Por Arlán A. Narváez-Vaz R.
Zimbabwe (Zimbabue en español) es ampliamente conocida en el mundo por ser uno de los países más pobres de África, aunque en sus tiempos como colonia británica, entonces llamado Rodesia, se perfilaba como una de las economías más prósperas y prometedoras de ese continente; sin embargo no puede dejar de decirse que el régimen colonial determinaba profundas diferencias económicas y sociales que, obviamente, favorecían groseramente a la minoría blanca. No está de más recordar que Rodesia era ampliamente conocida por sufrir un régimen de apartheid incluso más estricto y cruel que el de su vecina Sudáfrica. En los recuerdos de mis lecturas de niño, sobre todo de una colección de libros llamada “Tesoros Juveniles”, se me quedaron grabados dos aspectos relacionados con Zimbabwe: primeramente el conocido episodio del encuentro entre el doctor David Livingstone, legendario médico, misionero y explorador escocés, y Henry Stanley, periodista y también misionero, a quien enviaron para ubicar el paradero de aquél. Al encontrarse, como no se conocían previamente, Stanley lo saludó con la famosa frase “Dr Livingston, I presume” (“Dr Livingston, presumo”). Debo aclarar que posteriormente he leído que este encuentro se produjo más al norte, en lo que hoy es la República de Burundi.
El segundo recuerdo me quedó de un relato donde describían el rio Zambeze y las espectaculares Cataratas Victoria (Mosi-oa-Tunya, en idioma nativo: “el humo que truena”), que rivalizan con las de Iguazú como las más extensas del mundo por tener ambas cerca de 2 kilómetros de extensión, aunque Victoria cae de mayor altura, 108 metros (el doble de las del Niágara), frente a 80 metros de Iguazú. Por cierto, el descubridor de las Cataratas Victoria fue el citado Dr. Livingstone, en honor a quien se erigió una estatua en el extremo oeste de las cataratas. El nombre nativo describe fielmente el lugar ya que desde bastante distancia se oye el rugido (“trueno”) de la caída de agua y ésta forma una especie de neblina formada por gotículas que se elevan tras el impacto de la caída, empapando a quienes la admiran de cerca.
Una de las cosas que más me impresionó de la corta visita que hice a Zimbabwe fue lo descarado y extendido de la corrupción; nuestro primer encuentro con ella lo sufrimos en la misma aduana, para entrar desde Botswana, donde nos exigieron un pago en dólares sin justificación ni recibo. A nuestro regreso a éste país, en la propia frontera hay un gigantesco aviso, para que se vea claramente desde Zimbabwe, que dice: “Advertencia: Botswana tiene una política de CERO tolerancia a la corrupción”; aunque no tiene nada que ver con lo señalado, también me llamó la atención un camión estacionado en la aduana con una decoración que decía “Hakuna Matata”. En este punto hay que destacar que ambos países siguieron una evolución radicalmente opuesta, Zimbabwe que lucía como una de las economías más prometedoras de África, fue convertida por las desastrosas políticas socialistas autoritarias, en uno de los países más pobres del continente, mientras que, en contraste, Botswana, originalmente uno de los países más pobres y atrasados, gracias a una democracia liberal multipartidista, con respeto a la división de los poderes y a la libre empresa, se ha venido convirtiendo en una economía próspera con creciente bienestar y progreso para sus habitantes.
La catástrofe económica y social de Zimbabwe está estrechamente vinculada con Robert Mugabe, ex militar con pretensiones mesiánicas, autoritario y populista, inspirado por ideas socialistoides, quien se atornilló en el poder por casi 30 años mediante triunfos electorales (aunque con denuncias de abuso de los recursos del Estado en las campañas electorales, manipulación de votos, intimidación y fraude) y un control militante del Poder Judicial y del Poder Legislativo. Su discurso encendido contra los empresarios, a quienes culpaba de la pobreza del pueblo, le ganó amplio apoyo en la población que aplaudía sus políticas de expropiación de las productivas granjas agrícolas que sostenían la economía del país. Caricaturizando su gestión no es difícil imaginar a Mugabe pasando por una exitosa granja mientras ordenaba destempladamente: ¡exprópiese!, a la par que las masas coreaban: ¡así, así, así es que se gobierna! Ocurre que a los mandatarios intoxicados de populismo demagógico decorado con socialismo autocrático les cuesta trabajo entender que los errores en economía siempre los pagan cruelmente los más pobres y necesitados, a quienes, paradójicamente, los usan como excusa para justificar la destrucción de la iniciativa privada, principal fuente de la prosperidad económica de cualquier país.
La destrucción de la capacidad productiva junto con la irresponsable emisión de dinero sin respaldo llevaron a que se presentara en Zimbabwe un severo proceso hiperinflacionario que condujo a dos consecuencias inevitablemente asociadas con ello: ante todo un agravamiento del proceso de empobrecimiento de la población y, a la par, la destrucción del poder adquisitivo y del dinero. Esto último se ve patentemente en la emisión de un billete con valor nominal de 100 trillones de dólares zimbabwenses (en nuestra unidad de cuenta serían 100 billones o, lo que es lo mismo, 100 millones de millones), con un valor original equivalente a 30 dólares de los Estados Unidos. El nivel de incompetencia del régimen llegó hasta la absurda prohibición legal de la inflación, que condujo a mayores controles y penalidades contra los empresarios, empeorando consecuentemente las limitaciones en la producción. Ante el caos económico tan profundo en el 2014, el régimen comienza a tolerar el uso de otras monedas más estables, como el rand sudafricano y el dólar estadounidense, conviviendo con el dólar zimbabwense. Por fin, en junio de 2015, se retiró de circulación el dólar zimbabwense y se adoptó el uso libre del rand sudafricano y el dólar estadounidense, lo que condujo a una forzada disciplina fiscal y monetaria por la eliminación de la emisión de dinero sin respaldo y, consecuentemente, a controlar la hiperinflación.
Esta descripción de Zimbabwe podría recordarle al lector un caso sumamente parecido (salvo por la decisión sobre la moneda local), no en África sino más cerca, muchísimo más cerca de nosotros, en un país tan parecido a lo descrito que podría llamarse Zimbabzuela. En Zimbabzuela, que llegó a ser un país sumamente próspero y polo de atracción mundial para quienes venían de otras partes del mundo en busca de progreso y bienestar, la destrucción de la economía ha llegado a niveles tan absurdos que, a pesar de ser un país con extensas reservas petroleras, debe importar gasolina y hay racionamiento de gas, de agua, de electricidad, por no abundar en sus muchas otras penurias económicas. No se ha llegado, por ahora (frase icónica), a la emisión de un billete de 100 billones, pero se emitió un billete de 50 mil que, si se le agregan los 8 ceros que le han quitado para disfrazar la pérdida de valor de la moneda, ¡equivale a 5 billones, o sea 5 millones de millones! ¡Cosas veredes, Sancho!