Las tendencias monetaristas e intervencionistas disputaron la problemática de enfrentar la inflación. Friedman y Galbraith fueron protagonistas
Hace 50 años: debate economico en la presidencia de Nixon
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Por Luis Ernesto Fidhel Gonzales

Existe la impresión particularmente durante las presidencias demócratas de Kennedy y Johnson (1961-1969) se disfrutó de cierta estabilidad de precios en la oferta de bienes y servicios que haría colapso en la década de los setenta iniciándose la presidencia republicana de Nixon. John Galbraith (1908-2006) señala en los años cincuenta y a comienzo de los sesenta, los Estados Unidos y el dólar representaron puntos fijos en la política económica internacional y otros países adoptaban su acción a ese factor conocido; pues los precios americanos eran estables y los dólares eran un activo seguro que se deseaba tener. La inestabilidad en los Estados Unidos y la consiguiente inflación en los otros países industriales a finales de los años sesenta pusieron fin a esta armonía.

El historiador Paul Kennedy señala que tanto Kennedy como (todavía más) Johnson se habían comprometido a aumentar los gastos domésticos, tendencia ya perceptible antes de 1960. Sin embargo, ninguna de ambas administraciones quiso asumir el costo político de aumentar los impuestos para pagar la inevitable inflación. Resultado de esta política fueron déficits, años tras año, del Gobierno Federal, la gran elevación de los precios y la creciente falta de competitividad industrial norteamericana, lo cual trajo a su vez consigo mayores déficits en la balanza de pagos, la reducción impresionante de las inversiones de empresas estadounidenses en el extranjero, y después el giro de éstas últimas hacia el nuevo instrumento de los eurodólares.

El economista Milton Friedman (1912-2006) partía del hecho que la inflación no era un fenómeno exclusivamente del capitalismo; siendo exclusivamente monetario; siendo solo el principio de las respuestas sobre las causas y las soluciones. Aseverando resultaba “sencillo” encontrar un remedio y, sin embargo, su puesta en práctica resultaba difícil. Del mismo modo que un aumento excesivo en la cantidad de dinero es la “única causa importante” de la inflación, la reducción de la tasa de crecimiento de la oferta monetaria era el único remedio para eliminarla. El estado debería hacer crecer la cantidad de dinero a una velocidad menor. El problema radicaba en tener la “fuerza política” para tomar medidas necesarias.

Reiteraba, la inflación es principalmente un fenómeno monetario, provocado por un crecimiento mayor de la cantidad de dinero que de la producción, siendo el factor más importante el primero; la producción seria secundario. Muchos fenómenos pueden producir fluctuaciones temporales en la tasa inflación, pero los efectos sólo pueden ser duraderos en tanto en cuanto afecten la tasa de crecimiento monetario.

A medida que la inflación aumentaba, “más tarde o más temprano” dañaba de tal modo el tejido social, crea tal injusticia y sufrimiento que surge un verdadero sentimiento popular para hacer algo para reducirla. Una vez que avanzaba, su eliminación tardaba mucho y tenía consecuencias secundarias desagradables.

Por otro lado, un gasto público mayor no conduciría a un crecimiento monetario acelerado y a la inflación si ese gasto adicional se financia mediante impuestos o es dinero privado conseguido mediante préstamos. El único “camino alternativo” para financiar unos gastos públicos más elevados estriba en el aumento de la cantidad de dinero, constituyendo una alternativa a menudo muy atractiva tanto para el ejecutivo como para el legislativo norteamericano; permitiéndoles proporcionar bienes y servicios a los electores sin tener que aprobar impuestos para hacer frente a los desembolsos, y sin tener que pedir prestado a los ciudadanos.

Afirma no conocerse en la historia en que un periodo inflacionario haya acabado sin que se produjera una época intermedia de crecimiento económico lento y un desempleo mayor que el acostumbrado. No pudiendo evitarse los efectos secundarios que una solución a la inflación genera. Siendo el instrumento más importante para moderar estas consecuencias, consistía en reducir la inflación gradual pero continuamente, mediante una política anunciada de antemano y reciba apoyo de los distintos grupos del país de modo que sea creíble.

La razón de la progresividad y la notificación previa de la política económica antiinflacionaria que se va a poner en práctica consistía en dar a la gente tiempo para que reajuste sus acuerdos y medidas, e inducirlas para que lo haga. Los acuerdos a largo plazo – de empleo, de préstamo de dinero, de producción o construcción- dificultan la rápida reducción de la inflación y el intento por acelerar la disminución conduciría a la imposición de cargas pesadas sobre muchos individuos. Si se daría cierto tiempo, estos acuerdos podrían ser complementados, renovados o renegociados y pueden ajustarse entonces a la nueva situación.

