Confundimos esperanza con optimismo y lo que falta en Venezuela es esperanza, una esperanza brutalmente cruda y realista
Padre Luis Ugalde, SJ: Vivimos el Fin de una Época
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Por Macky Arenas

¿Vuelve el péndulo hacia la izquierda en América Latina?

Más bien está empezando el fracaso de la izquierda. Estamos viviendo dos fracasos, el de la izquierda y -para simplificar- el de la ultraderecha neoliberal. En otras palabras, es el fracaso de aquellos que sostienen que el mercado resuelve todo y que las políticas sociales están de más, caso típico, el Chile neoliberal. En cuanto a la izquierda, su fracaso está comenzando. En Perú llegó la izquierda y antes de los seis meses ya quieren a Castillo fuera. Todo lo que la izquierda necesita para fracasar es estar en el poder. Cuando protestan piden todo y cuando llegan al gobierno no pueden realizar lo que prometieron. Si hoy toman medidas radicales se va el capital y si eso ocurre decrece la producción, hay malestar y hasta allí llegaron.

_ ¿Dónde está el problema?

El problema es que, ante la falta de un centro-izquierda más activo se imponen los extremos. De nuevo, el caso de Chile. Allí, la socialdemocracia y la Democracia Cristiana gestionaron una transición muy buena que debió ser profundizada. Pero si ello se ignora, se dejan de lado los matices los cuales son muy importantes. Es por ello que la reforma a la Constitución no se hizo viable: cada quien quiere hacer valer lo que aspira conseguir sin tener en cuenta si debe o no ir en el texto. Antes de comenzar, ya se ve el fracaso. Ahora, Chile no tiene más remedio que llegar al centro de la sensatez. Una Constitución no puede ser de medio país contra medio país. Se trata de sumar, de convivir.

Vamos a Colombia. Antes de ganar, ya estaba Petro midiendo las palabras. De lo contrario, no dura seis meses. En contra de lo que dice la gente más pesimista, veo que Petro anda con pies de plomo. Ha puesto un ministro de Exteriores que es del partido Conservador; el de Hacienda es el hombre de más prestigio en Economía, que vive en Estados Unidos y al cual personalmente conozco, quien era del equipo adversario en las elecciones. Cualquiera que sea inteligente sabe que no le reporta nada arrimarse a Venezuela. Lo dijo Petro en la campaña, “no tengo nada que ver con eso”. Montarse en el tren de Venezuela es firmar el fracaso de antemano. Lo saben todos. El de Perú, lo mismo. México y Argentina están en serios problemas.

Pero, ¿vuelve la izquierda?

A ver, Lula en Brasil tiene probabilidades altas de volver, pero no el Lula que fue. Por eso ha hecho alianzas con la centro-derecha y está convocando acuerdos nacionales. Aquí lo mismo. Imaginemos que mañana, por la razón que sea, desaparece este gobierno, no será uno de derecha el que lo va a sustituir. Si no hay capacidad para hacer un gobierno de centro-izquierda en Venezuela, será difícil avanzar. Aunque izquierda y derecha son palabras, ya no sirven para nada. Como tampoco se puede aceptar que el mercado lo resuelve todo. Si se llega al gobierno hay que recuperar de inmediato el sistema de salud pública, por ejemplo, igualmente los servicios básicos, agua, luz y otros. Y eso no depende de la derecha ni de la izquierda. Son políticas públicas a fondo.

_ Imposible ignorar a las mafias de la corrupción que hoy ya tienen carácter transnacional, han penetrado la política y complican las cosas

¡Eso sí! Y en Venezuela es un problema muy serio.

¿A qué atribuye la creciente y dramática falta de liderazgos -sólidos y afincados en valores como los tuvimos- en el continente que conecten con los pueblos y hagan estable la gobernabilidad?

