Lupe Victoria Raymond Yolí acumuló mucha popularidad, sin poder saborear la felicidad.
Un Terremoto llamado La Lupe
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A cambio recibió abundantes reconocimientos, premios compensatorios, los siempre anhelados bienes materiales y el confort que tanto procuró para contrarrestar su difícil pasado

Por Eleazar López-Contreras


Si bien lo hizo en el Teatro Teresa Carreño hace un pocotón de años, la irreverente y estrafalaria cantante alemana Nina Hagen escandalizaba a todo el mundo son su grotesco look y sus atrevidos gestos, que incluían batir a diestra y siniestra —pero más hacia el frente y hacia atrás— un inmenso, grueso y peludo rabo de perro entre las piernas. La versión cubana de Nina Hagen fue La Lupe (Lupe Victoria Raymond Yolí), cuyas temperamentales travesuras, si bien más comedidas (y también más genuinas), incluían quitarse los zapatos y despojarse del moño y lanzarlos al público, además de ser una amenaza para los músicos en el escenario. En 1958 Guillermo Cabrera Infante describió una de sus tumultuosas actuaciones: “La cantante se golpeaba, se arañaba y finalmente se mordía las manos, los brazos. No contenta con este exorcismo musical, se arrojaba contra la pared del fondo, dándose trompadas con los puños y con uno o dos cabezazos se soltaba, literal y metafóricamente, el moño negro. No contenta con aporrear el decorado, atacaba al piano y agredía al pianista con una furia nueva. Todo ello, es milagroso, sin dejar de cantar ni perder el ritmo”.

Esta forma desinhibida de expresarse con libertad era totalmente inconveniente para la intolerante revolución castrista, que enfrentaba a cualquier tipo de manifestación que juzgara contraria a sus ideales, sobre todo en lo artístico, que era considerada un área particularmente sensible. Por eso llegó el momento en que el avasallante arrastre de la incontrolable cantante terminó por resultarle definitivamente incómodo al nuevo régimen, que prontamente la conminó a marcharse, alegando que con el “lupismo” no se iban a construir escuelas en Cuba. La advertencia se la hizo Celia Sánchez, guerrillera y colaboradora de Castro, lo cual forzó la salida de Cuba de la cantante al exilio para siempre.


APARECE EN NUEVA YORK

La Lupe se fue a México y apareció en Nueva York, donde realizó algunas grabaciones con Mongo Santamaría. Allí el ojo clínico de Tito Puente reconoció el talento de la temperamental cantante y la contrató. El resultado inmediato fue un disco que la catapultó a la fama internacional y oxigenó la carrera de Puente, permitiéndole mostrar su versatilidad. Después siguieron otros LPs, pero no tan exitosos como el primero, hasta que La Lupe anunció su decisión de abrirse camino por sí sola, en busca de más cartel y dinero. Cuando se separaron comenzaron a ocurrir cosas muy extrañas; pero, en el ínterin, y ya con esa mira de independizarse, todavía con la orquesta, grabó música venezolana que incluía un contrapunteo al estilo llanero (en el que fue llamada “la morena con más sabor del Caribe”). Curiosamente, el álbum incluye Ódiame, que es un vals peruano, porque ella se empeñó y no hubo quien la hiciera entrar en razón porque ella era muy voluntariosa.


SURGE Y DESAPARECE EL LUPO

Al eventualmente verse sin la cantante, que en realidad —y la verdad sea dicha— le debía su figuración inicial a su respaldo profesional, basado como estaba en su propio cartel y prestigio de músico consolidado, Tito Puente aprovechó la primera ocasión para demostrar que además de ser maestro en la música también podía serlo de la sátira. Pronto tuvo la ocasión de tomar venganza por la deserción de la indómita cantante. Es así como en sus siguientes actuaciones en el carnaval de Caracas, Puente anunciaba a El Lupo, una grotesca caricatura de La Lupe que era una mordaz parodia a cargo de un transformista que interpretaba el mismo repertorio y gesticulaba como la cantante. Tite Curet Alonso resume el asunto y el desenlace de esta absurda comedia: “Ella era un torbellino. Cuando se fue de la orquesta, Tito se buscó a un cantante boricua, que llamaban El Lupo (Hiram Velásquez, que se presentaba como Lupo el Fantástico).

