La estampida que marcó para siempre a una iglesia de Venezuela ocurrió el miércoles Santo de 1952, lamentable desgracia en uno de los templos católicos más visitados en Caracas
¡Fuego en la basílica!
      A-    A    A+


Por: Macky Arenas

A partir de ese hecho, comenzaron sanas medidas de prevención Al llegar la Cuaresma y durante la Semana Santa completa, pero espacialmente el Miércoles Santo, los caraqueños acuden a una de las basílicas más emblemáticas: Santa Teresa, en pleno corazón de la ciudad. Así fue desde siempre -y sigue siendo hoy – esta tradición vinculada a la fecha que consiste en la visita expresa a ese hermoso templo, inaugurado el 27 de octubre de 1881.

En la década de 1870, durante una de las presidencias de Antonio Guzmán Blanco éste, en su afán de crear grandes obras aunado a su rechazo a la Iglesia Católica, ordena la demolición de varios templos y conventos católicos, entre los cuales estaba el predecesor -la Iglesia de San Pablo -del que nos ocupa y que lleva el nombre en honor a su esposa, Ana Teresa, que ciertamente era católica practicante. Posteriormente y hasta nuestros días, se la conoce sólo como Basílica de Santa Teresa.

Allí habita el milagroso Nazareno de San Pablo

Pero una historia trágica está asociada a la colonial edificación que alberga a la más importante devoción de todo habitante de Caracas: el milagrosísimo Nazareno de San Pablo. La gente acude en multitud a rezar allí, muchos de ellos, tanto adultos como niños, vestidos de morado Nazareno, en señal de que están pagando alguna promesa. La Iglesia se llena hasta el tope. No cabe un alma más. Se amontonan a las 2 de la mañana momento en que se abren lentamente las puertas del templo para dar entrada al gentío.

El 9 de abril de 1952, como siempre en esta época, el día amaneció luminoso. A las 9:00 de la mañana, como es usual desde la madrugada, los devotos colmaban las naves del templo. Todos buscando acercarse lo más posible a la bellísima figura del Nazareno de San Pablo. No podían siquiera imaginar lo que estaba por ocurrir allí adentro.

La atmósfera estaba saturada de olor a incienso, de velas encendidas y de gente llena de fervor. Los fieles sostenían sus velas, unos muy pegados de los otros, esperando abrirse paso para ponerlas a los pies del Nazareno. El recinto estaba abarrotado.

Trampa fatal

De repente, una voz masculina gritó “Fuego”. La muchedumbre pareció no saber qué hacer, pero retumbó un llanto femenino pidiendo a Dios misericordia. Eso bastó para precipitar la tragedia. El terror irracional provocó una tremenda estampida de la multitud buscando una vía de escape. Era tal la cantidad de gente que los sacristanes habían cerrado los portones principales para evitar que siguieran entrando, toda vez que hay misas continuas que permiten a una inmensa cantidad de personas participar, esperando sus turnos.

Pero el reflejo de las miles de velas encendidas dentro de la iglesia hizo pensar que en verdad se trataba de un incendio de magnitud. Inútiles fueron los llamados a la calma pues la gente, presa del miedo, sólo buscaba salir del lugar. Cuentan los testigos que, al encontrar las puertas cerradas, intentaban regresar y eso fue peor pues chocaban entre ellos y se pisaban, causando víctimas, sobre todo en ancianos y niños. Algunos murieron asfixiados, otros aplastados, en medio de una conmoción de gritos y pedidos de auxilio. La gente que esperaba afuera, al escuchar los gritos, también contribuyó al caos protagonizado una huida repentina sin saber muy bien qué ocurría.

Ver más artículos de Macky Arenas en