Se estima que el país de Putin tiene una reserva de aproximadamente 4477 ojivas nucleares asignadas para su uso en lanzadores estratégicos de largo alcance y fuerzas nucleares tácticas de corto alcance
Un Polémico Tratado
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Por César Cervera


Desde la invención de la bomba nuclear, el más improbable Premio Nobel de la Paz, la posibilidad de un gran conflicto a escala mundial pareció más lejana que nunca. El miedo a que las armas de destrucción masiva marquen el fin de la vida humana ha servido de garantía para la paz en el último medio siglo. Que Ucrania no cuente con bazas atómicas es un alivio para la supervivencia mundial, pero también es una de las razones por las que Rusia, que sí que las tiene, se ha atrevido a llevar tan lejos su pulso.

Se estima que Rusia tiene una reserva de aproximadamente 4.477 ojivas nucleares asignadas para su uso en lanzadores estratégicos de largo alcance y fuerzas nucleares tácticas de corto alcance, lo que supone una disminución respecto a hace unas décadas, pero sigue convirtiendo al país presidido por Vladimir Putin en la mayor potencia nuclear del mundo, al menos en cantidad. Tras la desintegración de la URSS en 1990, la Federación Rusa asumió, compró o directamente anexionó mediante acuerdo con el resto de repúblicas soviéticas el 99,92% de las existencias de ojivas nucleares y vectores de lanzamiento que habían pertenecido al imperio rojo.

En busca de la paz
En buenas relaciones entonces con Rusia, Ucrania fue uno de esos países que renunció a su arsenal nuclear mediante el acuerdo de 1994 conocido como el Memorándum de Budapest. Bajo la atenta mirada de Estados Unidos y el Reino Unido, Kiev renunció a sus bombas a cambio de que Rusia respetara su integridad territorial, lo que, por supuesto, incluía la península de Crimea y la región del Donbás en el este del país. Además, se estableció que Ucrania recibiría un pago económico por el uranio enriquecido que había en las cabezas de los proyectiles, reutilizables en plantas de energía nuclear, a lo que se agregaba el coste de la destrucción de los silos y el desguace de los aviones.

Para mejorar todavía más las relaciones, los presidentes de Rusia y Ucrania, Borís Yeltsin y Leonid Kuchma, rubricaron tres años después en Kiev el Tratado de Amistad, Cooperación y Asociación entre la Federación de Rusia y Ucrania en el que, entre otras cosas, declararon que ambos países «basan sus relaciones en los principios del respeto mutuo, la igualdad soberana, la integridad territorial, la inviolabilidad de las fronteras, la solución pacífica de las controversias, la no utilización de la fuerza ni la amenaza de la utilización de la fuerza».
De entre todos los países satélites de la antigua URSS, Ucrania era el que por razones estratégicas contaba con más capacidad nuclear. En este país había 1.900 ojivas nucleares, siendo el tercer país con más armas atómicas en el mundo solo por detrás de Estados Unidos y Rusia. El gobierno de Kiev contaba con silos estratégicos y aviones capaces de destruir todas las ciudades estadounidenses de más de 50.000 habitantes a través de bombas de 400 a 550 kilotones, según datos recogidos por el investigador Steven Pifer en su trabajo ‘Order from Chaos. Why care about Ukraine and the Budapest Memorandum’ (Brookings Institution).
La entrega del arsenal nuclear a Rusia fue vista como positiva por EE.UU. dentro del plan global para reducir las cabezas nucleares en el mundo y mantener bajo un único recaudo todas las cabezas soviéticas. Desde 1987, Rusia y Estados Unidos se alinearon en llevar a buen puerto el Tratado sobre Fuerzas Nucleares de Rango Intermedio para eliminar los misiles balísticos nucleares y convencionales de alcance medio y corto en sus zonas de influencia. Un proyecto que, en los últimos veinte años, ha vivido serios problemas para pasar al siguiente nivel.

El panorama actual
El número de miembros del club de países con capacidad nuclear registró un goteo lento pero constante desde que Estados Unidos abriera sus puertas a finales de la Segunda Guerra Mundial. Le siguió la Unión Soviética (siendo Rusia la heredera de todo su arsenal nuclear, tras la descomposición de aquella), Reino Unido (con ayuda de EE.UU.), Francia y luego China. Los cinco se sientan de forma permanente en el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas y son los supuestos garantes de la paz mundial. Pero no ocurre igual con los países que, con ayuda oficial o extraoficial, han desarrollado este tipo de armas: Israel, India, Paquistán y Corea del Norte.

Según los datos del Centro Ploughshares, existen en el mundo 15.695 cabezas nucleares, un número que es 25% inferior del que había en el momento álgido de la Guerra Fría, a mediados de la década de los ochenta. Bajo el análisis del investigador Jesús Torquemada en su obra ‘Armas nucleares’ (Iepala, 1985), las dos partes habían sobrepasado en esos años «la capacidad de aniquilar al adversario y, de paso, poner en peligro toda la vida en el planeta».
Si bien las potencias nucleares pequeñas pueden causar un nivel de destrucción también muy alto (Francia tiene 300 cabezas nucleares, China 250, Reino Unido 225, Paquistán 130, India 110, Israel 80 y Corea del Norte 15), la capacidad de las dos superpotencias es centenares de veces mayor. Allá por los años ochenta, Torquemada calculaba la capacidad de los arsenales de ambos países en «el equivalente a que cayeran 746.000 bombas de Hiroshima (solo incluyendo su armamento estratégico)».

Más allá del número o la potencia, el perfeccionamiento de este tipo de armas desde los años ochenta ha evolucionado, sobre todo, en lo referido a la forma en la que son lanzadas las bombas. Los submarinos nucleares americanos herederos de la Guerra Fría, como el caso de la clase Ohio, pueden llevar cada uno más de 200 bombas de Hidrógeno. No en vano, el mando de la Marina de Guerra de EE.UU. llegó hace pocos años a un acuerdo con General Electric para desarrollar un nuevo tipo de submarino nuclear estratégico con todavía más capacidad.

ABC.