Paladares con corona
Por Maytte Navarro: La cocina palaciega de estos tiempos se alejó del pasado, donde la gula marcaba pauta. Hoy se imponen menús saludables y sin excesos
      A-    A    A+


Las testas coronadas y aquellos que entran en la categoría de ricos y famosos suelen tener paladares educados y la oportunidad de acceder a una buena cocina. Sin embargo, no siempre en sus mesas están presentes los manjares más exquisitos, allí también llegan recetas sencillas y populares de las que son fanáticos.

La cocina del palacio de Buckingham ha contado con el trabajo de cocineros de cierta fama, uno de ellos fue Darren McGrady, quien no solo satisfizo los deseos gastronómicos de Isabel II y su familia, sino que también reveló algunos de los gustos de la soberana. Procuró siempre servirle en la merienda su torta de chocolate, pues es adicta al teobroma. Pero al ganar años, la Reina de Inglaterra ha disminuido el consumo de azúcar y carbohidratos. Aunque parece que la gula no ha sido unos de sus pecados.


Darren McGrady

Muy diferente es el caso del rey emérito de España, Juan Carlos de Borbón, adicto a la buena mesa. La lista de sus restaurantes preferidos constituye una ruta dorada para cualquier gourmet. Además es conocedor de los buenos vinos. Uno de sus grandes amigos, el marqués de Griñón, recordaba en una entrevista que en tiempos de caza la faena terminaba tomando un buen tinto de la bodega que lleva su nombre y cuyo Cabernet Sauvignon Dominio de Valdepusa se encontraba entre los mejores de España.

Juan Carlos de Borbón le complace la mesa con sabores contundentes. Basta pasearse por los menús de sus restaurantes preferidos para darse cuenta de ello. Es un consuetudinario de Casa Lucio, que se remonta a 1933. En su carta destacan carnes de Galicia y Castilla, el Capón en pepitoria, Jarrete de ternera, Callos a la madrileña y los domingo las judías con faisán. Otro local frecuentado por “Juanito” es El Landó, en ese local, como lo narra la prensa rosa madrileña, el entonces rey confesó a sus hijos los afectos que sentía por Corina zu Sayn-Wittgenstein, ahora desaparecida de la escena pública. Esa comida, a pesar de los esfuerzos de Ángel Gónzalez, les dejó un sabor amargo.

En cuanto a Felipe VI y Letizia son más modernos y tienen presente la salud, de allí que las pocas veces que se les ve en restaurantes ha sido por Malasaña, el barrio bohemio de Madrid, donde abundan los locales de comida étnica, lo que hace referencias a gustos más universales. Buscan comedores sencillos pero con buena reputación. Según los más íntimos, el menú diario de la reina Letizia se basa en verduras y legumbres; el azúcar y las harinas están vedados para ella y sus hijas.

Otra cocina importante es la de la Casa Blanca, porque no solo alimenta al Presidente de EEUU sino a famosos y poderosos huéspedes. Una de sus principales batutas es Cristeta Comerford, de origen filipino, quien recientemente recibió un doctorado Honoris Causa de la Universidad de Filipinas. Tiene 24 años creando menús para cenas de Estado. Últimamente saltó a la fama el cocinero encargado de las parrillas, y lo hizo no precisamente por sus recetas sino por sus enormes brazos, se trata de Andre Rush, quien ejerce su oficio en la residencia desde hace 22 años.


Cristeta Comerford

Si se revisan los comentarios gastronómicos sobre Donald Trump, es el típico americano que disfruta de la comida rápida. En su oficina abundan las gaseosas y las bolsitas con golosinas y ya no se ve la gran fuente de manzanas que solía tener Barack Obama.

Uno de los menús que pasará a la historia fue el que Trump le ofreció a Kim Jong Un, donde destacaron platos occidentales con un toque asiático: costilla de ternera confitada con gratín dauphinois, brócoli al vapor y salsa de vino tinto; cerdo crujiente agridulce y arroz frito Yangzhou con salsa de chile casera; y daegu jorim, bacalao asado con rábano y vegetales asiáticos. El encuentro tuvo lugar en el hotel Capella de Singapur, con cinco estrellas.

En estos tiempos no se ha suscitado ninguna tragedia gastronómica en esas grandes cocinas que nos hiciera recordar al genial cocinero y maestro de ceremonias François Vatel, quien se suicidó ante la tardanza de la llegada del pescado, uno de los platos de la superfiesta que ofrecía el príncipe de Condé al rey Luis XIV.