El Nuevo Circo data de 1919; pero fue a partir de 1940 cuando, en sus arenas el público, más o menos contemporáneo, se deslumbró con grandes artistas, deportistas, circos, fogosos discursos políticos y, por supuesto, corridas de toros
El Loco Bermúdez
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Por Eleazar López C

Los espectáculos taurinos, por su contenido y significación deportiva y artística, eran clase aparte, pues no hay nada que se parezca al ambiente que bulle en un circo de toros, antes y durante la corrida. Pero tampoco hay nada igual —ni parecido— cuando, de la nada, surge un espontáneo que hace que los palcos y tendidos se vengan abajo en vivas y aplausos. Se entiende que un aspirante a torero salte al ruedo en traje de luces, para llamar la atención de algún empresario; pero que lo haga un desinhibido guasón, vestido de traje y corbata, raya en lo jocoso, y más si se trata de un personaje cuya afición de ir a los toros para disfrutar la corrida la comparte con participar en ella, sin tan siquiera ser señalado en el cartel de la tarde. Pero ése es el caso, el cual toca las fibras de la afición venezolana que durante años, ha recibido con un alboroto a un atolondrado espontáneo que año tras año, se solía aparecer en el ruedo caraqueño como un simpático excéntrico que sin duda ha tocado la fibra de la propensión del venezolano a la improvisación, el alboroto y la guachafita.

En el caso de las corridas de toros en Caracas donde llegaron a actuar notables diestros, en ningún momento el público ha mostrado mayor efusividad y reconocimiento aparte de la brindada a los toreros con aplausos, orejas y hasta rabos cortados, o las delirantes demostraciones de la afición por los revolcones que en los años veinte se llevaba un atolondrado torero llamado El Trompa; no, nada de eso como la reacción de los mamadores de gallo cundía en todo el Circo cuando el Loco Bermúdez irrumpía en el ruedo para arrebatarle el toro, al torero.

A ese audaz personaje le dedicaron un pasodoble que se estrenó en el Show de las Doce, donde el caraqueñísimo Víctor Saumere contó sonriente y con admiración algunas de las salidas de Bermúdez.

Por ejemplo: en plena corrida cuando nadie lo esperaba, sorpresivamente el loco se lanzaba al ruedo del Nuevo Circo en un intento por enfrentar al toro, valiéndose de su paltó como capote. En todas las ocasiones, el espontáneo era conminado a salir del ruedo sin que esto evitara que al poco rato, reincidiera para delicia del público que formaba una gran algarabía en medio de pitas a los policías y aplausos para el improvisado torero.

“¡No me empujen, que yo salgo solo”, le oyeron decir algunas veces, mientras voluntariamente salía del ruedo, esquivando a los policías y aleteando los brazos en saludos al público, que le daba vivas y lo premiaba con fuertes aplausos.
 
Lo que faltó en una de esas tardes de alboroto aprobatorio de la afición, es que al salir del ruedo acompañado por los gendarmes ¡al Loco le tocaran música!
Su nombre era José Rafael Bermúdez, era vendedor de libros a domicilio y vivía en Artigas, donde todas las tardes se le veía regresar a su casa, rascado y gritando improperios a diestra y siniestra.
 
En las tardes de toros, entraba a la plaza muy temprano y, mientras caminaba hacia su sitio en la barrera de sol, ya en los años cincuenta, iba gritando “¡Girón, Girón, Girón!…”. Así se iba colmando el ambiente de entusiasmo y alegría, el cual comenzaba a bullir en un entusiasta crescendo, cuando la banda de la plaza hacía escuchar pasodobles, todos archi conocidos del público dentro y fuera de la plaza, como España cañí, Gallito, Virgen de la macarena, El gato montés, Mi jaca, En er mundo, El farolero (Farolito de Madrid)… A todas éstas, el alegre personaje en preparación a su oportuna bufonada de la tarde, gritaba y saludaba a quienes le pasaban por delante, algunos de los cuales podían prever que esa tarde iba a hacer una de las suyas.

Pero “El Loco” Bermúdez era una figura dentro y fuera del Nuevo Circo. De edad indefinida, ya era popular desde los tiempos de Gómez, de quien dijo, acompañando sus palabras con una mirada maliciosa que giraba de derecha a izquierda:
“El Benemérito era un hombre muy desconfiado”.

El Loco Bermúdez fue amigo —o muy conocido— del General Gómez, con quien se puede decir que jugaba gallos. Por esa razón y por otras, en virtud de sus “salidas”, en Maracay también tenía cartel, pues también estuvo allí el Loco entre los conocidos y los grandes.
 
“En una pelea de gallos —le contó a la periodista Ana Mercedes Pérez— el gallo de Gonzalo (Gómez Núñez, hijo del Benemérito), salió en huida y fue a caer entre las piernas del General. Gómez lo tomó entre sus manos, empezó a acariciarlo como magnetizándolo. Yo miraba todo y grité: ¡Voy cien pesos a ese gallo!

Gómez lo dejó ir lentamente hacia el anillo sin quitarle la vista. El gallo se enderezó y empezó a pelear. Ganó.
¡Cómo no va a ganar —grité más fuerte— si salió de las manos del General!
Pero el Presidente me escuchó y me mandó a decir con un Edecán:
Dígale a Bermúdez que si repite eso lo mando a La Rotunda. Que él no ha visto nada…
Inmediatamente salieron sus Edecanes, a ver qué pasaba:
¿Bermúdez le faltó el respeto al General?
—No, lo que pasa es que Bermúdez toma mucho miche.

A esto, agregó el Loco:
“Con el gallo amaestrado por el General me gané 28 mil bolívares”.




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