El presidente Nixon propuso una “Revolución americana” en el plano interno. La política exterior no estuvo al margen; pero los logros fueron ensombrecidos, entre otras causas por el escándalo Watergate
Hace 50 años: Nixon contra el excepcionalismo
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Por Luis Ernesto Fidhel Gonzales

Henry Kissinger afirma que en la presidencia de Nixon se plantea una necesaria “gran revaluación” de la política exterior como un esfuerzo para mantener la posición del país en el mundo –incluía el proceso de sacar a los EEUU de la guerra en Vietnam- bajo la premisa objetiva que evidenciaban el fin del predominio norteamericano “casi total” en el escenario mundial: La superioridad nuclear de los EEUU se iba reduciendo y la supremacía económica era desafiado por el crecimiento económico de Europa y Japón. Aspecto que debilitaban los fundamentos ideológicos que se inició la Guerra Fría; coyuntura en el cual Nixon empezó su carrera política como representante de California a comienzo de 1947.
 
Bajo esta “gran revaluación”, Nixon se vio en la necesidad de guiar una transición del “predominio norteamericano” a un “liderato”, es decir compartir con otros estados o países el mantenimiento y estabilidad del sistema internacional; lo que planteaba una confrontación con la tradición del “excepcionalismo norteamericano” en materia de política exterior; cuyo corolario se adjudica a los ideales del presidente Woodrow Wilson (1913-1921) al respecto.
 
La dimensión de esta tradición se refiere esencialmente a la misión de los Estados Unidos en el mundo, es decir, su rol como defensor y difusor de los valores de la democracia y las ideas liberales, bajo la creencia que los EEUU, es una nación con un papel y rol especial en la historia de la humanidad, liberando así a los pueblos y naciones oprimidas. Esta misión o destino especial resultaba central en el mito fundacional de los EEUU.
 
Nixon en los primeros catorce años de su carrera política (1947-1961) se desempeñó como representante (1947-1950), senador (1950-1953) por California y vicepresidente (1953-1961), postulado por el Partido Republicano; sin duda se vio influenciado por la tradición y coyuntura política “excepcionalista” propia de la Guerra Fría que influyeron en los gobiernos de Truman y Eisenhower; particularmente por la consolidación soviética en Europa Oriental denominado “telón de acero” plasmado en la crisis de Berlín en 1948, la guerra de Corea, la guerra de independencia de Indochina bajo dominio francés y la crisis de Suez, entre otros.
 
Para aquellos momentos iniciales, Nixon era considerado un “radical anticomunista”. Perteneció al Comité de Actividades Antinorteamericanas, que funcionaba en el Congreso desde 1938, a partir de 1945, adquirió el carácter de permanente. El Comité tuvo la finalidad de realizar investigaciones a los sospechosos de subversión o propaganda que atacaran la forma de gobierno que garantiza la Constitución de los Estados Unidos de Norteamérica; obviamente se centró en los comunistas o quienes eran sospechosos de serlo cuya posición social les ofrecía ejercer influencia sobre los estadounidenses.
 
El representante Nixon tuvo notaria participación en el caso Alger Hiss, un oficial estadounidense imputado de ser espía soviético, que fue aprovechado por el partido Republicano para acusar a la administración Demócrata de debilidad en la defensa de la seguridad nacional. Como senador coincidiría con las actividades del senador por Wisconsin, Joseph Mc Carthy (1947- 1957) cuyas investigaciones se centraron sobre funcionarios sospechosos de la administración norteamericana de ser simpatizantes o espías soviéticos.

La evolución del sistema internacional bipolar al multipolar, que para Nixon era un hecho, en su primer mandato presidencial (1969-1973) intentaría conducir la política exterior norteamericana bajo parámetros más modestos. Desafiaría los “postulados excepcionalistas” sustituyéndolo por “interés nacional” y “hegemonía” por el de “equilibrio”; argumentando si las grandes potencias incluyendo los EEUU buscaban su “interés nacional” en una forma “racional y predecible” del choque de intereses en competencia surgiría un “equilibrio de poder”, para producir estabilidad, aunado a la consideración que un EEUU fuerte contribuiría esencialmente a la consecución de ese equilibrio.
 
Políticamente, Nixon cuando ejercería el gobierno, ya habría madurado intelectualmente – bajo la influencia predominante del profesor de Harvard Henry Kissinger- para rechazar las “posiciones excepcionalistas” vigentes desde el inicio de la Guerra Fría y que de alguna manera compartió en sus inicios en la política; desarrolladas en diverso grado e intensidad por sus antecesores presidenciales - Truman, Eisenhower, Kennedy y Johnson – que fundamentando la política de “contención al comunismo”; a la larga- según Kissinger- había ocasionado un estancamiento diplomático, anulando una serie de posibilidades para procurar la estabilidad del sistema internacional. Sin embargo, se acota, que Nixon actuó simultáneamente en dos esferas: Invoca la retórica wilsoniana para explicar sus metas, mientras se apeló al interés nacional para implementar sus tácticas.
 