Galbraith quien de alguna forma reivindica el keynesianismo; afirmaba que el mercado no se regula de forma natural; por lo que los gobiernos deben minimizar las fluctuaciones económicas. asevera que la necesidad de la “intervención directa” se manifestó desde los años cincuenta en el gobierno de Eisenhower, cuando pidió “numerosas veces” a sindicatos y corporaciones que moderaran sus exigencias de salarios y precios en interés de un mayor patriotismo y una mayor estabilidad de precios, reconociendo el papel decisivo del poder de éstos en lo tocante a la inflación. Después del reconocimiento de esta necesidad, solía explicarse que una intervención más efectiva era incompatible con el sistema de libre mercado.

La administración demócrata reconoció la necesidad intervenir, pues en importantes sectores de la economía en que las empresas son grandes o los empleados están bien organizados o ambas cosas a la vez; en estos sectores las partes privadas podían ejercer una considerable influencia en los términos de los convenios salariales o en la fijación de los precios. La intervención era esencial en la práctica, pues las normas orientadoras admitían que los precios y los salarios estaban sujetos al control de las corporaciones y los sindicatos; no siendo el reflejo del equilibrio del mercado. Ante el poder corporativo y sindical, no había sitio para la economía aceptada.

Galbraith calificó a Friedman por “conservador devoto y de principios”, veía en la política monetaria “la llave de la fe conservadora”. No se requería la intervención directa del Estado en el mercado. Esta solución no sería puesta a prueba en los años sucesivos; pero fomentó mucho la esperanza de que todos los problemas económicos podían resolverse por la “magia” de una dirección monetaria.

Asevera que los economistas de la administración Nixon al entrar en funciones en 1969, manifestaron su oposición a cualquier intervención en el mercado como cuestión de principio sustancial, siendo lo más importante, aunque chocase con las circunstancias. El mercado no era benévolo ni preeminente si tiene que haber una intervención del gobierno, para impedir la inflación y mejorar con ello su funcionamiento.

En años ulteriores, estos economistas atribuyeron la creciente y grave inflación al desbarajuste fiscal que había heredado, que a fuerza de repetirse fue ampliamente aceptada. Sin embargo, se precisa que tampoco fueron muy alarmantes los movimientos de precios que habría heredado la administración Nixon; pero estos les parecieron lo bastante grave para que firmemente se proclamara la resolución de ponerle fin.

En enero de 1969, Nixon señalaba “afinar bien” los asuntos fiscales y monetarios con el fin controlar la inflación. Insistiendo no estar de acuerdo con la sugerencia que la inflación pueda ser eficazmente controlada exhortando al trabajo, a la dirección y a la industria a seguir ciertas normas orientadoras. Para Galbraith, todo el daño posible estaba en minimizar la dirección de la economía, aunque fuese cada vez más necesaria. Así también, aunque se hizo referencia a las políticas fiscal y monetaria, se quiso confiar sobre todo en esta última.

Expreso la administración Nixon que “se oponía firmemente” al “plan Galbraith apoyado por muchos senadores demócratas”, plan consistente en la intervención de salarios y los precios. Observo que esta política solo era preconizada por “los extremistas de izquierda”. Posteriormente el “espectro extremista” dejo de acechar y el principio se derrumbó ante la abrumadora necesidad política. Los salarios y los precios fueron congelados, a excepción de los agrícolas y otros más.

Según Galbraith “Los controles no fueron seriamente administrados, dicho más exactamente, no fueron administrados en absoluto”. No se estableció ninguna organización seria para la administración en contraste con la Segunda Guerra Mundial y de la de Corea.

Nixon aseveraría que la decisión más difícil en el frente interno fue la económica. Se hizo evidente si los EEUU iba a mantener su posición competitiva en el mundo, se tenía que “tomar un medicamento muy fuerte” y también dárselo a los socios comerciales. Le preocupaba por estar comprometido con el libre mercado, pero estaría “muchos más preocupado” si esto lo hubiera hecho otra persona. No creía en los controles como “un fin en sí mismo o de forma permanente”. Como activista se tenía que sacudir a la economía norteamericana del lado de la inflación. Reiteraría, que todos deberían estar complacidos de que el pueblo estadounidense haya apoyado tan generalmente el congelamiento y los controles de los salarios y precios. Sin embargo, afirmaba que no quería eso, porque si la gente y esta economía se acostumbrará a esta muleta, “nunca la tiraremos”.

