visiones, merece ser leída en clave actual. De esa forma podremos entender como hace SESENTA Y SIETE años, el líder visionario reproducía magistralmente el presente del ayer y a la vez bosquejaba el hoy del mañana lejano.
“Conciudadanos, Miembros de la Junta Patriótica, Compañeros y Compañeras de Partido:
Domino mi emoción para este reencuentro con mi pueblo. Regreso a incorporarme a las filas de mi partido y al pueblo de Venezuela y a trabajar con mi partido y con el pueblo para ayudar a establecer definitivamente en Venezuela el régimen democrático y representativo, para que ya no suframos otra vez la vergüenza y la humillación colectiva de los diez años del oprobio, esos que desaparecieron en la madrugada gloriosa del 23 de enero.
Fue esta lucha final la culminación de un proceso de resistencia a la opresión que se inició el propio 25 de noviembre de 1948. Hombres de todos los partidos políticos y sin militancia en partidos, demostraron en las cárceles, en los campos de concentración de Guasina y Sacupana y en el exilio, que en este país estaba viva la pasión por la libertad, y que llegado el momento el pueblo venezolano se uniría, como se unió, desde el millonario hasta el limpiabotas, desde el hombre de La Charneca hasta el del Country Club, desde el sacerdote hasta el seglar, desde la monja hasta la lavandera, para realizar esa gloriosa epopeya de la reconquista de la libertad.
Decía, que cuando se produjo la insurrección popular del 21 al 23 de enero, ya había sido precedida por la rebelión de Maracay del 1 de enero, y era perfectamente previsible que en el momento decisivo del gran choque entre la dictadura superarmada y el pueblo, los sectores institucionalistas de las Fuerzas Armadas le darían la espalda al tirano para tenderle la mano al pueblo. No es ésta una apreciación a posteriori. Por el conocimiento directo que tuve de la oficialidad de las distintas Armas durante la época en que ejercí la Presidencia de la República, adquirí la convicción de que en mis compatriotas de uniforme había reservas de patriotismo, de verdadero espíritu institucional; y esta afirmación la hago porque el peor de los errores –crimen más que error– sería el de adoptar actitudes que contribuyan a alimentar la prédica que durante diez años se hizo en los cuarteles, de que había un abismo insalvable entre la Venezuela que viste uniforme y los seis millones de venezolanos que visten saco o blusa.
(…)
Dejamos en la lucha dura muchos cadáveres de compañeros, inolvidables, caídos en las calles, en las cárceles, en el exilio, en las cámaras de torturas, en los campos de concentración. Permítanme, compatriotas, que no los recuerde por sus nombres, porque la voz se me quebraría definitivamente. Pero es en nombre de esos, que cayeron en el frente de batalla de la Dignidad Nacional, y en nombre de nuestras propias responsabilidades, que afirmo enfáticamente que no regresamos a la vida pública con ansias de venganza.
(…)
Considero que debemos encarar una cuestión previa en este país: la de hacer un examen de conciencia sobre lo que en definitiva somos. Una propaganda sistemática y nacida de la megalomanía del dictador pretendió presentarnos no sólo como el primer país de América Latina, sino como uno de los primeros del mundo en lo relativo a bienestar social, a prosperidad económica y a desarrollo de la producción. Eso es falso.
Nuestro país ha crecido en una forma distorsionada. Tenemos una hermosa capital, ciudad-vitrina comparable a un pumpá de siete reflejos para un hombre que tuviera los pies descalzos. Porque la Venezuela de los Andes, de Oriente, de los Llanos, es la misma Venezuela atrasada, y la misma Venezuela paupérrima que existía antes.

Hay dos Venezuelas: esta Venezuela de la danza del bolívar, la de Caracas y el Litoral y de algunas zonas del centro del país; la Caracas del «5 y 6» y los edificios de 35 pisos. Y la otra Venezuela en la que el hambre es una realidad patética. La otra Venezuela, donde la mitad de la población escolar no puede concurrir a las escuelas, donde hay 700.000 niños condenados a engrosar esa enorme legión de los analfabetas, que son sesenta de cada cien de los venezolanos. Es la Venezuela que ocupa el séptimo lugar entre los países de América Latina como consumidor de carnes. La Venezuela que consume menos zapatos que Chile, nación agobiada por la pobreza económica cuyo potencial de riqueza no admite comparación con el de los venezolanos. Es la Venezuela que hay que incorporar a la producción y al consumo, y esto puede y debe hacerse sin necesidad de violencias, porque el país dispone de riquezas que bien administradas y racionalmente invertidas permitirían abolir la vergüenza de la extrema pobreza.
A este respecto debo decir de la satisfacción con que he visto que las Cámaras de comercio y producción y el movimiento sindical unificado han iniciado conversaciones de mesa redonda para posibilitar reajustes en las relaciones obrero-patronales por la vía pacífica del entendimiento entre las partes, evitándose así una innecesaria y contraproducente ola de huelgas. Habrá, por lo que se aprecia, una tregua en el campo obrero como en el campo político.
Se ha iniciado y se debe continuar y profundizar el proceso de rescate de la moral administrativa, y las medidas adoptadas ayer al iniciar el Gobierno actual la aplicación de la Ley de Enriquecimiento Ilícito de Funcionarios Públicos, nos hacen prever esperanzados que no quedará impune el literal saqueó de los bienes de la Nación, realizado por Alí Babá y los cuarenta ladrones.
Concluyo, compatriotas: Hay momentos estelares en la vida de los pueblos. Grandes horas en el devenir de las naciones, Instantes en que un país realiza una cita con su propio destino. Uno de esos momentos cargados de posibilidades creadoras, similar al del año de 1810, lo está viviendo hoy la Venezuela.
Que gobernantes y gobernados, hombres y mujeres de todas las clases y de todas las ideologías, cumplamos cabalmente con nuestro deber hacia la patria entrañablemente amada, para que esta magnífica oportunidad no se le frustre.”
Fuente: Rómulo Betancourt. Posición y doctrina, pp. 37-45