César Aira tenía poco más de 12 años cuando intentó sus primeros textos y no cumplía los 18 cuando conoció a Alejandra Pizarnik
El hombre que no quería más premios
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Por Karina Sainz Borgo


"Un premio tiene algo de final de partida, porque mira en una sola dirección: a lo ya hecho". Las palabras de César Aira rasgan la calima del Guadalquivir (río en España). Llegó el argentino a Sevilla para recibir el Formentor, que este año recuperó su título Prix Formentor y ofreció una edición más de las Conversaciones Literarias, cuya celebración estaba prevista en Túnez y un golpe de Estado en ese país obligó a cambiar la sede por Andalucía. Quizá por eso, o por las infinitas restricciones de la pandemia, la presencia de Aira tuvo algo de acontecimiento. Y lo fue.

César Aira (1949) generó tanto interés entre la prensa que a los periodistas los atendió de tres en tres. En la primera de cuatro tandas, el escritor tomó asiento como si de la silla de un dentista se tratara, pero en seguida remontó y atendió al compromiso con educación y cortesía. Habló de su lujosa colección de estilográficas. Cuando las usa, dijo, se siente como James Bond en el casino de Montecarlo. También confesó, con cierta coquetería, que disfruta el lujo. "Como yo no soy lujoso, me gusta".

Tenía poco más de 12 años cuando intentó sus primeros textos y no cumplía los 18 cuando conoció a Alejandra Pizarnik. Eran los años de la adolescencia y el brote de la vocación. Y aunque entonces intentó la poesía, la voz se fue por otro lado, buscó su propia grieta, mejor dicho, la horadó con el riego de quienes insisten. "Normalmente decepciono cuando esperan de mí que hable de la actualidad. Yo hablo del asunto literario, no de la cuestión social. Este Nobel lo concedieron por la lucha de su autor contra el colonialismo. Ya lo dicen así, directamente, sin hablar de literatura", explicó el hombre nacido en Coronel Pringles, una ciudad del sur de la provincia de Buenos Aires.

Los asuntos como la posteridad le quedan lejos a Aira, que considera ‘El llanto’ su primera novela buena. "Siempre me he sentido incomprendido, nadie ha dado con la tecla de mis libros. La única satisfacción que me produce es cuando un lector me menciona un detalle. El otro día, un chico motorista que trajo unas medicinas de la farmacia, me preguntó si yo era César Aira. Le contesté que sí. ‘Estoy con el Pequeño birrete’, dijo aludiendo a un personaje. Eso me hizo feliz".

La pandemia no lo ha tratado bien y por eso le parece "absurdo buscar algo bueno a un episodio tan patético". "A partir de ahí he dado por terminada mi vida. Ya no soy joven y no me adapto a esto -señala las mascarillas-. Me siento amenazado. Si supieras la cantidad de cosas que tuve que hacer para viajar hasta aquí. Ya no más premios ni viajes, me quedaré en casa escribiendo".

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