La primera vez que encontré su nombre, fue a raíz de la puesta en circulación de su libro de crónicas "Después de las nubes, el sol" (Caracas, 1978).
El Caballero Maximiliano Hernández Vásquez
      A-    A    A+


Por Alfredo Schael

Entre otras historias recuerdo la enseñanza que dejaba a propósito del cuento de dos jóvenes que realizaban un vuelo de adiestramiento básico sobre arrozales guariqueños. Comienza a toser el motor del AT6. ¿Qué hacemos? ¿Bajar y desplegar el tren de aterrizaje? Craso error. La superficie anegada recubierta por el verde arrozal, provocaría clavar el avión y su capoteo con alto riesgo de pérdida de vidas como del aparato. Lectura útil, amena como cualquiera de las que en vida legó en sus libros de historia y documentos tal noble cumanés, honesto, caballero decente, oficial digno y ejemplar que se lucía como escritor tanto como dedicado piloto, agregado aéreo en Europa y Colombia, Comandante de la Fuerza Aérea, integrante del Estado Mayor General, canalizador e impulsor de la selección de equipos incluido el F16 mediante operación impecable sin comisionistas y arreglos sólo de gobierno a gobierno y gobierno-fabricante.
 
Aquel autor Hernández Vásquez a quien luego conocí cuando ya llevaba sobre los hombros no sólo presillas y estrellas correspondientes a los generales de división que, como en su caso, de modo tan particular, logra todo lo justo y correcto para merecer tal grado y culminar la vida terrenal con la señalada carga de honorabilidad, prestigio, respeto y el decoro --ahora tan poco común-- que con méritos adornó al general Hernández Vázquez, el ser para quien la excusa de elevadas responsabilidades dado el compromiso institucional con el país y su aviación militar, jamás la empleó con la finalidad de evitar ocuparse de enseñar más y bien, escribir y publicar, alternar, alentar, comunicarse y desarrollar de modo natural una cultura y nivel de relación humana no supeditada a parámetros castrenses convencionales. Todo sin apartarse de reglamentos como tampoco de las maneras propias de la sociabilidad debidamente entendida y asumida. De él, cuando más apreciamos, amén de tan envidiable nobleza y valor espiritual, verticalidad profesional y ciudadana, fue cómo supo compartir sin reservas ni mezquindades, su vastedad de saberes, experiencias como militar y ciudadano, empleadas al alternar a tono dentro del mundo de los civiles, respetuoso y con los buenos ejemplos que podía compartir. Los propios del buen soldado, distinguido y elegante, con criterio propio, responsable y tendencia --como deber ser-- a nada diferente que orientar y construir. Los naturales de los grandes caballeros capaces y amables como él era y supo ser.

Descansará en paz.


Ver más artículos de Alfredo Schael en