Muchas veces se ha dicho que el Vaticano podría ser el epicentro del bien y el mal
DANZA DE LOS OPUESTOS
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Waleska Perdomo Cáceres

Un plano existencial dónde ambas fuerzas confluyen y luchan con igual potencia, por lo que podría ser posible que en ese lugar se geste el bien más elevado o la degeneración más intensa. Es un multiverso que trasciende la beata concepción terrenal de la santidad, del triunfo del bien absoluto sobre el mal. Ésta pugna también podría erigirse como una particular cosmogonía en la elección del nuevo Papa, lo que significa la reavivación de la lucha mítica del bien contra el mal.
 
Entendiendo este proceso desde la filosofía Taoísta, implica que el yin y el yang se complementan. Es decir que en todo bien hay mal y en todo mal, hay bien. En este plano existencial, las fuerzas antagónicas no sólo coexisten, sino que convergen con una intensidad equiparable, creando una cantidad ingente de posibilidades desde ese poder dual. En el tao, el yin y el yang no se oponen de manera absoluta, sino que son dos caras de la misma moneda: cada manifestación de luz lleva en su interior la semilla de la sombra, y cada sombra contiene la posibilidad de resurgir hacia la luz.
 
Por ello, el Vaticano se convierte no solo en un centro de influencia terrenal o espiritual, sino que es un vórtice energético donde las fuerzas se equilibran en un flujo incesante. Su esencia se transforma constantemente, dependiendo del balance presente, por lo que sería una potencia capaz de transformar y, convertirse en un punto de inflexión. La elección papal entonces se convierte en un acto alquímico, pues el nuevo Papa no sería un mero representante de Pedro, sino que sería un símbolo del equilibrio, o desequilibrio, entre éstas fuerzas cósmicas.
 
Su pontificado podría inclinar la balanza hacia la renovación espiritual o hacia la corrupción, pero siempre dentro de un ciclo donde cada extremo contiene lo opuesto. En este escenario surreal la estética es apocalíptica, se desempolvan las profecías de San Malaquías, y de Nostradamus, por lo que todo el evento se convierte en un devenir donde la virtud debe vencer al vicio. Encarando la batalla eterna, dónde los fieles oran sabiendo que influye por igual cada pecado, cada plegaria y cada conspiración.


La lucha ancestral de los ángeles caídos por retomar el poder está ahí, susurrando consejos contradictorios a los oídos de cardenales, cuyas decisiones tendrán repercusiones que se extenderían mucho más allá de los límites de ese universo. Será una cuestión donde debe prevalecer la gracia suprema. Entonces las profecías sobre el "fin de los papados" o el "Papa Negro" adquiere un nuevo significado: no son advertencias literales, sino alegorías de un momento crítico donde el equilibrio humano se redefine, pues el apocalipsis, no sería destrucción, sino la metamorfosis energética que necesita el mundo.

Claro, los retos humanos actuales son complejos, incesantes, artificiales, tecnológicamente contrarios a la obra de Dios, reprendibles y necesitados de una nueva sensibilidad, por lo que ésta elección será una danza donde las energías opuestas (luz/sombra, unidad/fragmentación) se reconfiguran y en cada decisión de los cardenales podría simbolizar el "movimiento del Tao", donde incluso un gesto aparentemente corrupto llevaría en su núcleo la semilla del bien en un equilibrio futuro, y viceversa.

La lucha por el poder dentro de los muros vaticanos refleja la batalla arquetípica entre arcángeles y demonios, pero sin vencedores definitivos. Cada conversación, cada pacto, sería un movimiento en el tablero del Tao, en un epicentro donde convergen fuerzas antagónicas y complementarias, trascendiendo la dualidad simplista del bien y el mal. Y ese espacio sagrado podría representar un microcosmos del equilibrio mundial teniendo un "epicentro de fuerzas contenidas", lo que subvierte la narrativa tradicional del triunfo final del bien sobre el mal.
 
En su lugar, prevalecerá la ética de la coexistencia intersubjetiva pues el mal lamentablemente no se erradica definitivamente, sino que se equilibra, y la virtud no es pureza, sino la conciencia de la existencia de un Dios que todo lo puede, que todo lo ve, que todo provee. Desde esta óptica, el próximo Papa no será un salvador ni un anticristo, sino un pontífice: un constructor de puentes entre las diversas dimensiones en las que se debate la humanidad. Su tarea no es imponer una verdad, sino mantener el equilibrio en la danza eterna de los opuestos. 


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