INGENIOS
POR MARY VILLARROEL SNESHKO
Olga Sinclair
Con Panamá latiendo por sus venas, esta Artista Latinoamericana logra traducir el sentir caribeño en sus pinturas con la sofisticación de maestros Europeos
      A-    A    A+




El apellido Sinclair se ha convertido en sinónimo de arte gracias a Olga y a su padre, Alfredo, un artista de gran relevancia para Latinoamérica, quien sentó las bases del arte moderno que hoy se disfruta en Panamá. Inspirada por su talento, Olga decidió desde muy pequeña convertirse en artista.
Con una rebeldía innata y una sensibilidad por la belleza, la artista comenzó a adentrarse en el mundo de las artes desde pequeña y a los 14 años tuvo su primera exhibición. Su padre fue fundamental para su evolución, pero fue verse sola frente a su obra lo que hizo que desarrollara su propia personalidad.
“Al ser mi padre mi propio maestro y viéndolo pintar desde niña, la relación era muy directa e íntima para yo poder captar el formalismo y gestualismo de su obra. Yo luego me fui diferenciando… no fue difícil crear mi propio estilo, he vivido en muchos países y alejarme de él me ayudó a consolidar mi propia propuesta”, comenta la artista que tiene más de 50 años de trayectoria.
Pese a que el arte corría en su ADN, Olga asegura que la educación fue fundamental para ella. Estudió en Europa por muchos años para poder pulir su creatividad y convertirla en un modo de vida: “Gracias a la evolución desde lo académico, pude elaborar mi propia personalidad. El artista que no domina el oficio y la técnica, la inspiración se le queda en la paleta”.

UN FRENESÍ QUE SE MANTIENE
El primer recuerdo que tiene Olga de una obra fue una asignación escolar en la que la mandaron a hacer un semáforo. Ella, sin haber escuchado jamás la palabra, decidió crear una explosión de colores en lugar de la clásica señal de tránsito. Para el colegio, la asignación estaba incorrecta. Para ella, su obra estaba bien y, desde entonces, se deja llevar por sus pálpitos al momento de crear: “Ese frenesí que sentí con mi semáforo cuando tenía seis años ha permanecido en mi vida eternamente”.
Entre disculpas y confesiones, Olga admite que crea su arte sin pensar en el espectador, sino en lo que ella quiere decir: “Yo no pinto para el espectador; con todo el respeto, pinto para mí misma”.
Al enfrentarse a un lienzo en blanco, recurre a memorias que llegan a ella en medio de la somnolencia: “Ese es el momento en donde el ser humano se despoja de la realidad que lo rodea”, y justo esa separación de la cotidianidad, es su inspiración para crear: “Casi todos los artistas vivimos un mundo paralelo. Nuestros estudios se convierten en el búnker de nuestras ánimas para poder ofrecer un estado de gozo y belleza. Si estamos demasiado conectados con el mundo de afuera, pintaríamos solamente violencia, rabia, odio y no es mi naturalidad. Prefiero quedarme con mi espiritualidad”.

“YA NO BUSCO NADA”
Nacida un 14 de febrero, la artista parece estar destinada para la emotividad: “Eso es lo que mueve mi corazón y es la medida de todas las cosas: el amor”, asegura.
Es esa sensibilidad la que la ha guiado por más de cinco décadas de carrera y, hoy, confesa satisfecha que su búsqueda artística se basa simplemente en encontrar: “Ya no busco nada. Las ideas llegan a mí porque tengo más de 50 años en este oficio y ya no busco nada, sino estoy encontrando. Como decía Picasso: ‘Yo no busco, sólo encuentro’”.
La conexión que ha logrado Olga con su obra nace de la profunda consciencia de sí misma, tanto para lo positivo como para lo negativo: “Cuando llego al estudio y veo la obra pintada del día anterior, puedo tener un concepto autocrítico mucho más severo para poder decirme a mí misma qué está bien y que no está bien”.
Para lograr a este punto de su carrera, pasó años estudiando y preparándose. Actualmente, agradece que su talento la ha ayudado a crecer en todos los aspectos de su vida: “Gracias a esta carrera puedo darle una buena calidad de vida a mis hijas. Al final todos queremos salir de la pobreza y de los movimientos actuales que están llenos de muchas insatisfacciones personales”, comenta.
Olga creció en el seno de una familia muy humilde y hoy se posiciona como una de las artistas latinoamericanas con mayor reconocimiento internacional y, además, es de las mejor cotizadas.

ALMA CARIBE CON SOFISTICACIÓN EUROPEA
Orgullosamente panameña, Olga Sinclair ha logrado hacer de su arte un lenguaje universal; mezclando la fuerza y rebeldía del trópico caribeño, con la sofisticación y mesura del arte europeo.

Fanática apasionada de grandes maestros neerlandeses como Rembrandt, Vermeer y hasta Van Gogh, Sinclair ha sabido codificar sus pinceladas unificando a los maestros que admira con la energía de los países en los que ha vivido: “Quiero que cada obra tenga esa majestuosidad de la buena y la gran Europa”.
Entre finos retratos y sincronías de color, sus creaciones nacen del absoluto arrebato que la musa que, con los años, ha logrado domesticar: “A través de los años, uno va dominando más el concepto formal que quiere plasmar en su obra. Siempre le digo a los jóvenes artistas que deben ir a una academia de arte para que su evolución sea consolidada con una base y no les toque enfrentarse a un lienzo en blanco con un desconocimiento total de las ideas”.
Ha exhibido sus obras en España, Países Bajos, Italia, Suiza, Mónaco, Bélgica, Indonesia, Estados Unidos, Bolivia, Panamá, Alemania, Ecuador, Nicaragua, Chile, Nicaragua, Venezuela y muchos más.

“LOS NIÑOS NACEN SABIOS”
Además de artista, Olga Sinclair es maestra de primaria. Esta carrera que comenzó siendo un Plan B, se convirtió en la aliada perfecta para ayudar a construir una Panamá más creativa y libre. En el 2010 creó su Fundación Olga Sinclair con el propósito de acercar a los niños al arte, sin limitaciones ni guiaturas.
“Los niños nacen sabios, son los que nos traen las ideas que no están contaminadas para que este mundo actual pueda regirse de una manera distinta”, comenta.
Una de sus primeras actividades fue una lección de arte pública en la que los niños debían crear un dibujo libre: “Fueron 500 niños y todos hicieron el dibujo exactamente igual (montañas, sol y pajaritos negros). Fue cuando me di cuenta que había un severo problema en el pensum académico de la educación. Me dije a mí misma: tengo que sacar a los niños de esta programación mental sistemática que los está haciendo repetitivos a todos”, comenta.
Fiel creyente de la libertad como alimento de la creatividad, trabaja en pro de acercar a los niños al arte a través de los grandes maestros y los resultados han sido fructíferos: “La creatividad de las siguientes actividades fue desbordante. No había dibujos repetidos, sino que cada uno decidió qué pintar desde el corazón. Fue fabuloso”.
Su trabajo sigue en pie con el propósito de fortalecer a las nuevas generaciones de artistas: “Hice un concurso inspirado en Van Gogh y a los diez ganadores los llevé al Museo Van Gogh, luego al Louvre y hasta a Ginebra. Ya hemos sacado a 50 jóvenes panameños a ver el mundo y, en algún momento, prometo hacerlo en toda Venezuela”, confesa Olga, quien se mudó a nuestro país hace un par de meses.