La vocación musical de Inocente Carreño despertó en las cuerdas de un chinchorro
Por Evarísto Marín: Para ayudar a los gastos del hogar debió alternar sus estudios con los más diversos oficios. En esos años le puso gran afán al arte de la zapatería, y de eso vivió por largo tiempo
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Cuando nació, Porlamar estaba de fiesta. Era sábado, día de los Santos Inocentes. Hubo salva de cañonazos y un concierto de la banda del Estado, bajo la dirección de Lino Gutiérrez, congregó a gran parte de la población, en la plaza Bolívar, pues, por feliz coincidencia, aquel 28 de diciembre de 1919 llegó a Margarita, en visita oficial, el embajador de Francia.

“Siempre digo que el día de mi nacimiento Porlamar vivió una espectacular resonancia de marchas, valses, pasodobles y cañones” escribió en su libro Los años de mi infancia en Margarita.


Inocente Carreño siempre enfatizó que su abuela Güicha, quien arrulló su niñez con muchas de las coplas que oyeron Francisco Esteban Gómez y los otros héroes de Matasiete, tuvo mucho que ver con su vocación musical.

Laboriosa en los quehaceres de la casa y de la costura con aguja y dedal, Güicha llenó de luz y de música sus primeros años. La Margariteña, suite con la cual se consagra como compositor y arreglista, mezcla, con expresiones musicales del siglo XX, muchas de las melodías que oyó por primera vez de su abuela en las cuerdas de un chinchorro.

Cante, cante, compañero,
No tenga temor a naiden
Que en la copaemisombrero
Traigo a la Virgen del Valle


Güicha también está con sus cantos de pilón y sus gaitas cuando navegan en la balandra Flor María, de Manuel Fermín, ocho días con sus noches, de Pampatar a La Guaira, en 1932.

Con ella, su madre, Amadora María Carreño, y su hermano Francisco, también músico, desaparecido en lo mejor de su creación artística, llega a Caracas cuando Juan Vicente Gómez vivía el final de su mandato de 27 años. Alterna sus estudios de música con los más diversos oficios. La vocación es grande pero la necesidad de trabajar también. Aprende el arte de la zapatería. Ese fue su primer oficio.

Se cobija bajo la tutela del Maestro Vicente Emilio Sojo y comparte aulas e inquietudes musicales con Antonio Estévez, Evencio Castellanos y Ángel Sauce. En tertulias familiares y entre amigos se le oyen historias muy chistosas de su niñez en la calle La Marina de un Porlamar de calles de tierra, carretas de mercado y pocos negocios.

Niño, tocador de platillos y timbales en la banda de Lino Gutiérrez, recuerda que, a veces, cuando Güicha no podía llevarlo a los ensayos, lo persignaba, le daba un beso y “lo encomendaba a Dios y a la Virgen”.

Su amistad con el Maestro Sojo y con Andrés Eloy Blanco, lo vinculan al partido Acción Democrática. Es autor de la música del himno de esa organización. En el gobierno de Lusinchi, fue senador suplente de AD por Nueva Esparta, pero apenas pudo juramentarse.

“En esos tiempos, el senador principal, Virgilio Ávila Vivas, no aceptó cargos en el gobierno, nunca salió de vacaciones, no fue en misión alguna al exterior, ni sufrió siquiera los males de una gripe pasajera”, dijo chistosamente, durante un desayuno en mi casa de Lechería, el 29 de mayo de 1995. En esa oportunidad fue huésped de Puerto La Cruz en un concierto por los 15 años de la Coral Corpoven.