Sobrevivieron en un mundo de hombres
Por Agata Carbone: Tres brillantes poetas y novelistas del siglo XIX tuvieron que usar seudónimos para poder publicar sus creaciones. Afortunadamente su talento se impuso finalmente
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Charlotte (1816-1855), Emily (1818-1848) y Anne (1820-1849) nacieron en Thornton, Inglaterra, dentro del matrimonio formado por Mary Branwell y Patrick Brontë y otros tres hermanos. Debido a que la muerte se asomó prematuramente, pronto la familia se redujo al padre, vicario de Haworh a donde se mudarían posteriormente, y a cuatro de sus seis hijos: tres niñas y un varón.

Desde muy temprano el padre inculcó a sus hijos el amor por la escritura y la literatura, y su familia se convirtió en una muy unida, llena de afecto y cariño y con valores muy arraigados. Estos niños vivieron su infancia llena de historias que se contaban a través de juguetes de madera, creando mundos imaginarios que ayudaron a enriquecer su vocación literaria.

A juzgar por los estereotipos de la época parecía que las hermanas Brontë estaban destinadas a ser amas de casa, pero en cambio, de su ingenio nacieron increíbles historias llenas de amor, odio y mucha pasión. Por desgracia, la literatura no podía ser parte de la vida de una mujer en aquella época, por lo que sus primeros poemas y novelas fueron escritos bajo seudónimos masculinos: Ellis Bell (Emily), Currer Bell (Charlotte) y Acton Bell (Anne), incluyendo sus obras inmortales, aparecidas en 1847: Jane Eyre de Charlotte; Agnes Grey de Anne; y Cumbres Borrascosas de Emily. Al año siguiente aparecería la segunda y última novela de Anne: La inquilina de Wildfell Hall.

Debido a la precaria salud de la familia, Emily y Anne murieron muy jóvenes, ambas por tuberculosis. Charlotte, después de la muerte de su padre y de sus hermanos, siguió escribiendo y publicó dos novelas más con bastante éxito, Shirley y Villette. Se casó y siguió escribiendo con el apellido de casada. También se ocupó de rescatar el nombre de sus hermanas editando de nuevo sus novelas con su verdadera identidad. Murió a los 39 años también de tuberculosis.

La enfermedad y los apuros económicos obligaron a estas jóvenes, además de escribir, a trabajar como institutrices y encargarse de las labores del hogar, así como del cuidado de su único hermano, Branwell, quien a pesar de haber heredado el talento de la familia terminó hundido en el alcohol y el opio por lo que pasó su vida debatiéndose entre sus propios demonios.

Sin duda las hermanas Brontë crearon obras excepcionales que se convirtieron en clásicos de la literatura inglesa. Rompieron normas al incursionar en un mundo considerado de hombres. Y su rebeldía y ganas de luchar quedaron plasmadas en sus personajes. Es por ello que hoy en día siguen siendo un ejemplo pues mostraron valentía al dejar atrás los prejuicios y atreverse a publicar sus historias, a pesar de los seudónimos.