Una vez estaban en el Teatro Puerto Rico de Nueva York y allí llegó La Lupe con una .45, se le metió en el camerino y le dijo que no iba a permitir que él viviera de su cartel. El Lupo salió corriendo y más nunca cantó”. En el ínterin, La Lupe comenzó una carrera de grabaciones con diferentes músicos, comenzando con Chico O’Farrill, a quien le exigió recortar el puente instrumental de cada tema (boleros incluidos), alegando que los arreglos debían ser hechos para escucharla cantar a ella y no para escuchar a la orquesta. Al encargar los arreglos truncos, alguien se envalentonó y le preguntó que si todo era como ella decía, ¿por qué no hacer el disco a capella? Su contundente respuesta fue: “Yo no canto en capillas ni iglesias, porque soy pecadora”. Su respuesta denotaba humor.

La Lupe decía que a ella no la olvidarían, pero la inocua salsa romántica de nuestros días opacó a los boleristas de fuerza como ella, cuyo estilo fue precursor de las irreverencias de Madonna. No obstante, a La Lupe la recuerdan los conocedores y los intelectuales, para quienes no quedaron atrás su Puro teatro, El adiós y Qué te pedí, cuyos griticos (¡ay, ay, ay!) los sacó de un disco de Tin Tan (que además de cómico era un buen vocalista, que cantó como el oso Balú en El libro de la selva de Walt Disney). A sus exitosas grabaciones posteriores le siguieron vertiginosas presentaciones importantes: Carnegie Hall, Teatro Apollo (donde se quitó toda la ropa en la mitad del espectáculo) y apariciones en la televisión norteamericana.

Para ese tiempo, ya la cantante abrazaba la santería, apareciendo toda de blanco en las carátulas de sus discos y haciéndose llamar La reina del Latin Soul. Esta estrategia le permitió ampliar la base de su público, pero lo que también se amplió fueron sus problemas, pues eventualmente perdió sus propiedades y pertenencias en una absurda cadena de accidentes y tragedias, hasta que todo ello acabó con su carrera y con su salud, de una forma tan dramática como lo eran sus torrenciales presentaciones. Lo que ahora queda de ella es su legado musical, incluyendo el elogio recordatorio de un espectáculo ideado y presentado por la actriz versátil Mariaca Semprún.

En el balance final se puede decir que, gracias a su talento acumuló mucha popularidad, sin poder saborear la felicidad; sin embargo, a cambio recibió abundantes reconocimientos y premios compensatorios (veinticinco Discos de Oro) y los siempre anhelados bienes materiales y confort que tanto procuró para contrarrestar su difícil pasado. Tan pronto como vio que alcanzaba el éxito artístico y material, comenzó a gastar. Parte de sus ingresos los invirtió en una colección de abrigos de armiño (el primero lo exhibió, retadora, en una esplendorosa tarde de toros en el Nuevo Circo de Caracas donde su entrada paralizó la corrida, toro y torero incluidos, lo cual ocurrió cuando apenas había grabado su primer LP con Puente). También se empeñó en la adquisición de innecesarios automóviles (dos Lincoln Continental, un Cadillac, un Granada y un Pinto).

Salió de Manhattan y se compró una enorme casa (en Fort-Lee, New Jersey) que había sido de Rodolfo Valentino. ¿Y para qué tanto?
Posiblemente para suplir sus carencias de niña, cuando para comer sólo disponía de pan untado con aceite en una humilde vivienda donde, en lugar de cariño, recibía dos cosas por igual: (1) el estricto trato de su padre (a quien apodaban el Capitán Malacara); y (2) palo parejo de su madrastra.


