A diferencia de la primera Guerra Fría, Washington enfrenta ahora poderosos vientos en contra
Dos Guerras Frías
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Por Alfredo Toro Hardy


Permítanme compartir mi nuevo libro. Publicado en Londres por Palgrave Macmillan, este lleva por título America’s Two Cold Wars (Estados Unidos y sus dos Guerras Frías). La obra compara la Guerra Fría que Estados Unidos sostuvo con la Unión Soviética con la que ahora emerge con China y formula dos preguntas: ¿Qué tan distinto como rival es China a lo que fue la Unión Soviética? ¿Qué tan distinto resulta Estados Unidos hoy en relación a lo que fue en aquel entonces? Tales preguntas son respondidas a través de cinco capítulos que trazan los cambios:

El primer capítulo refiere que, aunque multifacética, la Guerra Fría con los soviéticos tuvo a la ideología como elemento central. Dos sistemas de valores con aspiraciones de universalidad midieron allí sus fuerzas. Estados Unidos llevó las de ganar. Su noción del “Mundo Libre”, aunque sujeta a inconsistencias e hipocresías profundas, resultó una flecha dirigida al talón de Aquiles de un modelo totalitario. La falta de libertad en los diversos órdenes, incluyendo el económico, terminó generando las condiciones para la crisis y ulterior colapso soviético. La Guerra Fría con China tiene a la eficiencia, y no a la ideología, como sustento. Por un lado, la crisis de la democracia en Estados Unidos brinda escasa credibilidad a su narrativa liberal. Por el otro, para los chinos son los resultados y no el debate ideológico lo que importa. Plagado por un sinfín de problemas domésticos no resueltos, Estados Unidos se encuentra en la peor de las condiciones para competir en términos de eficiencia con un país cuyo listado de realizaciones en las últimas cuatro décadas no encuentra parangón.

El segundo capítulo señala cómo Estados Unidos resultó mucho más exitoso que la Unión Soviética en la construcción y estructuración de un sistema de alianzas internacionales, dando forma a una hegemonía sólida. Sistema este que pasó a hacerse global tras el colapso soviético. Bush y Trump, sin embargo, se encargaron de desarticularlo, generando profunda desconfianza entre sus aliados. Mi libro no anticipó la reconstitución de la Alianza Atlántica resultante de la invasión rusa a Ucrania, opción impensable hasta hace pocas semanas. Señalaba, en cambio, como la alianza de China con Rusia y la creación por Pekín de una estructura económica internacional que rememora a la creada por Washington tras la Segunda Guerra, le otorgan ventaja al país asiático. En particular, la alianza Moscú-Pekín se traduce en una importante fuente de vulnerabilidad estratégica para Estados Unidos, quien nunca ha debido dar pie a esta rivalidad combinada.

El tercer capítulo hace alusión a la extraordinaria consistencia estratégica mostrada por Estados Unidos en las dos décadas que sucedieron a la Segunda Guerra. Consistencia que, aunque seriamente erosionada a partir de 1965, permitió al país mantener un claro sentido de propósito y enfrentar los retos que le planteó la Unión Soviética. Más aún, a partir de comienzos de los ochenta Washington asumió la iniciativa estratégica frente a un Moscú cada vez más a la defensiva. Hoy, por el contrario, la extrema polarización política estadounidense hace que sus partidos habiten en planetas distintos en materia de política exterior, empujando hacia un zigzag inevitable. China, por el contrario, persigue un objetivo estratégico preciso: Convertirse en la potencia número uno para mediados de siglo. A un mapa de ruta claro se le une coherencia en la acción política.

El cuarto capítulo refiere a la ventaja económica que disfrutó Estados Unidos frente a la Unión Soviética, obligándola a equiparar sus gastos en defensa a pesar de disponer apenas de una fracción del PIB estadounidense. China, por el contrario, no sólo tomará la delantera económica frente a Estados Unidos a partir de la tercera década de este siglo, sino que mantiene ya a raya la superioridad militar de aquel por vía de su armamento asimétrico, de la concentración geográfica de sus fuerzas y de una adecuada estrategia de retaliación nuclear.

El quinto capítulo señala como Estados Unidos orientó su rivalidad con la URSS por vía de una política de contención a los impulsos expansionistas de aquella. Política que resultó razonable en la medida en que a partir de comienzos de los cincuenta Moscú dirigió sus impulsos de expansión hacia zonas periféricas del planeta. Por el contrario, Washington busca contener a China en una zona que resulta geoestratégicamente prioritaria para aquella y en la cual concentra el grueso de sus fuerzas. Ello escapa a cualquier posibilidad de éxito.

A diferencia de la primera Guerra Fría, cuando llevaba el viento a sus espaldas, Washington enfrenta en esta segunda a poderosos vientos en contra. El sentido común le aconsejaría evitar una rivalidad existencial y propiciar un clima de coexistencia. Lo contrario aceleraría su declive. El tango, sin embargo, requiere de dos. China efectivamente pudiera no querer desperdiciar lo que visualiza como grandes cambios no vistos en un siglo.

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