Por Alfredo Toro Hardy: A los Estados y a las empresas no les queda otra opción que la de apostar por la ambivalencia.
Peligra la globalización
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La visión estratégica resulta fundamental para países y empresas. A partir de ella es factible planificar e invertir bajo un marco razonable de certidumbre. Esta, sin embargo, no es posible en cuanto al futuro de la globalización y del comercio mundial se refiere. Dos poderosas fuerzas de la naturaleza contrapuesta actúan sobre ellos, haciéndose imposible determinar qué significan los parámetros terminará prevaleciendo. Mientras una de ellas los refuerza, la otra los debilita y amenaza su supervivencia.

Un favor de la globalización juega la convicción de que este fenómeno tiene todavía un papel muy importante que jugar. Ello se asocia con las llamadas cadenas de suministro y cadenas globales de valor, así como con la llamada Nueva División Internacional del Trabajo. Entre quienes apoyan el reimpulso de la globalización encontramos a las economías del Este de Asia y la India, grandes beneficiarios de esta. Allí encontramos también la iniciativa del Cinturón y el Camino, el Banco Asiático para el Desarrollo de Infraestructuras y los múltiples acuerdos de libre comercio e integración económica que proliferan en Asia y en la Cuenca del Pacífico. En ese grupo de apoyo a la globalización encontramos también a las llamadas ciudades globales (Londres, Nueva York, etc.), commodities y de la nueva industrialización. Además, este bando incluye el complejo institucional que gira alrededor del comercio internacional, así como los múltiples intereses económicos vinculados a este. En términos geográficos el Este de Asia, con China a la cabeza, encarna la mayor fuerza expansiva del comercio internacional.

En contra de la globalización juega la convicción de que ha generado el desplazamiento económico de un número ingente de trabajadores en el mundo desarrollado. Ello se ha traducido en radicalización política, proliferación de aranceles y guerras comerciales. También los saltos tecnológicos que apuntan a la obsolescencia de los procesos de externalización de manufacturas y servicios socavan a la globalización, solo que lo hacen por la vía de los hechos. Esto último conduciría a la producción, cerca del punto de consumo, no solo de manufacturas sino también de energía, alimentos y nuevos materiales llamados a reemplazar a los recursos naturales tradicionales. Más aún, podríamos ofrecer servicios externos al otro punto del planeta, cuando la tecnología digital podría prestarlos en casa a costos más rentables. Así las cosas, Se produce una convergencia en el terreno práctico entre las fuerzas políticas del mundo desarrollado que rechazan los costos sociales de la globalización y la llamada Cuarta Revolución Industrial. El que esta última está llamada a agudizar los problemas sociales planteados, no impide que ambos fenómenos vayan restando viabilidad a la globalización.

El rechazo de la globalización se identifica con la Administración Trump, con el Brexit y con los poderosos movimientos que desde la izquierda y la extrema derecha europea y estadounidense se oponen a sus costos sociales. Esto ha conducido al fortalecimiento de los extremos políticos; al populismo; al regreso del proteccionismo; al avance del euroescepticismo; al altermundismo; al debilitamiento del centro y de los partidos tradicionales; a la radicalización de los partidos conservadores; a las dificultades para obtener mayorías parlamentarias que garanticen la conformación de gobierno y hacia alianzas disímiles que afectan la gobernabilidad. El fenómeno de las migraciones ha contribuido a afianzar la fortaleza de la pequeña aldea frente a la aldea global, convergiendo también en el rechazo a la globalización. La Cuarta Revolución Representación industrial, sin embargo, una amenaza aún mayor a la globalización. Ello, en la medida en que va camino a generar un desacoplamiento entre las naciones con sistemas tecnológicos avanzados y las máquinas atrasadas.

Aunque la naturaleza y fortaleza de ambos bandos resultaron claras, el éxito de cualquiera de ellos está aún lejos de serlo. En ambos se evidencian contradicciones que podrían frustrar sus objetivos. Ejemplo emblemático de ello lo brindaría China, alcalde soporte a la expansión de la globalización y al mismo tiempo paradigma de nacionalismo duro y asertivo. La política de "agarrar con las dos manos", a continuación por Pekín, apunta simultáneamente a la globalización y al nacionalismo. Así las cosas, la confrontación entre la aldea global y la pequeña aldea resultaron aún demasiado fluida y sujeta a importantes inconsecuencias estratégicas.

Bajo tales circunstancias, cualquier forma de visión estratégica resulta imposible. A los Estados ya las empresas no les queda otra opción que la de apostar por la ambivalencia. Es decir, mantener abiertas todas las opciones sin definir un curso de acción precisa.