En la exposición "La máquina Magritte" un lienzo destaca por encima de los noventa elegidos para exhibirse
Un Camisón blanco colgado de una percha
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Por Karina Sainz Borgo


En sus mundos, un hombre y una mujer se besan como si se asfixiaran, el agua rebosa en un mar con nubes y los árboles crecen en noches en las que aún es de día. En una sala abarrotada de gente que respira, la pintura de Magritte permanece milagrosamente intacta, como si el tiempo que hubiese transcurrido entre él y nosotros no hubiese sido en vano, como si el surrealismo fuese para siempre. En una sala de museo, ese lugar donde lo terrible y lo hermoso se comparten a la manera de una comunión a codazos, una exposición se despega de lo anodino y lo correoso. No es la mejor de la temporada, ni siquiera es incontestablemente buena o necesaria, pero ocurre que está dedicada al único surrealista europeo que se entregó con belleza a sus infiernos: desde objetos -peines o pipas- que no son lo que dicen ser hasta los fantasmas cuelgan de perchas.

En la exposición "La máquina Magritte", la segunda retrospectiva que el museo Thyssen dedica al pintor belga en España después de la que organizó la Fundación Juan March en 1989, una imagen se alza por encima del resto. Encuadernada en una esquina, un lienzo resalta sobre los 90 que se exhiben en el museo: "Homenaje a Mack Sennet", una obra de 1934 que aún congela a quien sigue observándola casi un siglo después. Como casi todas las de Magritte, esta es una imagen imposible, una estampa perturbadora e inofensiva como las muertes en los sueños: un camisón blanco colgado de una percha, que se deja ver dentro de un armario abierto. Es el cuerpo ausente, fantasmagórico, de una mujer de la que solo quedan dos pechos pequeños, redondos e inverosímiles sobre la tela que oscila prendida de un gancho.

Mack Sennet, a quien el pintor belga rinde homenaje en el título, fue un cineasta canadiense que se dio a conocer por su cine de comedia, farsas mudas de comienzos de siglo XX, de las que se hicieron famosas sus mujeres bañistas, un conjunto de chicas conocidas como las Sennett Bathing Beauties (las Bellezas Bañistas de Sennett) entre ellas Juanita Hansen y Marie Prevost. Mujeres de cabello oscuro y piel blanca, a punto todas de saltar al agua. La persistencia simbólica en Magritte puede interpretarse como una clave estética, pero también como un hilo del cual tirar, una soga que conduce al hallazgo de una mujer ahogada, que es como dicen que se arrojaban a los pozos de agua las suicidas: vestidas con ropas de cama y atadas a una cuerda de las que fuese posible tirar para sacarlas del fondo del agua.

La madre de Magritte se ahogó en un río, vestida con un camisón blanco. De aquel episodio mana una de sus series más famosas: "Los amantes", ese conjunto de lienzos en el que un hombre y una mujer se besan con el rostro cubierto por un paño. Un beso que exhuma la tragedia y confunde el deseo con el ahogo. Dicen que al ser rescatado del agua, el cadáver de la madre de Magritte tenía la cabeza envuelta por el camisón blanco que vestía al arrojarse al agua. Y puede que sea ese el mismo que aparece revisitado, colgado de una percha, en el lienzo dedicado a Sennet y que aún hiela la sangre de quien lo contempla, de pie, en una sala abarrotada de gente casi cien años después.

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