Caripito es un pueblo pequeño del estado Monagas. Se destacaba por tener una refinería de petróleo liviano y también por sus grandes parrandas culturales. En ese ambiente, en 1932, nació Juvenal Ravelo.
Su padre, Juan Antonio Perffetti, era un pintor autodidacta. Trabajaba haciéndole avisos a la Creole, pero en sus tiempos libres, se inspiraba en los cuadros de grandes maestros venezolanos como Martín Tovar y Tovar, Tito Salas y Arturo Michelena.
Juvenal aprendió desde pequeño la destreza con el pincel gracias a su padre y, con el apoyo de su tío (también pintor, Andrés Ravelo), descubrió su vocación.


Llegó a Caracas en 1953 y enseguida quiso encontrar un estilo propio. Fue su ímpetu por diferenciarse lo que lo hizo desarrollar un hambre insaciable de conocimiento: “Antes yo pintaba neo-figurativa. Eran paisajes de Caracas, pero no al estilo Manuel Cabré, sino una neo-figuración buscando estilo propio. Esa búsqueda de estilo me dio tres premios en el Salón Nacional de Artes Plásticas”, recuerda el maestro.
Años después, decidió expandir sus horizontes y viajar a la capital del arte en el mundo: París.
Una despedida sin sentimentalismos
A sus 88 años, Juvenal Ravelo habla de Caripito como su hogar, pero recuerda París como una aventura. Vivió en tierras francesas por más de 30 años y, aún desde Venezuela, mantiene lazos importantes activos y vigentes.


Para él, el secreto de su éxito en el exilio fue dejar a un lado la emotividad y abrirse por completo a lo nuevo. El momento de partir lo recuerda como un desprendimiento filosófico de todo lo que había conocido, para darle espacio a lo que tenía por conocer. Todo sucedió en 1964.
“Decidí irme en barco porque supe que haría el mismo recorrido que hizo Colón, bastante paradójico. No dejé que nadie me despidiera. Antes de zarpar les pedí a todos que me dejaran solo. Ahí comenzó el desprendimiento”, recuerda.
Para él, su viaje a París fue un reinicio y también una oportunidad de dejar a un lado las preconcepciones artísticas que había conocido en el país: “Me di cuenta que vivimos revestidos en sentimentalismo. Tenemos mucha influencia del mundo español, estamos arrastrando una herencia. Hay una nostalgia muy fuerte arraigada. Yo dije que eso no me iba a pasar a mí”, comenta.
Estudiando de la mano de Pierre Francastel, historiador francés, entendió el mundo que quería transitar y se sumergió en el cinetismo, pero no siguiendo los pasos de sus maestros, sino inspirándose en la ciencia.
La ciencia fue su musa
El arte cinético está lleno de cálculos, geometría y estudios de color. Para poder ejecutarlo, es necesario tener conocimientos científicos. Si bien varios venezolanos habían comenzado a experimentar con el cinetismo (como Carlos Cruz-Diez, que fue su maestro), Ravelo creó su propia rama de estudio enfocándose en la fragmentación de la luz y el color, tomando como base las teorías de Isaac Newton.
“Él es quien descubre la descomposición de la luz blanca en siete colores (como el arcoíris) a través de un prisma. Yo dedico mi estudio al color en el cinetismo. Lo usé de inspiración a él, no a otro artista, no quería parecerme a ningún otro. Yo quería jugármela buscando mi propio camino”, comenta.
Utilizando el arte como lenguaje, quería crear una atmósfera que le permitiera explorar espacios que él consideraba importantes y su visión lo llevaba a sacar el arte de los museos para acercarlo a las zonas populares.
De París a los barrios venezolanos
Ravelo pasó tres décadas forjándose una reputación en París. Compartió con grandes figuras y descubrió su identidad como pintor; pero sintiéndose limitado en las paredes de los estudios, decidió volver a Caripito, su ciudad natal, con un proyecto nunca antes visto: llevar el arte a la calle: “La gente de los barrios no tiene acceso al arte. En ninguna parte del mundo. Ni en países desarrollados ni en países subdesarrollados. No lo hay, ese estudio lo hice”, explica.
En 1975, comienza la primera intervención de arte popular de Juvenal Ravelo. Con mano de obra propia del lugar, una psicóloga y un arquitecto, transformaron por completo su pueblo natal siguiendo la magia del cinetismo.
Habiendo experimentado en carne propia la pobreza en Caripito, construyó un proyecto que no sólo llenara el pueblo de color, sino también le enseñara a sus habitantes conceptos básicos de pintura y construcción. Fue todo un éxito.
“Uslar Pietri en el momento lo reseñó como una fiesta de colores, pero para mí lo más importante fue enseñarles a todos el aspecto técnico del arte, y ver el despertar del pueblo que sí le interesa aprender y que sí puede disfrutar del arte así como lo hacen los grandes en el Louvre o El Prado”, recuerda.
Ahora ve materializado su proyecto como un éxito rotundo y, a sus 88 años, dirigió la restauración del mural más grande de su vida: Módulos Cromáticos en la Av. Libertador de Caracas.
Con Carlos Cruz-Diez en París
20 años después: revive la Av. Libertador
Este mural mide 5.000 metros. Lo inauguró por primera vez en el 2001 y ahora, 20 años después, lo restaura para traerle de vuelta toda su gloria. “Para poder restaurarlo, teníamos que pintarlo de blanco con una capa alcalina. La gente pensó que estaban tapando el mural y comenzaron a quejarse por todos lados”, comenta entre risas. Cuando se popularizó el rumor, fue tendencia en Twitter Venezuela por casi dos días.
“Agradezco mucho que esa haya sido la actitud de la gente, eso demuestra que el arte les importa y que el mural forma parte de sus días”, explica el maestro. No hubo ni un solo metro de restauración que Juvenal Ravelo no supervisara.
Su obra está acompañada de una frase de Don Quijote de la Mancha que dice: “Sancho, nadie es mejor que otro, sino hace más que otro”. Fue elegida por él y esconde una explicación curiosa: “Esa frase se la dirijo yo a los alcaldes. La usé en el 2001 y la mantengo en el 2021”, explica.
Ahora, Juvenal Ravelo planea sacar un libro autobiográfico en donde reunirá 10 anécdotas de su vida: “Ahí tengo historias con grandes, desde Armando Reverón hasta Cortázar. También hay fotos de mis inicios y pinturas de mi papá”, comenta.
También aparecerá en la gran pantalla con un documental hecho por el venezolano Atahualpa Lichy.
Sin duda, el legado del maestro de la fragmentación de la luz y color se mantiene haciendo historia en Venezuela y el mundo.