El retiro de Estados Unidos de Afganistán y el casi inmediato triunfo Talibán que le sucede, son la mayor evidencia del rotundo fracaso de la guerra contra el terrorismo
Washington y el Triunfo Talibán
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Por Alfredo Toro Hardy


Osama Bin Laden jugó un papel protagónico en la yihad islámica que enfrentó a la Unión Soviética en Afganistán. La misma contribuyó al agotamiento económico del Estado soviético y a la necesidad de reformas que condujeron a su implosión. Los ataques del 11 de septiembre del 2001, organizados por Bin Laden, buscaron repetir la misma experiencia en relación a Estados Unidos. A través de los mismos se perseguía una sobre reacción susceptible de desgastar económicamente a EEUU. Según señalaba Bin Laden en un video difundido por Al-Jazeera el 2 de noviembre de 2004: “Nosotros junto a los mujahadin desangramos por 10 años a la Unión Soviética, hasta que quebró y se vio forzada a retirarse derrotada… Ahora continuamos esta misma política con el objetivo de desangrar económicamente a Estados Unidos hasta llevarlo a la bancarrota”.

Los meses siguientes al 11 de septiembre proyectaron la impression de que Bin Laden vería frustrados sus objetivos. Washington actuó con sorprendente moderación, pareciendo convencido de que la respuesta al terrorismo islámico pasaba por la construcción de un entretejido de alianzas internacionales y por un énfasis en las labores de inteligencia. Para suerte de Al Qaeda, la moderación estadounidense duró poco. El apabullante pero ilusorio triunfo militar inicial en Afganistán pareció dejar como lección que la superioridad militar estadounidense se bastaba a sí misma. La arrogancia desatada en la Administración Bush a partir de ese momento no admitió ya disentimientos. La Doctrina de Acción Preventiva, la indiferencia ante el Consejo de Seguridad de la ONU y ante la opinión pública mundial, así como la invasión a Irak, fueron consecuencias directas del estado de ánimo prevaleciente en Washington. Con ello, la Administración Bush cayó de lleno en la trampa de Bin Laden.

Si bien los costos combinados de Afganistán, Irak y la seguridad doméstica (“homeland security”) no condujeron a la bancarrota a la que aspiraba Bin Laden, sí causaron una gigantesca sangría económica. De acuerdo al Proyecto de Costos de Guerra de la Universidad de Brown, la llamada guerra contra el terrorismo costó a los contribuyentes estadounidenses una cantidad cercana a los 6 millones de millones de dólares (Matthew Duss, “US Foreing Policy Never Recovered From the War on Terror”, Foreign Affairs, October 22, 2020). Más aún, para diversos analistas llegó incluso a existir una relación de causalidad entre la invasión a Irak y la potente crisis económica de 2007-2008. Entre quienes sustentan esta posición se encuentran el reputado columnista Ezra Klein, el ex editor de The Economist Bill Emmott y el economista británico Robert Skidellski.

En palabras de Ezra Klein: “Bin Laden no nos arruinó, no podía hacerlo. El sólo podía provocarnos para que nos arruináramos nosotros mismos y lo cierto es que estuvo bastante cerca de lograrlo… Él entendió lo suficientemente bien la psicología de una superpotencia como para lograr que usásemos nuestra fortaleza en contra de nosotros mismos. Puede que no haya ganado pero sí logró, al menos parcialmente, sus objetivos” (“Osama Bin Laden didn’t win but he was enormously successful”, Washington Post, May 3, 2011).

El pesado fardo de la deuda pública y de los concomitantes déficits fiscales, a los que condujo la guerra al terrorismo, potenciaron también a la disfuncionalidad del sistema político estadounidense, conduciéndolo a sucesivos bloqueos institucionales que empeoraron la credibilidad económica y política del país. La deuda pública de ese país supera como resultado al 100% de su PIB. Más aún, los gastos dirigidos a dicha guerra debieron ser desviados de la satisfacción de prioridades domésticas tales como infraestructuras o educación. Como consecuencia, Estados Unidos ocupa el rango número 23 a nivel mundial en infraestructuras, muy por debajo de los demás países desarrollados, mientras que en los exámenes que realiza la OCDE para medir el rendimiento académico de estudiantes en países desarrollados, Estados Unidos ocupa el rango 25 en matemática y el 31 en ciencia (Edward Luce, Time to Start Thinking, London, 2012).

Pero más allá de los serios problemas económicos, del déficit fiscal y del rezago en temas como infraestructuras o educación, la guerra al terrorismo desvío la atención de donde debía haber estado: China. Ello otorgó a este último país un período de oportunidad estratégica sin igual, habiéndole permitido posicionarse como gran rival de Estados Unidos. Luego de haber tomado conciencia de la amenaza que China le representa, su rezago a nivel doméstico constituye un pesado fardo en su capacidad de respuesta. El retiro de Estados Unidos de Afganistán y el casi inmediato triunfo Talibán que ahora le sucede, son la mayor evidencia del rotundo fracaso de la guerra contra el terrorismo. Una guerra de costos desmesurados que deja a Washington casi en el mismo punto de partida de hace veinte años, estimándose que en pocos meses Afganistán será de nuevo un paraíso terrorista.





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