Estamos viviendo el fin de una época, de una manera de hacer política. Vea usted a Chile, con todas las manifestaciones y el debate recientes, las grandes figuras de la socialdemocracia y la democracia cristiana ni sumaron ni restaron, simplemente no aparecen para nada. Lo mismo en Venezuela. Aquí hubo un gran partido demócrata cristiano… ¿dónde está?. Pero no sólo en América Latina. Francia tuvo un gran partido comunista y otros de derecha. Se acabaron. Sobrevive Alemania. Por eso creo que estamos cambiando la manera de entender la política. Los partidos en Venezuela, Acción Democrática, Copei, el Partido Comunista, tenían formación de cuadros y ello significaba prepararse para la política y estudiar a fondo lo que se haría por el país. Cuando no hay eso, solo queda la política convertida en psicología de supermercado. Allí me dan lo que quiero sin esforzarme en surtirlo. En política, eso implica el fin del país. El país no tiene aquello que no produce. Si no hay preparación para producir es inútil que me prepare para demandar.

Hasta nuestros elencos opositores pareciera que se han acostumbrado a serlo y no les interesa arriegarse mucho para salir de ese estatus

Vamos a verlo de esta manera. A mí no me preocupa que gane un partido comunista. Me preocupa lo que hacen una vez en el poder para no dejarlo. Lo primero que cambian todos es el artículo de la Constitución que impide la reelección inmediata. En todo país donde el comunismo o sus primos hermanos llegan al poder, toman, ante todo, las medidas necesarias para perpetuarse en el poder. Y lo hacen pronto pues saben que a la vuelta de unos años ya el desprestigio los devora. Las expectativas de la gente y la falta de educación política de los pueblos hacen que se aspire a lo que esos gobiernos no pueden dar. Sean de derecha, de izquierda o como se les prefiera llamar. En América Latina se hace política de cúpulas y de convenios.

Nuestros países reinciden en elegir a quien se vende como demócrata y luego se comporta como dictador. La gente parece no cansarse de ser defraudada. Evidentemente, el populismo y su oferta engañosa han acabado con la división de poderes. ¿No está la democracia resultando en extremo permisiva cuando pone los medios para su propia destrucción?

No hay que ser ingenuos con aquellos partidos que tienen la intención de cambiar las reglas de juego. Nada más llegan, su propósito es convertir la democracia en una dictadura, lo cual sabemos está en el ADN de la izquierda marxista que siempre ha sostenido que la democracia es dictadura, ejercida por el Estado. Dictadura del proletariado, pero dictadura. La definición de Marx del Estado es un instrumento para dominar, no el gestor del Bien Común como lo consideramos en la Doctrina Social de la Iglesia. Para ellos es un instrumento de un grupo social para oprimir al otro. Eso está clarito en Marx. Por supuesto, ese tipo de izquierda no lo ventilará en esos términos en las campañas electorales. Dirán otra cosa, pero es así. Por ello, el gran peligro es que la política no sea ejercida como tarea, como esfuerzo, por falta de educación ciudadana sino como mera demanda. Y ello abre el campo a los mesías, que es lo peor que puede pasar. Es lo que nos pasó en Venezuela. Apoyamos a quien promete sin ninguna garantía. Así estamos.

No sólo se ha perdido la solidez de las instituciones, sino la credibilidad en el voto y la primacía de la Ley. ¿Es esto recuperable o vamos a un abismo inevitable donde nadie ganará? A ese juego-suma-cero parecemos enfilados en buena parte de Latinoamérica.

No sólo Latinoamérica. Mire hacia Europa. Mire a Estados Unidos que está, políticamente, peor que América Latina. Hay economía, nivel de vida, seguridades, pero políticamente es una vergüenza absoluta. De nuevo, estamos presenciando el agotamiento de una manera de entender y hacer la política. La solución verbal podría ser que debemos ir hacia una repolitización lo que significa nueva conciencia ciudadana. La ciudadanía debe traducirse en asumir la responsabilidad pública como propia. Otra vez, no se trata de ir al supermercado a que me donen lo que quiero.

