Gabo y María Luisa fueron grandes amigos. Se conocieron en los años sesenta, cuando otro escritor colombiano, Álvaro Mutis, los presentó junto a sus respectivas parejas
La Mujer de ‘Cien Años de Soledad’
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Por Vera Bercovitz


Puede que su nombre sea muy conocido por haber aparecido en la dedicatoria de Cien años de soledad, una de las novelas más famosas de la literatura contemporánea: “A Jomí García Ascot y María Luisa Elío”. Pero puede que la verdadera historia de la española María Luisa Elío sea tan desconocida como su propia obra. La catedrática y escritora Soledad Fox Maura quiso resolver este enigma y con la ayuda del único hijo de nuestra protagonista, Diego García Elío, impulsó la publicación Tiempo de llorar (editorial Renacimiento) las obras reunidas de esta breve pero poderosa escritora, que a pesar de su talento no es tan conocida como los hombres de su generación (oh, sorpresa). Pero ¿quién es la misteriosa mujer a la que el premio nobel dedicó su libro más importante?
Nacida en Pamplona de familia republicana, huída con diez años de la Guerra Civil, acogida en París por un conde francés y una princesa rusa y exiliada en México donde llegó con sus padres y sus dos hermanas, la vida de María Luisa Elío, fallecida a los 83 años en 2009, bien podría haber animado alguna de las novelas del escritor colombiano. Gabo y María Luisa fueron, efectivamente, grandes amigos. Se conocieron en los años sesenta, cuando otro escritor colombiano, Álvaro Mutis, los presentó junto a sus respectivas parejas. “Es una relación que ha traspasado generaciones porque yo mismo soy íntimo amigo de Gonzalo y Rodrigo, los hijos de García Márquez”, cuenta por teléfono Diego García Elío, que se recuerda de niño jugando en casa del escritor, rodeado de otros intelectuales, o incluso viajando a La Habana donde el nobel tenía casa y donde él y su madre coincidieron en varias ocasiones con Fidel Castro, íntimo amigo del escritor: “A mí el personaje no me resulta particularmente atractivo. Pero sí tenía una parte que deslumbraba y la gente se quedaba muy sorprendida con su presencia. Podía hablar de béisbol, de política, de quesos, de whisky o del clima. Sólo hablaba él. Y todo el mundo quedaba obnubilado”.
Aunque Gabo era el más conocido, no fue el único artista que formaba parte del grupo de intelectuales y bohemios con el que se codeaba el matrimonio formado por José Miguel ‘Jomí’ y María Luisa, escritora, guionista y eventual actriz, que desde muy joven se interesó por el teatro, el cine, la literatura y el ambiente cultural que agitaba México en los fervientes años cincuenta y sesenta del siglo pasado. “Empezó a hacer teatro con un profesor japonés que estaba muy de moda, Seki Sano, y poco a poco se fue introduciendo en esos círculos. Era un grupo grande que incluía a Carlos Fuentes, Octavio Paz, la pintora inglesa surrealista Leonora Carrington, José Bergamín, Emilio Prado… Y por supuesto, los García Márquez” —recuerda su hijo—. “Mi madre era una mujer guapa, apasionada y de carácter simpático y siempre estaba rodeada de amigos”.
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Su infancia, sin embargo, no había sido fácil. Los Elío llegaron a México tras un duro periplo, huyendo de un periplo aún más duro: la Guerra Civil. La contienda mantuvo a su padre, el juez Luis Elío, uno de los grandes terratenientes de Navarra, encerrado en un armario durante tres años la misma cantidad de veces que le dieron por muerto —y que su madre creyó enviudar y María Luisa y sus hermanas quedarse huérfanas de padre—. Mientras ellas consiguieron huir a París, donde recibieron la ayuda desinteresada del conde Hubert de Monbrison y su esposa, la princesa Teodora de Rusia, que durante dos años acogieron a las niñas en su castillo de Quincy reconvertido en internado, donde se refugiaban niñas rusas, republicanas y judías. Los Monbrison —que bien merecen un reportaje aparte— pagaron el pasaje de los Elío a México y desde pequeña, María Luisa quedó profundamente impactada por ese aristócrata benefactor y jugador olímpico de polo. “No lo volvió a ver pero siempre fue un referente para ella. Quizá como primer amor platónico de una niña”, comenta su hijo.
En México la suerte de la familia no remontó. Luis Elío quedó emocionalmente tocado, su carácter cambió y no quiso saber nada de España, país al que nunca volvió. Solo cuando su padre falleció, María Luisa se atrevió a emprender el otro viaje más difícil de su vida: su vuelta a Pamplona. Un recorrido nostálgico y titubeante por los lugares donde transcurrió su feliz infancia y que dio luz a uno de sus escritos más emotivos e importantes, Tiempo de llorar, que da título al citado recopilatorio.
Años más tarde, una anciana pero aún hermosa María Luisa recordaba nostálgica algunos capítulos de su vida en la televisión mexicana. Su vacilante llegada a México, sus primeras creaciones, su soledad, su nostalgia y cómo no, su gran amistad con los García Márquez. El matrimonio entre Jomí y María Luisa no perduró, pero la dedicatoria de Cien años de soledad durará para siempre.

EL PAIS.