Según el TIME la congelación sobre la mayoría de salarios, precios, rentas y dividendos, más el recargo del 10%, sobre la mayoría de las importaciones y, finalmente la devaluación del dólar, serían las mayores de todas. Acotaba que Nixon había hablado muchas veces, hasta los últimos minutos, en contra de tales medidas. Pero al final se sintió obligado a actuar porque sus políticas económicas “firmes sobre la marcha” no estaban funcionando; un hecho evidente a principios de año para algunos de sus asesores económico cuyas advertencias fueron ignoradas.

Nixon había convencido a la Nación, de que el gobierno federal tiene el deber de intervenir en la economía cuando surge la necesidad, y que los déficits presupuestarios no son males en sí mismos. Diversos elementos de la economía estaban haciendo su mayor esfuerzo para cooperar en un sistema esencialmente voluntario de control de precios y salarios, seguros de que el Presidente consideraba con disgusto tales regulaciones. La proposición de garantizar un ingreso anual para cada ciudadano norteamericano; había tropezado con la violenta oposición de parte de los hombres de negocios y gente conservadora cuando lo plantearon los voceros del Partido Demócrata; la devoción de Nixon a la ética del trabajo y su larga ejecutoria de oposición a la intervención innecesaria del gobierno en asuntos de los estados de la Unión, había traído consigo un notable programa similar a punto de aprobarse “sin acrimonia injustificada”.

Conforme al TIME; el hombre clave para cambiar la opinión de Nixon fue el secretario del Tesoro, John Connally; quien había asumido el cargo a principios de 1971; siendo otra sorpresa y éxito, dándole a su gris administración un nuevo impulso y dinamismo. Había actuado tarde, pero bien en la economía nacional. Los trabajadores habían obtenido algunas concesiones importantes de la Junta de Salarios, y habían eliminado parte de la tensión psicológica de las directrices, disminuyendo así el sentido original de urgencia creado por la Administración. Muchos expertos eran optimistas acerca de la finalidad del programa y el TIME predecía una sólida recuperación económica para 1972.

Según Galbraith, la acción había conseguido sus fines en una medida entre moderada y notable. Se interrumpió el aumento del desempleo, y en 1972- 1973, hubo incluso pequeños descensos. Los precios al mayor permanecieron estables durante la congelación de últimos meses de 1971. La fase II, que siguió a la congelación, limito los controles, en términos generales, a los convenios sindicales y a los precios de las grandes corporaciones, es decir, a los sectores con poder de mercado. Esto reflejo, y no mal, la lógica de control. Observaba que la acción se había dirigido contra las causas, no contra los síntomas; los controles no era una simple interrupción de los aumentos de precios que volvieran a desembocarse si se eliminaban los controles.

Sin embargo – según Galbraith – nada de esto quiso decir que hubiese “muerto la antigua fe” en el monetarismo, y al mismo tiempo, se expresó la confianza de que los EEUU, no se enfrentaban con ningún problema de inflación que no se pueda controlar por una prudente política fiscal y monetaria. Por consiguiente, se podía prescindir de los controles.

En enero de 1973, el secretario del Tesoro, George Schultz, principal artífice económico de la administración Nixon, afirmo que seguía siendo contrario a esta política. Admitiendo que los controles habían funcionado bien en una “economía floja”, pero expreso el convencimiento de que funcionarían menos bien ahora que se estaba cerca del pleno empleo y eran más necesarios. Nixon había ganado la reelección, y se tomaron medidas para desmantelar los controles que se realizó de un modo irregular y con algunos retrocesos a lo largo de 1973. En conjunto, las políticas fiscal y monetaria fueron de hecho, “bastante prudentes”.

En otoño de 1973, se produjo la guerra del Yom Kippur, el embargo del petróleo y un gran aumento de los precios de éste. Economistas de la Administración Nixon echaron a esto la gran culpa de la inflación, observando Galbraith que tres cuartas partes de los aumentos de precios en 1973, se produjeron antes de la guerra y de que subiera apreciablemente el precio del petróleo.

