Uno de los retos inmediatos es promover la creación de conocimientos para reducir las desigualdades entre países y personas.
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Por: MARINO J. GONZÁLEZ R. 
marinojgonzalez@gmail.com


El 28 de junio de 1553, Ignacio de Loyola escribió a Francisco Javier que, “en virtud de santa obediencia”, se debía desplazar a Portugal. Desde allí, seguía Ignacio, podría continuar su ministerio de predicación que lo había llevado hasta la India, Japón y la China insular. Pensaba Ignacio que, desde Portugal, Francisco Javier podría apoyar en la evangelización de Brasil y Guinea. También le decía que luego podría regresar a la India. No sabía Ignacio que varios meses antes, el 3 de diciembre de 1552, Francisco Javier había fallecido justamente cuando se preparaba para ir a la China continental.

Desde la fundación de la Compañía de Jesús en 1534, llevar la predicación hasta las fronteras del mundo ha sido un rasgo característico de su praxis. Las misiones emprendidas por Francisco Javier fueron fundamentales para consolidar a la congregación como institución en las encrucijadas más distantes, en las opciones más complejas. Que Ignacio pensara que había que ir en todas direcciones, con las dificultades de transporte de la época, es demostrativo de que la Compañía de Jesús estaba para servir en todas las culturas, en todos los ámbitos. Es por ello que Francisco Javier le comentaba a Ignacio, en carta de abril de 1552, que había que enviar jesuitas muy preparados a Japón, para “responder a las muchas preguntas” que hacían sus pobladores. También le parecía a Francisco Javier que China era “grandísima” y habitada por gente muy ingeniosa, con muchos letrados. Sus impresiones terminaron siendo muy acertadas.

La Compañía de Jesús se inicia en el nuevo mundo surgido con el descubrimiento de América. En ese vasto escenario, la espiritualidad ignaciana se expresó en múltiples facetas, pero una de ellas fue predilecta: la educación en todos los terrenos. Luego de casi 500 años de existencia, no hay duda de las notables contribuciones de la Compañía a la mayor gloria de Dios. También es evidente que la evolución del mundo, especialmente en los grandes desafíos del siglo XXI, requiere diferentes competencias y exigencias, para que la influencia de la formación ignaciana sea efectiva y transformadora. Al igual que hace cinco siglos, el escenario ofrece oportunidades y restricciones. Para transitar con éxito se necesitan nuevas visiones y fortalezas.

Las fronteras de la humanidad se han expandido de manera extraordinaria. La geografía del planeta se ha vuelto más pequeña porque las comunicaciones han avanzado de manera impresionante, pero también el Universo se ha ensanchado. Es posible llegar a confines inimaginables pocas décadas atrás. Pero ahora las brechas entre los países y las personas son expresiones de la capacidad de crear conocimientos. Aquellos países con mayores capacidades para producir conocimientos han constituido sociedades que se encuentran en los horizontes más avanzados para la creación de tecnologías e innovaciones. El desarrollo de la inteligencia artificial está configurando el predominio digital por primera vez en la historia. Y de la misma forma se están generando mayores diferencias entre países, y dentro de ellos.

En este escenario es clave identificar las opciones de transformación basadas en el servicio a las personas, tal como está en el centro de la espiritualidad ignaciana. Dos retos al menos se expresan de inmediato. El primero es afrontar la tarea de crear más conocimiento disponible para la sociedad. Al contrario de las décadas precedentes, esta creación de conocimientos no es monopolio de universidades o centros de investigación. Ahora está determinada por la contribución de cada persona. Se trata de fomentar esas capacidades en todos los espacios (gobiernos, empresas, escuelas y universidades, comunidades, asociaciones). Y que ese conocimiento se pueda compartir. El segundo reto es promover que la creación de conocimientos reduzca las desigualdades entre países y personas. Se debe evitar la exclusión en las capacidades de crear conocimientos. Para los ignacianos de este siglo, la incidencia en el servicio a las personas pasa por convertir el conocimiento en un espacio de encuentro y no de diferencias, por promover que cada persona alcance el máximo potencial en su generación y utilización.

Estas exigencias son mayores en América Latina, dadas las condiciones de baja diversificación productiva en la mayoría de nuestros países. Puede aseverarse que, de no cambiar las tendencias en la generación de conocimientos, la significación de la región en el contexto internacional será cada vez menor. Tal como lo intuía Francisco Javier, Asia se ha convertido en el eje de la creación de conocimientos para los próximos decenios. La reducción de la brecha de nuestra región con respecto a Asia debería ser un tema de especial relevancia. Y para los ignacianos de Venezuela la exigencia es mucho mayor, porque el país es el menos diversificado de América Latina. Al igual que los primeros jesuitas misioneros, que tuvieron que abrir caminos en condiciones adversas en muchas partes del mundo, toca a los ignacianos de esta época encontrar alternativas que permitan a todos los ciudadanos alcanzar el mayor nivel de bienestar, en un tiempo en que la humanidad ha alcanzado el mayor nivel de conocimientos de la historia.