Hay indicaciones de que el mecanismo de las primarias, como se han venido implementando en diversos regímenes y geografías políticas, no ha beneficiado a la institucionalidad democrática.
¿Elecciones primarias?
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Por Marcos Villasmil

Agarremos el toro por los cachos y comencemos con el ejemplo más importante: los Estados Unidos. Podemos estar de acuerdo en que la política norteamericana, de un tiempo para acá, se ha transformado en más sectaria, extremista y cada vez menos representativa. A ello ha contribuido el mecanismo de selección candidatural, las primarias.

Las primarias estadounidenses son únicas. Su historia demuestra por qué.

Hasta principios del siglo XX los partidos políticos elegían a los candidatos a dedo. A medida que el país y los intereses en competencia crecían, los estados comenzaron a adoptar elecciones primarias en las que los votantes seleccionaban a los candidatos. Se esperaba que esto transformara a los votantes gringos en un electorado ilustrado y comprometido. En realidad, los partidos políticos se centraron exclusivamente en los candidatos y las mismas fuerzas de poder y dinero que corrompieron la política anterior simplemente cambiaron su enfoque, buscando formas de influir y corromper a las masas.

El sistema fue evolucionando paulatinamente hasta ser hoy hijo directo de dos corrientes que se cruzan: la falsa demagogia imperante de que toda decisión es más legítima a medida que más gente la toma, y la perversa presencia y predominio de lo “políticamente correcto”.

Afirma Fareed Zakaria, “el sistema de primarias que usan los partidos norteamericanos para escoger sus candidatos es extremadamente poco usual; ninguna otra gran democracia lo tiene”. “Destaca sobremanera el cada día más sofisticado y antidemocrático método de manipulación de los distritos electorales, el llamado Gerrymandering, donde se reformulan los espacios de dichos distritos, para que sean seguros para un partido u otro (según quién sea el que controla el proceso de redistribución distrital), pero como demuestra la experiencia, termina beneficiando a candidatos extremos de cada bando”. “En los Estados Unidos la democracia se ha convertido en el “gobierno de la minoría”, una minoría cada vez menos representativa, más enfurecida y crecientemente radical”.

Esas minorías se sienten cada vez más seguras en sus asientos electorales porque el único peligro que corren es el enfrentarse a candidatos incluso más radicales que ellas; en muchas ocasiones quienes votan en las primarias son cuadros o militantes partidistas.

¿Una solución a lo anterior? Hagamos las primarias obligatorias.
Allí está el curioso ejemplo argentino de las llamadas “PASO”, que volverán a realizarse dentro de unos meses; se llaman así porque significan elecciones “Primarias, Abiertas, Simultáneas y Obligatorias” (PASO), comicios que se estrenaron en 2011. Se aplican para los cargos públicos electivos, y se realizan un par de meses antes de la jornada electoral.

Se les llama “abiertas” porque cualquier ciudadano puede votar en el frente electoral o partido político que quiera; son simultáneas porque se realizan el mismo domingo en todo el país, y son obligatorias porque todos los ciudadanos empadronados tienen el mismo deber de votar que en una elección general.

Supuestamente deberían servir para definir dentro de cada espacio político las listas de diputados y senadores y/o fórmulas presidenciales para la elección general siguiente.

El problema es que en muchos casos no hay competencia interna, y el gasto para el Estado es muy oneroso -en una sociedad constantemente en crisis económica-. Se ha dicho incluso que son “inconstitucionales”. Lo que sí es cierto, más allá del debate entre juristas, es que apestan demasiado a intromisión del todopoderoso Leviatán estatal en áreas que no le competen.

Dichas primarias obligatorias violan la autonomía de los partidos políticos. De acuerdo con la Constitución argentina, los partidos tienen libertad para organizarse. Poseen todo el derecho del mundo a decidir autónomamente cómo eligen a sus candidatos, si con PASO, con asambleas, a dedo, por sorteo, o como les dé la gana.

Cada vez -sobre todo en América Latina- que el papá Estado quiere “obligar” a la sociedad a hacer ciertas cosas, bien se sabe que el resultado casi nunca es bueno.

La sabiduría popular ya sentenció hace centenares de años que una cosa es predicar y otra dar trigo. Es más, la sabiduría oriental esculpió en letras de oro que hay que practicar lo que se predica. Ninguno de los dos aforismos surte efecto en la política venezolana actual; asumamos que la situación presente de la oposición criolla es simplemente caótica; desde hace tiempo la dirigencia luce calcificada.

En un desesperado intento por conseguir recuperar legitimidad y respetabilidad, la oposición venezolana ha decidido elegir mediante elecciones primarias su candidato presidencial para unos comicios que supuestamente se deben realizar en 2024; para ello se ha escogido una comisión electoral nacional formada por compatriotas que resaltan por su competencia profesional y su honorabilidad ciudadana (no los conozco a todos, pero los que conozco me merecen el mayor de los respetos).

No es la primera vez que se realizan primarias para escoger el candidato opositor. En febrero de 2012 la MUD realizó unas que resultaron bien organizadas y exitosas: se reportó una participación de un 16.5% del padrón electoral; una cifra muy por encima del estimado que diversos analistas habían señalado como posible.

En aquella ocasión fueron 5 los pre-candidatos (Henrique Capriles, ganador; María Corina Machado, Diego Arria, Pablo Pérez y Pablo Medina); hoy, al parecer los aspirantes ¡se cuentan por decenas! ¿Cómo aminorar esa hemorragia de ambiciones?
La comisión electoral deberá asimismo lidiar con un proyecto de reglamento que debe ser revisado con mucha lupa; asumir un método de decisión que sea del siglo XXI, y no uno de los tantos métodos periclitados del siglo pasado; defender el voto de los millones de compatriotas en el exterior, y definir si se usarán los siempre desinteresados servicios del actual CNE.

Pero lo más importante será convencer a la dirigencia opositora de que el instante de real visibilidad es inevitable, de que muestre un claro propósito de enmienda, y de que o se une o se hunde (y los ciudadanos con ella). No queda otra opción.

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