Lo más común que se dice de los asesinos en masa es que tienen problemas mentales, pero a veces eso no es del todo cierto
¿Qué lleva a un joven a perpetrar un tiroteo masivo?
      A-    A    A+


Por David Brooks


Nunca voy a superar el hecho de que nuestra sociedad parece producir un flujo constante de hombres jóvenes que creen que es heroico asesinar a personas inocentes. Leo sus historias. Veo los estudios sociológicos. Trato de entender el camino que los ha llevado a su comportamiento malvado. Esto se ha estudiado de diversas maneras. A la mayoría de los asesinos masivos no se les ha diagnosticado una enfermedad mental. En general, son las circunstancias que los hacen cometer esos actos y no una enfermedad subyacente.
El lugar más preciso para empezar es con algo que George Bernard Shaw escribió hace muchos años: “El peor pecado hacia nuestros semejantes no es odiarlos, sino ser indiferentes con ellos: esa es la esencia de la inhumanidad”. Estos jóvenes muchas veces son fantasmas. Muchas veces experimentaron algún trauma en su primera infancia, como abuso o acoso extremo. En la escuela, nadie los conoce. Los niños y las niñas los rechazan. Luego, cuando los periodistas entrevistan a sus maestros o vecinos, los recuerdan como retraídos y distantes. A menudo, estos jóvenes carecen de habilidades sociales. ¿Por qué nadie me quiere? Como dijo un investigador: no necesariamente es que sean solitarios, sino que fracasaron al intentar integrarse. Se endurecen en su soledad. Una persona que conocía a un tirador en masa comentó en la revista GQ: “Era callado, al punto de incomodar, al punto de ser extraño. De verdad, muy raro”. Los humanos solo se dan cuenta de cuánto ansían el reconocimiento del mundo cuando no lo tienen y, como no lo obtienen, se sumergen en sí mismos.
 
Los estresores se acumulan: les va mal en la escuela, les va mal en el trabajo, tienen encuentros humillantes con otros. Se siente vergonzoso ser tan indigno de la atención humana. Nos vemos como otros nos ven y, cuando nadie nos ve, nuestro sentido del ser se desintegra. No están bien equipados para lidiar con su dolor. Muchos consideran suicidarse. Esto es importante. El asesinato en masa muchas veces es una forma de suicidio y puede considerarse algo parecido. En su desesperación, varios parecen tener una especie de crisis de identidad. ¿Es mi culpa o es la del mundo? ¿Soy un perdedor o ellos son los perdedores?
Y aquí es donde el victimismo se convierte en villanía. Los que se hacen asesinos en masa deciden que son Superman y que el mundo está lleno de hormigas. Deciden suicidarse de una manera que egoístamente les dará lo que más ansían: ser conocidos, ser reconocidos, ser famosos. Elaboran una narrativa en la que ellos son el héroe. El mundo es malo y ellos se enfrentarán al mundo. O el mundo corre un peligro catastrófico. Mujeres/negros/judíos nos están destruyendo y ellos les devolverán el golpe. Estas narrativas alimentadas por internet tienen un poder excitante: los hacen sentir justos, fuertes e importantes. Las personas cuyas vidas se están hundiendo en el caos se aferran a cualquier historia en blanco y negro que les proporcione orden y propósito. Por supuesto que las narrativas son pura demencia maliciosa. “La soledad ofusca”, escribió Giovanni Frazzetto en su libro Together, Closer. “Se convierte en un filtro engañoso por el que podemos vernos a nosotros mismos, a otros, al mundo”.
Las armas parecen tener también algún tipo de efecto psicológico. Para las personas que se han sentido impotentes toda la vida, las armas parecen proporcionar una sensación de poder casi narcótica. Tal vez sea el placer que sienten al posar con sus armas lo que lleva a algunos de ellos al límite. Las armas son como serpientes en los árboles que les susurran.

A estas alturas, su imagen de las relaciones humanas ideales es enfermiza. No es amigo-amigo. Es celebridad-fanático. La única forma de compañía humana que pueden imaginar es la de ellos mismos transmitida en una pantalla y la de las multitudes sin rostro que la miran y la repostean.
Empiezan a tramar su embestida, que es una representación teatral. Quieren que sea lo más público y espectacular posible. Muchos no son sigilosos al respecto. Se lo cuentan a la gente. Publican videos. Se consideran miembros de la hermandad de asesinos y se regodean con delirios de grandeza. Pero incluso en el último momento, especialmente entre los más jóvenes, suele haber un llamado de auxilio a última hora. Quieren que alguien les diga: No tienes que hacer esto.
El artículo más impactante que leí mientras investigaba para esta columna fue escrito por Tom Junod para Esquire en 2014. Entrevistó a un joven que, según los fiscales, se propuso cometer un tiroteo masivo, pero fue atrapado antes de que pudiera empezar. (El hombre se declaró culpable de robo de vehículos y cumplió condena por ello).
Cuando salió de la cárcel, miró su antiguo anuario de la preparatoria y se sorprendió. Sus compañeros de clase lo habían firmado y le proponían reunirse durante el verano. La gente le tendía la mano, pero él había sido demasiado egocéntrico para verlo. El día que se dispuso a salir armado con armas, municiones y un machete, no quería hacerlo. Era como un deber doloroso. Le dijo a Junod: “Quería que me prestaran atención. Si alguien se hubiera acercado a mí y me hubiera dicho: ‘No tienes que hacer esto, no tienes que tener esta extraña fuerza, te aceptamos’, me habría derrumbado y me habría rendido”.

The New York Times