En la Caracas posible un criadero de caballos de paso
Los Benzecry: Cuatro generaciones sin bajarse de la Silla
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Por Faitha Nahmens Larrazábal


En un espacio verde hasta donde alcanza la ciudad, los sucesores de un linaje de venezolanos afectos a la cría de los caballos de paso le siguen el trote a la historia y al mientras tanto, sin que se altere un ápice su vocación. Es consenso que Caracas es una caja de sorpresas; solo que el asombro es tanto y tan seguido que resulta imposible no andarnos boquiabiertos. Desde esa terraza caraqueña que es Hoyo de la Puerta, mientras la ciudad se distrae con otras tentaciones —Las Mercedes, que acaba de quedar abajo, sucumbe bajo el empaque faramallero y dudoso del fiberglas—, queda confirmado que la ciudad también es monte y culebra: pueden oírse en su valle y alrededores, además del sobresalto interrumpiendo el silencio, gallos de madrugada, sapos y grillos en los jardines de la noche, y si aguzas el oído ¡cascos de caballo correteando!

Cerca de los terrenos donde guapea la Simón, tras un portón que resguarda sueños tercos y la historia de glorias pasadas, en un espacio que ha sido referencia para la cría y el negocio de los caballos de paso fino, en el verde neto y a varios grados más bajos de temperatura, está enclavado un criadero de caballos de paso. Sorpresa. En realidad uno de los más famosos: llegaron a tener en sus establos hasta 200 ejemplares cuidados para ser ganadores en esta especialidad deportiva. Permanecen en algunas pizarras y en álbumes, a buen resguardo y como prueba, las evidencias de las victorias que la prensa de entonces imprimió a todo dar. No es como antes: ahora hay 11 caballos. Pero las ganas de torcer los destinos adversos es mucha.



Un impulso de continuidad trazado en el ADN de la familia sostiene por las bridas la tradición. Caminos verdes mediante, Vista Hermosa es la caballeriza de los hermanos Roberto y Guillermo Benzecry, quienes heredaron de sus antepasados esa suerte de amor irrefrenable por estos singulares animales, asociados desde el pretérito más remoto a todas las conquistas y todas las batallas, al poder, pues, así como a la nobleza y sin duda la libertad. Es asunto de sangre: la de ellos que no se imaginan bajándose de la silla de montar. El bisabuelo materno, Antonio Justo Silva Trejo, en los años treinta del siglo pasado, sería el orgulloso dueño de Pisaflores y Cocuizo en el estado Mérida, dos caballos que serían míticos: al parecer todavía dices sus nombres en una tarde de café cerrero o guarapitas y la gente sonríe. “En Los Andes al caballo no se le ha dado de baja aun, en realidad la humanidad toda dejó de viajar en apenas hace un siglo, pero siguen siendo compañía fundamental, equipo en el deporte, es que además son animales muy especiales y amados, seguimos pegados a ellos”.

Por su parte, el abuelo paterno, Alfonzo Benzecry, por los años setenta, conquistó glorias con sus respectivos ejemplares de leyenda: Monarca, Cantaclaro, Ayacucho y Panter. Prosiguen en orden genealógico este par de ingenieros quienes desde 1980, en esa época que llamamos sibarita o de la Gran Venezuela, tuvieron en sus establos, dicen, una nómina de cuadrúpedos vencedores que arrasarían en concursos locales e internacionales. Los hijos de ellos, Roberto Enrique, Guillermo Andrés y José Alejandro Benzecry son la generación de relevo, la cuarta en la línea de sucesión, la que, en tiempos de crisis y tantas urgencias, guapea.

En Vista Hermosa el olor a pasto es gratísimo, igual que siempre: la postal bucólica no registra mayores alteraciones. Es la rutina la que se ha modificado. No olvidan los afanes que empezaban de madrugada, el equipo de caballericeros y empleados tan comprometidos con las faenas, y sin duda la atmósfera casi febril de entonces, ni qué decir los fines de semana. Narran la algarabía que parece que vuelve a tener lugar frente a sus ojos: familias completas, con sus niños libérrimos atraídos por la naturaleza rampante, que creen que llegaron al edén —no se equivocan—, vendrían de todas partes de la ciudad y de Venezuela a oler clorofila a pasto y a conocer aquellas caballerizas repletas de promesas, caballos y yeguas entrenándose para competir en la difícil disciplina del trote corto y cerrado, mientras potros y potrancas, relinchando, se esmeraban por crecer.