Pero mientras tanto, el drama se profundiza ante la mirada impotente de los organismos internacionales que se han mostrado incapaces de dar respuesta a los escenarios de conflicto.

Tengo la impresión de que el poder político se debilita y eso entrega a los países en manos del poder económico, que ya no es nacional sino transnacional. Fíjese usted en el gobierno venezolano, que ha perseguido duramente al capital y ahora los llama ansioso de que regresen. ¿Quién volverá en este contexto? ¿Quién les va a creer? En las cabezas de los inversionistas inevitablemente resuena aquel “¡exprópiese!”. Hay garantías que son necesarias y absolutamente razonables. Pero preocupa cuando el capital financiero acumula poder político muy por encima del poder de los Estados y no respeta reglas de juego. Por eso necesitamos una conciencia democrática y, al mismo tiempo, que el capital observe la ética de contribuir al desarrollo de los países y los pueblos. En Venezuela, solamente para recuperar la industria petrolera necesitamos miles de millones de dólares. Pero hay que recuperar igualmente la agricultura y los servicios. ¿Alguien ayudará a eso?

Hay un pragmatismo que se ha apoderado de sectores importantes de la sociedad mundial y que raya en el delirio de pretender hacer lo que me plazca sin reparar en otras consideraciones. Ya no hay ideas, sólo egos. Todo es funcional a lo que me convenga. Estamos desarmando los andamios de la civilización. Dios hace falta cada vez menos. La persona tampoco vale mucho. ¿No nos acercamos a un escenario preapocalíptico?

Por eso digo que miremos al mundo entero, no sólo a nuestra parte del continente. La moral desaparece de lo público. Con el agravante de que lo público es una escuela y si en la escuela no hay moral eso influye enormemente para que en cada uno de los ciudadanos no haya moral. En otras palabras, no hay deber ser. Nadie siembra eso en las conciencias. Se va perdiendo la frontera entre lo que está bien y lo que está mal. La ética se va ausentando de todos los órdenes de la vida.

Mucho se habla de un “nuevo orden” que estaría trabajando para orientar al mundo en función de otros parámetros, de intereses que juegan a imponer un mundo a su medida.

Es algo más que un orden de cosas dirigido a modelar otra humanidad. Es más serio, se trata del oxígeno que respiramos. Es amoral. Un nuevo orden, como la palabra lo dice, implicaría una organización. Esto es otra cosa, un relativismo salvaje que desdibuja a la humanidad porque ella, por definición, se distingue por reconocer y organizarse en función del deber ser. Para eso crea usted el Estado, establece normas de convivencia, jerarquiza las instituciones. El sólo instinto no basta. Con ello la humanidad iría directo al suicidio. La humanidad se afinca en unos valores y allí entra Dios. ¿Si el valor supremo no es el amor, por qué no va a ser el odio? Es el imperio del individualismo.

Ya que menciona a Dios, ¿y las religiones?

Hay que reconocer que las grandes instituciones religiosas van perdiendo significación. ¿Inglaterra es un país anglicano? Si, pero no es. ¿España es un país católico? Si, pero no es. Al mismo tiempo, van apareciendo y fortaleciéndose grupos religiosos muy auténticos, exiguas minorías que viven un catolicismo no cultural –muy natural pues está en la escuela y en la familia- sino muy vivencial. Viven esos valores fundamentales que han sido expulsados de la sociedad. Son un semillero.

¿Cómo nos defendemos de esta batalla cultural para no terminar víctimas de lo que se ha llamado “daño antropológico”?

