Esta selección incluye desde clásicos como "Patrimonio", de Philip Roth, hasta otros más recientes como "Entre ellos", de Richard Ford
Diez Libros sobre El Padre
      A-    A    A+


Por Karina Sainz Borgo


La figura del padre atraviesa la literatura desde su origen. Las novelas al respecto se anuncian como terremotos. Ocurre, por ejemplo, en toda la literatura de Charles Dickens. Su padre, ausente por una sentencia de prisión, de alguna manera lo condenó a un sufrimiento que labró en Dickens una enorme sensibilidad y conciencia de clase. Por eso el escritor tira de la experiencia vivida para escarmentar a sus personajes. Hubo padres cuyo eterno síndrome de Peter Pan, su infinita capacidad de autodestrucción, apartó a sus hijos de su lado. Le ocurrió a Scott Fitzgerald, autor de El Gran Gatsby, o Kakfa, que tuvo una relación tan compleja con su padre, que se hizo escritor para contrariarlo, aunque la historia es bastante más compleja.

Los clásicos literarios tienen ejemplos canónicos: el rey Príamo, roto de dolor, que se presenta ante Aquiles pidiéndole de vuelta el cadáver de su hijo Héctor para darle al fin sepultura. El 'papá Goriot' de Balzac, ese hombre apartado y rechazado por sus hijas. El fantasmagórico rey Hamlet que ronda la orfandad del joven príncipe de Dinamarca en la tragedia de Shakespeare. El padre: esa larga y extraña sombra que marcó la vida y la obra de autores mucho más cercanos en el tiempo, como a Philip Roth, Richard Ford, Mario Vargas Llosa, Héctor Abad Faciolince o Marcos Giralt Torrente, quienes han acometido libros memorialísticos. Nadie sale ileso de un padre vivo, mucho menos de uno que se ha marchado.

A la figura del padre se han dedicado las páginas más hermosas y terribles de la literatura universal. Hubo padres cuya crueldad fue infinita, dentro y fuera de los libros. Los hubo violentos y alcohólicos, como el de Huckleberry Finn o tiránicos como en el Falkner de Mary Shelley; también de carne, hueso y abrasadora frialdad, como Herman Kafka, aquel comerciante textil a quien nada le pareció jamás lo suficientemente bueno y que hizo sentir a su hijo, Franz Kafka, como un insecto o un hombre obligado a defenderse sin saber de qué se le acusa. Toda paternidad entraña una grieta. Acaso porque ninguna relación de trasferencia de vida ha conseguido escapar de la fractura. Dar amor y recibirlo puede llegar a ser el mayor de los desastres. O no… Del extenso muestrario literario sobre el padre, he aquí una selección de libros escritos contemporáneos sobre una figura tan señalada.

La mayoría de los autores abordan la figura del padre una vez que éste ha muerto, como para subrayar la relación entre escritura y orfandad. Ese hueso que rompe en los corazones de quienes están vivos. Ése fue el caso del estadounidense Paul Auster. Una mañana de enero de 1979, el escritor se enteró de que su padre había muerto. Entonces se sentó a escribir La invención de la soledad, el libro que él mismo ha llamado el “comienzo de todo”, porque es justo a partir de esta novela familiar que se asientan los elementos clave dentro de su obra y que reaparecen incluso en novelas más recientes como 4 3 2 1 (Seix Barral). La invención de la soledad, el título que nos ocupa en este caso, se divide en dos partes: Retrato de un hombre invisible, una especie de ajuste de cuentas con un padre frío y distante a quien Auster ilumina con un episodio de la historia familiar. A esa sigue El libro de la memoria, en cuyas páginas Auster se concibe como hijo huérfano a la vez que se retrata en la reflexión de sí mismo como padre.

Herman: un agente de seguros jubilado, un hombre que fuera fuerte, lleno de genio y de encanto, que a sus 86 años lucha contra un tumor cerebral. Para muchos, este fue el mejor personaje de Philip Roth. Sin duda: era su padre, el ser que protagoniza Patrimonio, una historia verdadera a partir de la cual Roth elabora un inmenso alegato de amor. Un retrato universal en el que el autor de Pastoral americana traza los mimbres de la relación padre e hijo, pero también la vulnerabilidad que produce el amor cuando se acerca la muerte. En este libro Philip Roth describe la entrega de quienes desean vivir y por eso luchan. Aquello que Herman Roth procuró con su propia vida y de lo que Roth da cuenta como el más valioso patrimonio que su padre legó para él.

Dentro de esta selección hay libros publicados recientemente. El primero Entre ellos (Anagrama), de Richard Ford. Este volumen publicado en castellano hace tres años reúne dos textos escritos con 35 años de diferencia. Uno de ellos se publicó en 1986 cuando murió su madre, Edna. El segundo, hasta entonces totalmente inédito, traza un retrato de su padre, Parker, quien murió de un ataque al corazón cuando Richard Ford tenía 16 años. El lector asiste a una narración que aboceta el perfil de un viajante, alguien siempre ausente de casa que recorría Norteamérica vendiendo de puerta en puerta. A ese retrato del padre se suma el de Edna, su madre, una mujer que con apenas cuarenta años debe enfrentar la viudedad y la educación de un niño, sola. La suma de ambos retratos genera mucho más que una hermosa novela autobiográfica. Se trata de una foto de conjunto de la sociedad norteamericana.