QUÉ TRISTE FUE EL ADIÓS

Después de tener fama y fortuna, vinieron el cenit y el inevitable nadir —el auge y la caída—,
además de más palos de su agresivo esposo. A esto se le sumaron su salida del sello disquero, crecientes deudas por impuestos y un derroche ilimitado en santería y otras
extravagancias. Esto terminó por resquebrajar la fortaleza de la impetuosa y díscola cantante, a tal punto que un LP de 1993, inspirado en el título de una película de Almodóvar, se llamó La Lupe al borde de un ataque de nervios, si bien eso pareció simple retórica pues, en la portada, la cantante no lucía, para nada, nerviosa sino que, en la foto para la portada del disco, aparecía muy alegre y sonreída. Pero su vida subterránea se hacía añicos y, entre tanto desbarajuste personal y profesional, cuando la fama le imponía un delicado balance y dominio entre ambas facetas de la vida, a la cantante le faltó una dosis de autodisciplina, tan indispensable para mantenerse a flote en el implacable mundo del espectáculo, pues es allí cuando los valores sustantivos de la clase media salen a relucir como tabla de salvación.

En este sentido, no pensó que fácil es llegar; pero, que lo realmente difícil, es mantenerse. Al final de su trágica vida personal, perdida la mansión que era de Valentino, perdido un nuevo apartamento por incendio y perdida hasta la salud; pobre, sola y abandonada, La Lupe encontró la paz espiritual en el evangelismo. Los visos de tragedia yacen en el hecho de que se encontró a sí misma y encontró a Dios cuando era demasiado tarde. No obstante, la conversión la redime.

Ahora sólo quedan sus discos y una subcultura de admiradores en la que no pocos intelectuales la consideran genial, y hasta un “genio”, que fue como ella misma dijo que la
catalogó Picasso, quien no fue el único en reconocer su original talento. Lola Flores, su ídolo, la bautizó como “la reina gitana”. Hemingway la llamó “la creadora del arte del frenesí”; Sartre, “un animal musical” y Cabrera Infante, “un fenómeno fenomenológico”, sin olvidar que Susan Sontag la etiquetó como “uno de los fenómenos camp (exagerado) de nuestra época al lado de El lago de los cisnes, King Kong y las lámparas Tiffany”. En todo caso, como Shakespeare dijo que el mundo es un escenario donde todos somos actores, La Lupe tomó esto en serio y vivió su vida como en un teatro; y así fue como fue vista y admirada en Caracas, como ocurrió en el Hotel Macuto-Sheraton, en el Tamanaco y también en unos carnavales con negritas en El Molino en Chacao (de Toni Grandi, el mismo del “Toni de la Plaza Vzla.”), donde la orquesta de Tito Puente alternó con la de Aldemaro Romero.

Pero fue después, a partir de los ochenta, cuando abrazó por completo la santería y se rodeó de babalaos, que ya venían rondando en su vida, desde su matrimonio con Willie García, excantante de Ray Barretto, lo cual terminó dejándola fuera de combate. Finalmente fue abatida por la vida… y por los robos de los que fue víctima ¡por parte de esos mismos babalaos! Además, peleó con su sello (Tico) cuando Morris Levy y Pancho Cristal le dieron más cartel a Celia Cruz. Cuando el sello pasó a Fania, al quejarse ante ellos (Jerry Masucci y Johnny Pacheco), acusando a Pedro Knight, el esposo de Celia, de ser “palero” (que se comunica con los espíritus, en la Santería cubana), la normalmente pacífica Celia Cruz, contra atacó como una fiera. La Lupe había ganado muchas batallas, pero esta vez cazó una desigual y perdió; entonces, sin el poderoso sello que la respaldara, y teniendo a Tito Puente en la acera de enfrente, su carrera comenzó a dar tumbos, hasta que se fue tambaleando y cayó en un hoyo, del cual la sacó Bobby Cruz, cantante y socio del pianista Richie Ray, quien la atrajo hacia la Biblia para permitirle terminar su vida, arrepentida de tantas loqueras y, por supuesto, en paz consigo misma.




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