El Índice de Burocracia ofrece un listado sobre los países que lideran la pérdida de tiempo en engorrosas gestiones. Un asunto que afecta ¡hasta al Vaticano!
¿En qué país de América se pierde más el tiempo?
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Por Macky Arenas


A finales de octubre pasado, el papa Francisco, en su catequesis de la audiencia general reflexionó sobre la tentación "de los nuevos fundamentalistas", que pretenden encerrar la vida cristiana en una lista de preceptos. Y recordó: "El Espíritu cambia el corazón, la burocracia de lo sagrado aleja". Ciertamente, hay una burocracia "sagrada" que impone sus reglas, excluye y ralentiza. Hay una más terrenal que pone trabas a los cambios y aleja de la eficiencia.

El Santo Padre ha tenido que lidiar con ambas. Se ha aireado toda clase de líos en la Curia -como es conocida la administración central del Vaticano-, escándalos sobre cómo se administran las finanzas, exigencia de transparencia en las conductas y manejo de recursos, conflictos internos y procesos que se dificultan, actualización de los dicasterios además, por cierto, del reclamo de las Iglesias locales para destrabar los accesos a instancias vaticanas, mejor comunicación y desempeño más eficiente. El papa ha emprendido reformas de fondo y de forma, incluso en las comunicaciones y toma de decisiones en la Iglesia para hacerla más dinámica, participativa en su misión de caminar juntos y escucharnos que, entre otras cosas, es el propósito del Sínodo en marcha. A fin de cuentas, la Santa Sede guía espiritual de millones de católicos en el planeta, es también un estado, el Estado Vaticano, el cual se maneja burocráticamente como todas las organizaciones en el mundo.

La burocracia y sus dos caras

Y es que la burocracia es necesaria en la medida en que los procesos y las organizaciones fueron haciéndose más complejas. Y la burocracia es para eso, para facilitar. Cuando ocurre lo contrario, opera como un paquidermo que torna todo más complejo. Talcott Parsons, un sociólogo estadounidense de la tradición clásica de la sociología, conocido por su teoría de la acción social y su enfoque estructural-funcionalista, trabajó el tema de la burocracia con especial empeño. Una de sus máximas para que ella funcione es: “The right man, in the right place, at the right moment”, es decir, colocar a la persona idónea, en el lugar adecuado, en el momento correcto. Parsons fue una de las figuras más influyentes en el desarrollo de la sociología en el siglo XX.

En nuestros países latinoamericanos las cosas no funcionan porque el clientelismo, la corrupción y la ideologización hacen de piedras de tranca para que las administraciones a cargo de los asuntos públicos hagan caso omiso del elemental consejo de Parsons. Si esos vicios se aplicaran a los privados, las empresas quebrarían. Pero como los Estados no quiebran, siempre habrá quien tire de la carreta corriendo arrugas. Pero los Estados sí pueden llegar a ser “fallidos”, aunque los países sigan allí y la corrupción mantenga sus propias armazones fraudulentas. Siguen operando pero son dramáticamente ineficientes. De allí la vulnerabilidad de las poblaciones, la fragilidad de las instituciones, los problemas no resueltos, las demandas no satisfechas, base del rechazo a la política y los políticos que se ha dado en llamar “la antipolítica”, que devora a América Latina y da paso al autoritarismo.

Una medición aterradora

Una de las características más obvias de la ineficiencia es una burocracia inflada, enredada e inoperante, que roba el tiempo, la productividad y la vida. Eso fue, justamente, lo que se dedicó a medir el Centro Latinoamericano de Atlas Network y otras cinco organizaciones defensoras de la Libertad en Argentina, Brasil, Colombia y México, entre las que figura Cedice Libertad de Venezuela, la cual lideró el proyecto del Índice de Burocracia de América Latina (IB LAT). Buscaron, sobre todo, medir el tiempo que tienen que destinar las pequeñas empresas para cumplir los trámites burocráticos necesarios para funcionar. En esta primera edición, Venezuela se ubicó, junto a Argentina, en el último puesto del instrumento, inspirado en su par de Eslovaquia.

