Una creencia de muchos años, que parte de hechos objetivos: Orson Welles con La Guerra de los Mundos, los científicos húngaros y que ahora da paso al viaje de Perseverance.
¿De dónde salieron los marcianos?
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Por Simón Petit


Desde muy joven solía escuchar que algún día los marcianos vendrían a conquistar la tierra. A principio del siglo XX comenzó a decirse que habían llegado de incógnito y estaban espiando cuáles eran nuestros puntos débiles para invadirnos. Lo cierto es que esta fantasía pudiera atribuirse -que por un momento fue la iniciativa de dinamizar una propuesta radial y luego se convirtió en histeria colectiva en el pueblo de Grover’s Mill de New Jersey-, al gran Orson Welles y al guionista Howard Koch, cuando hicieron aquel famosísimo programa de radio, La Guerra de los Mundos, en 1938, con un libreto adaptado que Howard hiciera de la novela homónima del escritor inglés H.G. Wells; aunque, es justo decir que antes de ellos, Edgar Rice Burroughs desde 1912 con su obra Bajo las Lunas de Marte, se venía expresando con lo que posteriormente se conoció en la literatura como el género de ciencia ficción. Tiempo después, el cine también como expresión creadora, hizo su aporte en lo referente a recreación de las invasiones extraterrestres, la defensa interestelar terrícola e incluso la ficticia convivencia paradisíaca con éstos.

Los marcianos, sin duda, son un producto. Nada más revisar de dónde vino eso para darse cuenta que todo surgió como una ocurrencia que intencionadamente fue el ensayo de cómo se posiciona una falsa información. Y esto terminó de consolidarse después de la segunda guerra mundial con la emigración de unos científicos húngaros a los EE.UU. Es a un físico húngaro estadounidense, Leó Szilárd, a quien se debe principalmente esto de los marcianos ya que en tono de broma en una entrevista que le hiciera György Marx para su libro Los Marcianos, le preguntó que por qué éstos no existían más allá de la tierra, a lo que Szilárd le respondió: “Ellos ya están aquí entre nosotros, simplemente se llaman Húngaros”.

Los científicos húngaros en verdad eran aparentemente sobrehumanos en intelecto. Incluso su vida personal siempre se rodeaba de misterio. Para el común estadounidense ellos hablaban un idioma incomprensible y provenían de un desconocido y pequeño país. Por ser extraños y fuera de este mundo, ello los llevaría a ser llamados marcianos en el decir popular estadounidense, un nombre que sin complejos adoptaron jocosamente.

La broma tomó forma de historia, según la cual, los científicos húngaros eran en realidad descendientes de una fuerza de exploración marciana que aterrizó en Budapest. En todo caso se destacaron mucho en el campo de la física, matemáticas y medicina. De esa camada hubo científicos famosos, como Paul Halmos, Nicholas Kurti, John Von Neumann y Teodore Von Karmán. Tan así de inteligentes fueron que avanzaron dos pasos al frente en los estudios de la física nuclear, la biología molecular, la gastronomía molecular, las teorías combinatorias, etc.

Para completar más el asunto -no sé si por ese halo de misterio o sencillamente por reconocimiento- existen tres cráteres en Marte que tienen por nombre Szilárd, Von Neumann y Von Karmán. Y por otro lado, existe un cuarto que se bautizó con el nombre Orson Welles, probablemente – y especulo yo- por el suceso de ese 31 de octubre de 1938 a las nueve de la noche.

Marte ha sido a su vez un planeta mimado por los terrícolas. Los Sumerios ya habían escrito sobre una estrella errante de color rojo que surcaba el cielo. Hubo una serie en la década de 1960 que se llamaba Mi Marciano Favorito. Un chá chá chá escrito por el cubano Rosendo Ruiz Quevedo e inmortalizado por la Orquesta Aragón nos dijeron que “Los Marcianos llegaron ya, y llegaron bailando ricachá”. Se han publicado libros como los de Ray Bradbury y sus Crónicas Marcianas, el de Fredric Brown “¡Marciano vete a casa!”, y en el caso de Venezuela, el compositor zuliano Astolfo Romero, hizo una gaita de furro llamada “El Marciano” con el grupo La Universidad de la Gaita en 1980.

Quizá sea esto lo que también ha motivado a explorar el espacio y Marte sea el primer planeta para determinar si hay o hubo vida. Las imágenes que llegaron desde la NASA, nos muestran un paisaje desolado, desértico, más bien con la apariencia de haber sido arrasado por una hecatombe quién sabe cuándo. El pasado 18 de febrero amartizó con éxito en la superficie del planeta rojo el rover Perseverance, que forma parte de la misión espacial Mars 2020 del Programa de Exploración de Marte de la NASA.

Perseverance y el pequeño helicóptero explorador que lo acompaña en esta misión, llamado Ingenuity, llevan ya unos días paseando por Marte deleitándonos con sus primeros vídeos, imágenes y sonidos de nuestro vecino del sistema solar.

Uno de los grandes momentos de esta misión fue el hipnótico vídeo del exitoso amartizaje del rover Perseverance, que tras posarse suavemente sobre la superficie marciana, desató las muestras de júbilo del equipo de la NASA como un triunfo absoluto. Mars 2020 se planificó para un año “marciano” que son 687 días terrestres y en ese tiempo se espera recabar suficiente información del planeta. De hecho se sabe que hasta el momento van más de 7000 fotografías y videos que van detallando a Marte. El 30 de marzo, Ingenuity, se desplegó de Perseverance para su primer vuelo en el que recorrería pocos metros y así en los días sucesivos seguir enviando información.

Todo esto nos lleva a retomar aquello de la invasión marciana y de la broma de Szilárd, de cómo el ser humano cree profundamente en Dios (su Dios para no caer en detalles); pero no deja de inquietarle que exista algo fuera del planeta que pueda amenazar el futuro del mismo, por encima del desastre que el ser humano como tal le causa al mundo. La imagen de los enanitos verdes que vinieron del espacio se desvanece y cómo es lógico, algo nuevo vendrá para seguirnos atormentando con invasiones extraterrestres.

Por ahora, lo único seguro que tenemos y vemos, es el sol y la luna, los luceros y las estrellas, los cometas y las estrellas fugaces, y de cuando en vez, algún satélite -que sin ser marciano- cruza nuestro cielo para también espiarnos desde el espacio.