Sin fundamento de valores es difícil. Pienso que el cambio es mucho mayor de lo que uno puede pensar. Hay una atmósfera general. Algo muy grave. No es China. O Rusia, que ha intuido algunas cosas y se aferra al Zar y a la Iglesia Ortodoxa, a la cristiandad rusa. En Europa nadie se atrevería hoy a proponer volver al régimen de cristiandad y tampoco es la solución. No es algo religioso. Es más que eso. Si en las escuelas, los sistemas de enseñanza no cultivan el amor al prójimo, lo que vamos a obtener es un montón de “yos”, gente egoísta que vivirá como quiera sin importar la sociedad. No será gente que arrime el hombro a un proyecto común que llamamos nación. Hay un problema muy serio. Apenas un porcentaje mínimo de la población aprovechará la experiencia para replantearse sus valores y redescubrir el valor de la solidaridad y del amor.

Ese era un trabajo que hacía el cristianismo, hoy perseguido y hasta proscrito del escenario cultural. ¿Quién lo hará ahora?

Ese es el punto. El que va a un retiro espiritual y sale motivado a ser diferente es un 1% de la población. Antes, educaban a las personas en sus respectivas religiones. Ahora no. Es verdad que hay que volver al humanismo, pero sin valores trascendentales que den un sentido a la vida es imposible. No basta con el instinto de conservación. En España, por ejemplo, no sólo no eres religioso sino que tienes que manifestar aversión hacia lo religioso. En Inglaterra o Francia ya es menos así, pero en España se nota la agresividad. En el seno de las familias igual. Eso está ocurriendo y es, como he dicho, un clima general. Es un problema demasiado grande que apunta a la opción voluntaria, no ya a una planificación determinada para revertir el proceso. El cambio no es a 20 o 30 años. No se trata de un asunto voluntarista. Es un tema de siglos. Y de pequeños grupos que sean levadura. Es el mundo en que estamos. No es nada optimista pero es real.

Pasemos a un tema que nos afecta directamente. Muchos de nuestros países tienen una herida abierta, el destierro y el desarraigo, el drama de los migrantes. Significa el desgarramiento del alma de la nación en mil pedazos alrededor del mundo. ¿Se cura?

Ahí viene otro problema. No es lo mismo el que tuvo que migrar a nuestra edad adulta y no perderá su identidad por estar en otro lugar, que el que se va joven. Si el problema que los hizo emigrar termina en pocos años, probablemente volverán. Pero si se alarga, no sabe uno cuánto de la identidad venezolana se puede transmitir a unos hijos que están en otro ambiente y cuya socialización es muy distinta. Se puede especular y manifestar buenos deseos, pero es extremadamente difícil. Puede ser ganancia el que los venezolanos estén aquí pero también en casi todos los países del mundo, manteniendo su identidad venezolana. Colombia lo hizo, sin el aluvión de expulsados que tenemos nosotros, pero tienen presencia en todas partes, van y vienen.

¿Cómo se defiende la democracia desde las trincheras de la desesperanza?

Eso es lo peor que tiene Venezuela en este momento. Si partimos de la base de que esto es un desastre, salir es doblemente difícil si no hay esperanza en que nuestra realidad sea transformable. Veríamos todo esfuerzo como inútil. La fuerza para transformar un país viene de la esperanza. Y la esperanza es clave pero no debe confundirse con el optimismo. La esperanza es y debe ser brutalmente cruda y realista. Hay que tener claro lo mal que estamos y, desde allí, construir una opción. Es como el médico que dice: «esto es grave, es necesario operar pero hay solución». Allí comenzamos a pisar terreno seguro. Nuestra situación es desesperante pero si la persona reconoce sus potencialidades y las pone en acción, se construye esperanza, convivencia y democracia.

Por eso es que uno se cuestiona si el desatender la Educación es una grave omisión o una opción premeditada para sostener los regímenes autoritarios