945 horas al año

De acuerdo con los resultados del estudio, en Venezuela la pequeña empresa pierde en promedio 945 horas al año en realizar trámites burocráticos, cifra que triplica el tiempo invertido por Brasil, país que gasta menos cantidad en horas para los mismos menesteres. Lograr instalar una empresa en funcionamiento, implica un promedio de 68 trámites burocráticos, a cual más complejo, sobre todo el referido al pago de impuestos. Sary Levy Carciente, miembro de la Academia de Ciencias Económicas y Sociales y del Comité Académico de Cedice, estuvo a cargo de la coordinación del proyecto. Conversó sobre el trabajo de investigación y destacó la importancia de realizar estas mediciones y evaluaciones como una forma de contribuir a la transformación de la gestión pública a fin de que sirva para dinamizar el entorno económico y facilitar la vida del ciudadano.

El calvario burocrático

“Escuchamos –comenta, de entrada- con mucha frecuencia que queremos promover el emprendimiento en nuestras sociedades pero, en la práctica, la gente debe pasar por un vía crucis para cumplir tan solo con las regulaciones para mantenerte funcionando. Fíjate que no digo para abrir operaciones; me refiero a empresas que ya funcionan pero que la burocracia les complica la vida por la frecuencia y la variedad de obligaciones que se les imponen. Un objetivo fue enfocarnos en la pequeña empresa pues cuando revisamos a nivel global, el 75% de las empresas en el mundo son empresas pequeñas, lo cual revela que ellas conforman la red que soporta la calidad de vida de la ciudadanía en cualquier país. En particular, en América Latina, llega a superar el 90%”. Según esos datos, prácticamente todas las empresas son pequeñas. “Hablamos mucho de favorecer –señala la investigadora- la formalización de esas empresas, cosa que les resulta imposible con tanto papeleo y gestiones que les vuelven el intento un calvario”.

Un lujo que la mayoría no se puede dar

La metodología fue rigurosa. Cada grupo de investigadores revisó la estructura productiva en cada uno de sus países y, de manera exhaustiva, levantaron la data que permitió sacar conclusiones, a partir del estudio de una empresa pequeña pero que tuviera significación dentro del esquema de producción económica del país donde se encuentre. La situación es tan grave, que hay empresas que presupuestan auténticos equipos de trabajadores con el sólo propósito de hacer solamente eso: lidiar con la burocracia. ¿Cuántas empresas pequeñas se pueden dar ese lujo?, preguntamos.

Levy responde: “Normalmente, una empresa pequeña empieza con una persona, el que produce la idea. A veces tiene un socio que lo ayuda. Y el cuadro, ante estas dificultades, es que uno debe dedicarse al papeleo y uno sólo es el que queda trabajando. Esa es la realidad. Se les va la mitad de tiempo en burocracia”. Hay una suma de elementos que se conjugan para complicar las cosas y explican el que la burocracia sea sinónimo de enredos y pérdida de tiempo. Ella lo presenta nítidamente: “Por un lado, las estructuras del estado favorecen incentivos perversos porque son demasiado grandes. Se realimentan a sí mismas para crecer y llega un momento en que restan productividad y creatividad, impiden la formalización y terminan convirtiéndose en un caldo de cultivo muy propicio para la corrupción”.

España fue un referente

Incluyeron en el estudio a un país que no es de la región, España, para detectar elementos tanto referenciales como comunes. “Con España hay muchas afinidades”, acotó. Uno de los hallazgos es que, con relación a Europa, nuestras empresas dedican un tiempo imposible en trámites burocráticos. Pierden horas de trabajo y horas hombre en cumplir con ellos. Continúa Levy: “Si queremos gobernanza, eso implica gobiernos ágiles, flexibles y regulaciones inteligentes. Lamentablemente, la estructura heredada del siglo pasado sigue vigente y no ha dado el salto hacia adelante para responder a lo que exige la sociedad del siglo XXI”. Muchos países han avanzado en la digitalización de los procedimientos. Pero la idea, para Levy, no es que aumenten los procesos digitales, sino que se evalúe cuáles procedimientos son verdaderamente necesarios y generan una regulación que realmente favorezca al ciudadano, en lugar de impulsar aquellas que dificultan la vida del productor.

“La era de la revolución industrial 4.0 –recomienda- requiere que los gobiernos respondan más rápidamente a las necesidades de los ciudadanos. Ello impulsa un nuevo paradigma de gestión pública, con una burocracia gubernamental simplificada, ágil, adaptable en su estructura, en sus procesos y procedimientos y con un personal receptivo, abierto a facilitr soluciones”. Lograr estos cambios no es tarea fácil, pero son imprescindibles para lograr una gobernanza en sintonía con los nuevos tiempos y las nuevas realidades. Parece obvio pero nuestros gobiernos no parecen entender nada. O no quieren hacerlo. El papa Francisco ha entendido y va en ese camino.


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