Propuso exaltar el concepto de “interés nacional” y consecuentemente de “equilibrio de poder” como “norma básica” de largo plazo de la política exterior norteamericana, propiciando la “nueva estructura de paz”. Esto permitió abrir el acercamiento, entendimientos e incluso convergencias con la Unión Soviética y la República Popular China, que, en este último caso, se consideró la transformación geopolítica más importante del siglo XX, dejándose a un lado los prejuicios ideológicos para observar y aprovechar las ventajas objetivas que podrían favorecer la estabilidad en el sistema.

Por otra parte, con respecto a las cuestiones esenciales debería tratarse de avanzar en un frente “lo bastante vasto” para poner en claro que se observaba cierta relación entre las cuestiones políticas y militares. Teniendo en cuenta que la Guerra Fría era una relación adversa entre dos superpotencias, resultaba absurdo escoger una parte de esa relación para mejorarla, mientras el enfrentamiento continuaba en todas las demás; por ejemplo, no tenía sentido que un tema como el control de armamentos fuese una “prueba de fuego” para la perspectiva de paz, mientras las armas soviéticas fomentaban conflictos en el Medio Oriente y Vietnam.
 
Observo que la política exterior norteamericana se encontraba segmentada en una serie de iniciativas – individuales y aisladas – que se centraban en problemas sumamente específicos, rara vez enfocados desde el punto de vista de un concepto general. Los enfoques parciales, segmentados o aislados tenían portavoces numerosos y apasionados que, de una estrategia general, a menudo carente de defensores.Romper esta pauta se necesitaba un presidente “insólitamente fuerte y resuelto” y conocedor de las costumbres de Washington. Nixon estuvo convencido que el factor más importante para la fuerza y la cohesión de Occidente y para las posibilidades de paz es el liderazgo que proporcionaba el presidente de los Estados Unidos.
 
Los resultados de esta nueva política consideradas aceptables, llevaron a las visitas oficiales del presidente Nixon a Pekín y Moscú en 1972, como facilitar la decisión tomada de retirar las tropas norteamericanas de la guerra de Vietnam como prioridad enmarcado en la coyuntura electoral de la reelección de noviembre de ese mismo año. Bien observaba Kissinger; los EEUU no trataba de unirse a China en un “enfrentamiento provocativo” con la Unión Soviética. Pero se estuvo de acuerdo en la necesidad de doblegar las ambiciones geopolíticas de Moscú que era parte de un desafió uniforme al “equilibrio global” que debía ser resistido.

Kissinger reconoce el defecto a estas pautas de política exterior, en su falta de “resonancia emotiva” entre el pueblo norteamericano. Nixon a pesar que habría procurado la construcción de una “nueva estructura de paz” –lo destaca las publicaciones del Time sobre “Personaje del Año” correspondiente a 1972 y 1973 - la naturaleza de sí misma no llegó “al corazón ni a la fantasía” de una sociedad, en especial si se encuentra imbuida en la “tradición norteamericana del excepcionalismo”. La aceptación con relación a la noción de “interés nacional” tampoco resulto tan evidente; pues los grupos de dirigentes norteamericanos no se sintieron cómodos a falta de una tradición bien establecida como en Europa incluso China.

La posibilidad de emprender una tradición con respecto a este nuevo enfoque de política exterior en base al “interés nacional” tuvo poca oportunidad en la presidencia de Nixon. En su primer mandato, porque la sociedad norteamericana se encontraba desgarrada por las protestas en contra de la guerra en Vietnam, y la convicción que el gobierno se obsesiono por la amenaza del comunismo.

En su segundo mandato, Nixon se vería comprometido por el escándalo Watergate, no siendo probable que un presidente expuesto a enjuiciamiento fuese aceptado como propiciador de un esfuerzo para modificar el pensamiento tradicional, entre otro porque Nixon como sus subalternos presentaron su propuesta de una manera demasiado hiriente para “las tradiciones ideológicas norteamericanas”.

Sin haber sucedido el escándalo Watergate, Nixon acaso pudiera haber logrado encontrar apoyo de su país a su estilo de diplomacia, y demostrar que de hecho fuese el medio más realista para justificar el “idealismo norteamericano” en política exterior. La combinación Vietnam y Watergate impidió que surgiera un nuevo consenso ante estas pautas. Sin embargo, fue en el segundo mandato que se presenció un debate “extraordinariamente intenso” acerca del papel de los Estados Unidos en el mundo y en especial sobre su actitud en relación al comunismo – concluye Kissinger-. 


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