Entre el 16 y 29 de octubre de 1962 se activó el enfrentamiento entre Estados Unidos y la Unión Soviética que se considera lo más cerca que hemos estado de una guerra nuclear mundial.
La Crisis de los Misiles de Cuba, Seis Décadas Después
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Por Katrina Vanden Heuvel

Recientemente el presidente Biden advirtió que en la guerra de Ucrania, «por primera vez desde la crisis de los misiles de Cuba, tenemos una amenaza directa de uso de armas nucleares». La advertencia está bien fundada. Uno de los principales aliados del Kremlin, Ramzan Kadyrov, jefe de la República de Chechenia, escribió recientemente que Rusia debería considerar «el uso de armas nucleares de baja potencia». La televisión rusa y los blogs militares se hacen eco de tales sugerencias. Y el presidente ruso Vladimir Putin ha subrayado que está dispuesto a utilizar «todos los medios» en el conflicto.

Es imposible saber si Putin está dispuesto a cumplir su amenaza. El profesor de la Harvard Kennedy School, Matthew Bunn, cifra las posibilidades en un 10-20%. Pero sí sabemos cómo reducir el riesgo de catástrofe. La crisis de los misiles de Cuba demostró que, incluso ante una posible devastación nuclear, es asimismo factible reducir la tensión, y la diplomacia puede prevalecer.

Expertos y estudiosos han realizado análisis sobre la crisis durante décadas. Pero en los últimos años, los archivos y las memorias han aclarado la imagen de lo que ocurrió durante esos 13 días que comenzaron el 16 de octubre de 1962. La historia está claramente articulada en «Gambling With Armageddon», un libro de 2020 del historiador Martin J. Sherwin, ganador del Pulitzer, que el New York Times declaró que «debería convertirse en el relato definitivo» del acontecimiento. El libro ofrece lecciones urgentemente relevantes, tanto sobre las circunstancias que pueden llevar a la humanidad al borde de la aniquilación como sobre la forma en que podemos retroceder de ese precipicio.

Un escalofriante recordatorio de cómo se evitan a veces las crisis fue ofrecido por primera vez por el ex secretario de Estado Dean Acheson en 1969. Al reseñar «Trece días«, las memorias póstumas de Robert F. Kennedy, Acheson, que asesoró al presidente John F. Kennedy durante la crisis de Cuba, afirmó de forma sorprendente que la guerra nuclear se evitó gracias a “la simple y estúpida suerte”. Desde entonces se ha sabido que un misil nuclear estuvo a punto de ser disparado no una sino dos veces: una por el 498º Grupo de Misiles Tácticos en Okinawa, Japón, y otra por un submarino soviético en aguas cubanas. En ambos casos, la resistencia de un solo individuo desbarató el lanzamiento.

Por supuesto, el mundo no puede confiar sólo en la suerte para evitar un desastre nuclear. En 1962, según el politólogo Graham Allison, Kennedy situó las probabilidades de una guerra nuclear «entre una de cada tres». Si la evaluación de Kennedy era exacta, entonces después de unos pocos enfrentamientos comparables, «la probabilidad de una guerra nuclear se acercaría a la certeza». La humanidad no puede permitirse volver a girar el cilindro en este juego de la ruleta rusa; debemos descargar el arma. Nuestro único camino hacia adelante es la desescalada.

Y la desescalada, como deja claro Sherwin, comienza con el diálogo. Durante la crisis de los misiles cubanos, personas como el general Curtis Le May argumentaron que la negociación equivalía a aceptar un apaciguamiento. Pero una discusión sensata es esencial para evitar un destino fatal. Sacrificarla en nombre de una postura patriotera no sólo es absurdo, sino potencialmente apocalíptico. Como recordaba el líder soviético Nikita Khrushchev: «La mayor tragedia, tal y como la veían [mis asesores militares], no era que nuestro país fuera devastado y se perdiera todo, sino que los chinos o los albaneses nos acusaran de apaciguamiento o debilidad. … ¿De qué me habría servido en la última hora de mi vida saber que, aunque nuestra gran nación y los Estados Unidos estaban en completa ruina, el honor nacional de la Unión Soviética estaba intacto?»

Hoy, cuando el mundo se enfrenta una vez más a la amenaza de aniquilación, personajes de todo tipo hacen un llamamiento al diálogo para evitar el día del juicio final. Una pequeña pero creciente lista de miembros progresistas del Congreso (junto con varias organizaciones de defensa de la paz) se centran cada vez más en la mejor manera de promover la desescalada y el diálogo, inspirados por una verdad que el propio presidente ucraniano Volodymyr Zelensky ha mantenido: Esta guerra “sólo terminará definitivamente a través de la diplomacia”. El Papa Francisco emitió una declaración sin precedentes en la que pedía a los líderes mundiales «hacer todo lo posible para poner fin a la guerra.» Incluso el ex secretario de Estado Henry Kissinger ha reiterado la importancia del diálogo. Como argumentó recientemente: «Esto no tiene nada que ver con que a uno le guste o no Putin. … Estamos tratando, cuando se introducen las armas nucleares, con una alteración histórica en el sistema mundial. Y el diálogo entre Rusia y Occidente es importante».

No podemos titubear en la convicción de que las armas nucleares no deben volver a utilizarse bajo ninguna circunstancia. En este grave momento, haríamos bien en recordar las lecciones de la historia -recogidas en la obra de Sherwin- y repetir, en voz alta y con frecuencia, la declaración de noviembre de 1985 del presidente Ronald Reagan y del presidente ruso Mijail Gorbachov, reafirmada el pasado enero por los líderes de los cinco Estados con armas nucleares (EEUU, Rusia, China, Francia y Reino Unido): «Una guerra nuclear no puede ganarse y no debe librarse nunca».

The Washington Post


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