Mi impresión es que los regímenes autoritarios quieren, ante todo, controlar íntegramente los procesos educativos. Que los centros se conviertan en lugares de indoctrinación para que se reconozca una única solución: el gobierno, el Estado. Ese diagnóstico, que fue el de Lenin y el de la Cuba castrista, va dirigido a que no quede un solo ciudadano que no comulgue con el régimen. La finalidad de la Educación es crear fieles al régimen. Con ese propósito en Venezuela, más la alta dosis de incompetencia que exhiben, naturalmente la educación se va al suelo. No aceptan que va a empeorar la educación, sólo pretenden imponer la suya que consideran verdadera. Pero con ese propósito de adoctrinar van contra la naturaleza humana. En la Alemania comunista pasaron años de controles férreos y se cayó el Muro de Berlín. En Cuba protestan los jóvenes, esos que nacieron bajo el régimen fidelista, sin conocer otra cosa, y hoy ya no aguantan más. De hecho, el porcentaje de salidas de Cuba es hoy más alto que en todos los años anteriores. El régimen deja ir ahora al que quiere -e incluso exilia- porque eso resta presión a la olla.

Una pregunta para responder desde la fe: ¿Qué es lícito para los católicos tolerar y qué no podemos permitir o cohonestar en política?

En política tenemos tres principios: la dignidad de la persona humana, la subsidiariedad y la solidaridad. Ninguno de los tres se puede ceder. Todos tenemos una dignidad, ninguno es mero instrumento del otro, lo cual es fundamental. No se le puede permitir a ningún régimen ignorarlo o violarlo. La solidaridad va con el liberalismo, pues la sociedad no es una yuxtaposición de “yos”. En Venezuela vivimos 30 millones de “yoes”, cada uno es autosuficiente y resulta que no existe el yo sin el no-sotros. Nadie se desarrolla como persona humana sin los otros. Nacemos de otros y debemos integrarnos al nosotros que significa afirmar al otro.

Nuestra religión enseña que el otro debe ser amado como a ti mismo y allí está el nosotros. De allí surge la solidaridad. No somos millones de “yos”, que un día nos queremos y otro nos odiamos. No existes tú sin nosotros. Es un hecho y también un deber ser. Es como la familia o los amigos, un nos-otros. Así debemos ser los venezolanos, un nosotros. Significa que uno se afirma afirmando a los otros y afirmar a los otros es afirmarte a ti.

LO DE LA SUBSIDIARIEDAD ES MÁS COMPLICADO

Ni la palabra se suele entender, aun en personas muy cristianas, pero ese principio es importantísimo. La prédica marxista es que la sociedad se divide entre fuertes y débiles y el más fuerte se apropia del Estado para imponer su voluntad sobre el resto. Se supone que se trata del Estado burgués, pero ocurre que el estado marxista es igual porque simplemente el Estado –como hemos recordado- es herramienta para someter y dominar. El objetivo es eliminar la propiedad privada, los medios de producción y, cuando no existan clases sociales, el Estado se extingue. Esa es la teoría, sólo que no se extinguió en ninguna parte. Una vez que llegas al poder, el poder pide más poder. Eso no lo vio Marx. Y no hubo respuestas para ello.

El principio de subsidiariedad plantea que el poder superior o mayor no debe aplastar al otro sino potenciar de tal manera que el subsidio sea innecesario. Es muy distinto defender el Estado del Bien Común que implica la aparición de cuerpos intermedios, una sociedad viva, lo cual no conviene al dictador que necesita un pueblo que diga amén a todo, como le dijeron a Stalin, Lenin y Mao. Al contrario, este principio establece que quien en un país tiene más poder debe potenciar al que tiene menos. Es por ello que la Doctrina Social de la Iglesia defiende los cuerpos intermedios que hacen posible el fortalecimiento de la sociedad. Una sociedad articulada, no montones de hormigas.

A nivel internacional, lo mismo, las potencias no deben dominar y extraer riquezas de los países que las tengan sin preocuparse por la situación de sus pueblos. Es la historia de la humanidad, el grande devora al pequeño. La idea es ayudar de tal forma que, sin que signifique dependencia, contribuir a potenciar las capacidades de cada país y con ello a su pleno desarrollo.

Todo lo que se haga a partir de estos principios es obligante para los católicos en política. Todo lo que se oponga a ellos y genere injusticia o servidumbre, no es lícito.

Eso es humanismo.-




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