Ordesa (Alfaguara), de Manuel Vilas, se adentra en estos territorios. Un libro duro, escrito con belleza y desgarro. Todo en este libro ocurre a partir de la muerte de la madre de Vilas, sin embargo ese solo hecho abre la exclusa de una historia familiar, una historia íntima de España. En Ordesa Vilas se cuenta y se retrata como habitante de un tiempo y un país hecho del mismo afecto estrujado y escarmentado de su padre y su madre. Páginas en las que nos descubrimos vulnerables. Páginas de una poesía y belleza hasta cierto punto insoportables y justamente por eso imprescindibles. Lo bello, casi siempre, lesiona. Y éste es el caso. Recientemente el escritor Paco Bescós publicó Las manos cerradas. Ser padre de una niña con parálisis cerebral en su primera infancia (Sílex). Escrito con honestidad y afeitado de cualquier discurso voluntarioso, lastimero o iracundo, Francisco Bescós, Paco, retrata al gran personaje de estas páginas: su hija Paulina, que nació con parálisis cerebral y cuyo crecimiento y evolución él relata en este libro.

En el registro memorialístico, un libro se impone sobre todos, y consigue permanecer intacto a pesar del paso del tiempo. Un libro que comienza muchos años atrás en el tiempo: el día 25 de agosto de 1987, hace ya 30 años, cuando dos sicarios dispararon contra el profesor Héctor Abad Gómez. Lo esperaron a la salida de la sede Sindicato de Maestros de Medellín y le dieron muerte. Tenía 65 años. En el bolsillo de su pantalón, Abad llevaba escrita en un papel una lista de amenazados que lo incluía a él y, copiado a mano, el primer verso de un poema de Jorge Luis Borges : "Ya somos el olvido que seremos...”. Con ese verso, su hijo, el escritor colombiano Héctor Abad Faciolince, tituló el libro que dedicaría a este episodio. Lo publicó en el año 2006. Fue el noveno libro de Faciolince y en sus páginas reconstruye con amor y sinceridad el retrato de aquel médico humanista al que mataron a tiros a la salida de su despacho. El olvido que seremos mitiga un dolor –propio y colectivo-, al mismo tiempo que supone una joya recientemente adaptada al cine por Fernando Trueba.

Otras dos obras sobre el padre escritas en clave autobiográfica se unen a la de Héctor Abad. La primera es Tiempo de vida (Anagrama) un libro con el que el escritor Marcos Giralt consiguió reconciliarse no sólo con la figura de su padre –con quien llegó a tener una relación complicada y distante- sino también con su propia escritura, que a partir de ese libro retomó la fuerza y elegancia del mejor Giralt, reconocido con el Premio Nacional de Literatura en 2011.

A esa sigue Examen de mi padre (Alfaguara), de Jorge Volpi. Este título no es exactamente una novela, tampoco unas memorias. Es una historia crepuscular: la de un afecto y una nación. En sus páginas descubrimos a un Jorge Volpi que había tardado años en mostrarse y que podríamos haber perdido la ocasión de leer, de no ser por ellas. Un libro brillante en el que Volpi repasa la compleja figura de su padre. Escrito a través de diez ensayos, el mexicano elige el espíritu de su padre cirujano y elabora una metáfora propia y colectiva de la disección. Diez partes del cuerpo, para contar algo más. La mano… del poder; el oído… de la armonía y la emoción desbordada; la piel… y su memoria. En estas páginas coinciden padre y país, ambos camino hacia la muerte.

Sobre la figura del padre destacan varios libros. El primero de ellos es La carretera, de Corman McCarthy. Se trata de la historia de amor de un padre por su hijo en un mundo destruido, despojado de toda humanidad y belleza, sobre el que sólo llueve la ceniza. Un hombre y un chico cruzan a pie el territorio norteamericano en dirección al sur. No hay comida y de la tierra no brota nada. Bandas de caníbales asolan el país y la muerte amenaza en cada sitio. En medio de tanta oscuridad, en ese mundo apagado de sí mismo, lo que permite al lector avanzar es la luz del amor que siente un hombre por su hijo. Es eso lo que ilumina esta hermosa y terrible novela con la que McCarthy ganó el premio Pullitzer en 2007.

Una última selección completa la biblioteca del padre en la ficción. Se trata de la novela Derecho natural (Seix Barral), en la que el escritor Ignacio Martínez de Pisón retrata los conflictos familiares que terminan por escalarse en asuntos ciudadanos, una constante y prodigio de su obra. Ambientada entre 1969 y 1989, Derecho natural transcurre en el espacio histórico de La Transición. Pisón narra la vida de una familia desastrosa, desestructurada, cuyos triunfos y derrotas retratan las peripecias de la gente corriente. Seres que viven una época de cambio: una España en la que la democracia desembarca, en la que las leyes están por escribirse y en la que todo puede ir –o no- a mejor. Dos personajes marcan esta novela: Ángel, el narrador, y su padre: un errático actor de películas de serie B e imitador de Demis Roussos, quien tiene una irrefrenable tendencia a la huida. Sus apariciones y desapariciones estelares dejan huellas invisibles pero indelebles en cada uno de sus cuatro hijos, en especial de Ángel. Una historia tierna, hilarante, pero no por ello menos desoladora, con esa rara justicia que tienen todos los estropicios.

Vozpópuli




Ver más artículos de Karina Sainz Borgo en