El Devorador de Pelotas
Relato de Arnaldo Sehwerert F.
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Después de diez años de estar alejado del deporte en activo, un médico amigo me recomendó iniciarme en la práctica del golf. Te sentirás mejor física e intelectualmente, afirmó.

Confieso que en gran parte el consejo ha sido muy útil. De modo que comenzamos a recibir algunas clases –bendita la paciencia de Ramón Muñoz–, y empezamos a vivir la emocionante aventura que significa el accidentado recorrido dominical a través de los primeros nueve hoyos en Los Anaucos Country Club. Sobre las peripecias y complejidades de la enseñanza de este aparentemente ingenuo deporte ya ha escrito magistralmente, en esta propia revista, el amigo Franklin Whaite. Por lo que en esta oportunidad solo vamos a referirnos a uno de esos humillantes obstáculos que se le presentan a un novato jugador de golf de apenas 50 años de edad, para poner a prueba su carácter, su voluntad, su afán de superación, su gran ocasión o pretexto para retirarse a tiempo de este vicio tan sano. A tiempo de no buscarse nuevos problemas…

El club Los Anaucos está ubicado en un lugar realmente hermoso dentro del campo venezolano. A pocos kilómetros de esta avasalladora urbe que es Caracas –por la autopista hacia Maracay– está, no obstante, lo suficientemente alejado del enrarecido y cotidiano ambiente capitalino. 
 
El verdor perpetuo de sus cerros y montañas, partidas a tramos con sinuosas quebradas, algunas de las cuales a veces se engalanan con pequeños hilos de agua, nos hizo comprender de inmediato la bondad terapéutica recomendada por el doctor Julio Machado. 

¡Pero no contábamos con el hoyo 2!

¡El hoyo 2 de Los Anaucos! ¡El más grande cementerio de pelotas de golf de Venezuela! ¡Qué digo, de toda América! Tal vez el récord de este monstruo de la naturaleza y del deporte tenga características mundiales. ¿La distancia? No chico, son apenas 164 yardas. Par 3. Teóricamente un verdadero regalo. Pero antes de que se sitúe en posición de golpear alegremente la pequeñita, blanca y coqueta esférica, permítame describirle a este reto constante, a este provocador subversivo y a este asesino de ilusiones, que es el famoso hoyo 2.

La salida es un espacio tan pequeño e irregular que usted tiene que tener mucho cuidado para no golpear a sus compañeros de aventura o no acercarse mucho al borde del terreno para evitar caer al precipicio. ¡Sí, señor, al precipicio! Porque después del sombreado –alguna virtud debía tener– lugarcito de salida, todo lo que se presenta ante el sorprendido principiante es un hueco enorme, una sima profunda y verdosa, algo así como las anchas fauces de un enorme y expectante dragón chiflado que en lugar de devorar hermosas doncellas tiene una insaciable predilección por las peloticas de golf, sin importarle la marca, ni el origen: norteamericanas, inglesas, japonesas todas las engulle rápidamente con singular satisfacción ante las miradas tristes de unos y la elevada presión arterial de otros, pero todos golfistas hermanados por un mismo dolor.

Los males derivados del tener que jugar el hoyo 2 en Los Anaucos no son sólo psicológicos, algunos de los cuales requieren posteriormente tratamiento psiquiátrico. También afectan terriblemente a la economía personal. 

No sé quién tendrá el discutido honor de poseer el récord de pelotas perdidas en ese tétrico, voraz y deforme agujero de la naturaleza, cuya perniciosa existencia no debía estar permitida por las autoridades competentes, según frase de un oposicionista sistemático. Yo en una mañana perdí 6, o fueron 8.

Pero siempre existe el consuelo de que otros perdieron más y que a lo mejor el que viene atrás será una víctima más derrochadora.

Pero también en este famoso hoyo 2 existe una satisfacción un tanto sádica. Y ella se produce cuando usted ve a jugadores “hechos y derechos” avanzar con aire triunfal hasta el punto de salida. Poner artísticamente su tee. Mirar con cierto aire académico a los principiantes que lo observan y tirarle a la pelota con todas las de la ley para… encajarla en las blandas paredes del monstruo en el mejor de los casos.

Si usted no cree en lo que le estamos diciendo; si no acepta que el Drácula de los hoyos es el 2 de Los Anaucos, lo invitamos cordialmente a comprobarlo. Pero después no diga que no fue advertido… de todas maneras la experiencia es interesante y vale la pena vivirla.