Milton Friedman, sostenía que en esta ocasión se produjo un grave trastorno en el suministro exterior del crudo. El brusco aumento del precio del petróleo redujo la cantidad de bienes y servicios que se pudo disponer, pues se tenía que exportar más para pagar el petróleo que se importaba. El descenso de la producción hizo aumentar el nivel de precios. Pero sus efectos se hicieron sentir de “una sola vez”. Esto no provoco colas en las gasolineras en Alemania y Japón, que dependía por entero del petróleo importado; en cambio, las “largas colas” que se habían formado en los EEUU en las gasolineras en 1974, aunque se producía gran parte del petróleo que se consumía, se originó por la “una sola razón”, porque la legislación aplicada por un departamento ministerial, impidió que el sistema de precios funcione. El “sosegado funcionamiento” del sistema de precios que durante varias décadas habían garantizado a todos los consumidores la obtención de gasolina, según su conveniencia y con una espera mínima fue sustituido por la improvisación burocrática.

Galbraith asevera que en todas partes el precio más alto del petróleo fue considerado sumamente inflacionario. En los Estados Unidos ofreció una excusa valiosísima a la incapacidad de dominar la inflación

II
Nixon a través del secretario del Departamento de Tesoro Connally, en agosto de 1971, ordenó que se suspenda temporalmente la convertibilidad del dólar por oro, se interpretaba que se estaba poniendo fin a una de las bases de la economía internacional de la posguerra bajo la justificación de defender la fortaleza del dólar que se basa en la economía de la nación contra los especuladores de oro.

Hasta ese momento, el dólar estuvo vinculado como se estableció en la conferencia de Bretton Woods, comprometiendo al gobierno estadounidense a respaldar en el extranjero cada dólar con oro inclusive cambiarlos a razón de 35 dólares la onza, fijando un número al límite de dólares que el gobierno estadounidense podía imprimir y poner en circulación, otorgándole el estatus de moneda de reserva mundial. También todas las demás monedas suscribientes del acuerdo de Bretton Woods, estuvieron vinculadas al dólar por un tipo de cambio fijo, el cual este último era en teoría convertible en oro en cualquier momento. Como parte del conjunto de cambios políticos anunciados EEUU dejaron de suministrar oro a otros Bancos centrales.

Galbraith acota, a finales de los años setenta, la “filtración” de oro de los Estados Unidos se convirtió en un torrente; a lo largo de esta década, los ministros de hacienda, los Secretarios del Tesoro y los bancos centrales se reunieron a intervalos para estudiar lo que podía hacerse para remediar el creciente desorden en los asuntos monetarios internacionales. El oro tenía dos precios, el antiguo u oficial para las liquidaciones de cuentas entre los Bancos centrales y el nuevo establecido en el mercado libre por los traficantes particulares.

Una vez que los dólares no podían convertirse en oro, el gobierno estadounidense era libre de poner en circulación los dólares sin ningún obstáculo. Permitiendo que por medio de la Reserva Federal se comenzara a imprimir billetes de dólares, sin más respaldo que la confianza en el sistema financiero estadounidense. Las reservas de oro de los EEUU habían caído desde 1949, y desde el inicio de 1960, fueron negativas; pues se emitieron muchas más promesas de entregas de oro que no se podía cumplir.

Esta decisión produciría en teoría una inflación persistente, dando paso al sistema de libre fluctuación en base al dinero fiat, basada en la confianza de los agentes de divisas y respaldo por el estado. La medida fue anunciada con carácter provisorio con la finalidad de reequilibrar la economía del país, podría concluirse que no tenía carácter técnico sino político; pues la administración Nixon decidió priorizar asuntos internos por sobre sus obligaciones con el mercado internacional, evitando contraer la economía y finalizar del sistema de Bretton Woods.

Este cambio se oficializo en 1973, cuando George Shultz fue designado secretario del Departamento del Tesoro, significando la entrada del tipo de cambio flotante, el cual se entendía que los gobiernos no intervienen en el mercado de divisas y el mercado por si solo determinaba los valores de las divisas.

En la práctica la administración Nixon aplicó políticas monetarias expansivas para abordar el desequilibrio de la balanza de pagos estadounidense entre otras causas, porque se había importado más que lo exportado, a pesar que también se les atribuye a los gastos militares de la guerra en Vietnam. A comienzos de 1973, coincidiendo con el abandono de los controles de la Fase II, hubo una masiva conversión de dólares en otras monedas, debido a que esperaba una mayor inflación en los EEUU y una mayor devaluación del dólar – acota Galbraith-

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