Los dueños, toda la saga Benzecry, recibían visitantes todos los días pero la fiesta tenía lugar los sábados y domingos: hasta abrieron un restaurante para que la comida fuera parte del paquete en este parque temático manejado por sus propios dueños. La idea, además de criar y exhibir la elegancia de aquellos animales de belleza sublime, acaso habría sido divertirse. Días de eventuales acuerdos con compradores, persuadidos por el efecto sedante de tanto remanso, lo cierto es que podían llegar hasta ¡mil comensales! en los dos días: los pequeños esperaban su turno para montas guiadas. Entre los habitué, Olga Tañón, devota de los caballos, y políticos que adoraban refugiarse en este oasis: podían coincidir Rafael Caldera y Luis Herrera Campins en una mesa de dominó. El verde es el verde.

En el mientras tanto nacional, el espacio inmenso se ha achicado para amoldarse a los tiempos que corren más lento que estos caballos que recortan el paso, que trotan de manera tan peculiar, como contenidos, con breves saltitos de aparente contentura: es un arte, sin embargo. Distinto a los llamados purasangre, los caballos de paso fino han de aprender a marcar con los cascos un sonido que es música para los entendidos. Los jueces verán cómo se las arreglan en la prisa para detectar la elegancia y velocidad con que el ejemplar levantó una mano mientras la otra y las patas traseras quedaron en tierra, o con cuánta belleza logró alzar por un segundo todas las patas menos una con la que se mantendrá a sí mismo —y al jinete—, erguido, además. Hay un catálogo de infinitos movimientos, casi como hay variedades de caballos de paso y de sus cualidades: el de cuello fuerte, el de pecho más proyectado y redondo, el de las extremidades ágiles.

Conocedores a fondo de todas las minucias y requerimientos con que se califican y cotizan los caballos, hay que decir que ellos tuvieron el mejor del mundo en sus establos: Atrevido del Ocho. Caballo ganador de cuanto concurso hubo, fue ese ejemplar increíble que todos querían y los Benzecry consiguieron llevar a casa. Deseado por sus récords y también por su estampa y estilo, lo trajeron al país luego que saliera de las caballerizas del mismísimo Fabio Ochoa en una operación de la DEA. Levantaron cielo y tierra los policías y detectives buscando chucherías en la casa del indiciado, el zar de la magia blanca. Se encontraron, también, con los establos y el mejor caballo del mundo.

Atrevido del Ocho fue trasladado a Estados Unidos y allí fue puesto en venta en una subasta. Como todos, los venezolanos también estarían más que encantados con la idea de tener el animal y pensando que con esta joya viva todo sería mejor que nunca, asumieron el riesgo de pujar por él. Persuadidos los entrenadores y veterinarios de que todo en él es ganancia —de invicto y triunfador pasaría con igual fortuna a inefable semental: se tasaría por encima de los ¡2 mil dólares! cada emisión seminal del Atrevido, o sea, siempre valdría oro este Midas de cuatro patas— el caballo de tantos récords y loas sería ejemplar de cría y con eso bastaba para negociar su adquisición, una inversión aun después de que superase los 20 años.

La cosa es que los Benzecry imaginaron, además, que Atrevido sería la gran atracción de Vista Hermosa y que los domingos, en sus trotes madrugadores por los vericuetos verdes de la espléndida de la montaña, con los hijos, nietos y algún invitado, podría sumarse como estrella. Atrevido fue un éxito. El favorito de las fotos. El imán. “En vez de comprarles motos a los muchachos, que querían una, nos aseguramos de que adoraran a los caballos, y que desde muy temprano aprendieran a montarlos, sí, sin duda representa menos riesgo esta afición, aun cuando escarpes caminos indefinidos a lo largo de cuatro o hasta cinco horas: la felicidad está garantizada… y estuvo”.

No, nunca les ha pasado ningún accidente en las caballerizas, nadie lastimado; los Benzecry han llevado el negocio con perspicacia y cautela, y sin duda con enamoramiento. Conectados con la sensibilidad de estos animales, los leen, estudian y convierten en aliados. En amigos. Los conocen, les saben los tics, intuyen sus estados de ánimo. Por qué mueven las orejas sí, porque mueven la pata con tal recurrencia. Al parecer, también ocurre a la inversa. Los equinos tan sensibles entienden el afecto, usan su larga cabeza para demostrarlo.

Trabajo que para algunos, por la codicia que se mueve y la danza de dólares que convoca, ha estado el mundo de los caballos de paso empacado en un vaho de sospechas, los Benzevry y sus ganas exudan una histórica adoración cuyos frutos es la que ha sido noticia. “Es una pasión inmensa la nuestra, insoslayable, maravillosa”, confiesan quienes se han dedicado a cultivar esta singular empatía que les ha proporcionado, pese a lo duro, solo satisfacciones. “Uno trabaja con honradez, porque esos son tus principios y porque los atajos no garantizan ni remotamente el verdadero triunfo”. A su vez, estos animales de crines al viento y figura armoniosa parecen proyectar tales éxitos compartidos, sudados, reconocidos. “Es una emoción que nos une en casa: un destino de nuestra biografía”. Y una que no es cara, no: no tiene precio.

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