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POR EILEEN HERNÁNDEZ SMITTER
Julio González Filesari
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Un ejemplo de recuperación

Tiene una mezcla europea-venezolana porque su padre es un inmigrante español que llegó al país en los años 60, llegando a convertirse en un empresario activo y reconocido en el área de la construcción en la ciudad capital. Julio es el cuarto de cinco hermanos y nos cuenta que su niñez estuvo rodeada de una calidad de vida típica de una familia acaudalada: gran educación y con maravillosas vacaciones familiares entre el campo de golf, regatas y viajes a Europa.

Sin embargo, en su adolescencia todo toma un giro de 180°: “Mis padres empezaron un proceso de divorcio un tanto prolongado y traumático; esto, aunado a la quiebra de los negocios de mi padre, nos desboronó como familia”. Julio y sus hermanos empezaron un “sálvese quien pueda” y él, un joven emocionalmente inestable en aquel entonces, consiguió evadir esa realidad de la peor manera: alcoholismo.
 
“A mis 17 años empecé mi relación con el alcohol. Un día, sin tener conciencia, esa botella era mi mejor aliada”. Todo esto empezó a afectar su vida laboral y personal y fue un deterioro progresivo.
 
Buscando alguna respuesta, su abuela le aconseja buscar ayuda y, gracias a la herencia que ella misma le dejó, tomó un avión a España sin pensarlo y ese sería el inicio del camino para su propia recuperación.

“Yo no sé a dónde voy”, recuerda Julio haber pensado durante el viaje a Madrid. Con treinta años de edad, llegó directo a un centro de rehabilitación, donde estuvo internado por cuatro meses consiguiendo una recuperación total, no tanto de su adicción, sino de sus miedos, inseguridades y traumas: “Me quedo en España ya recuperado, empiezo a estudiar o, mejor dicho, termino mi carrera como historiador que comencé en Venezuela, e hice post-grados en terapias y dinámicas familiares y en drogodependencia”.

Empezó su inserción a la sociedad con proyectos empresariales, los cuales le dieron reconocimiento, aún sabiendo que no era su pasión.



Siguiendo su voz interior, emprendió un viaje a África para ayudar en zonas vulnerables, empezando así su verdadera pasión: forjar un camino donde aquellos que se encuentren desorientados por la adicción a las drogas, incluyendo el alcohol, puedan tomar las riendas de su vida.
 
Se convirtió en un comunicador sin tabúes ni censura. Hablaba desde su propia experiencia en centros, medios de comunicación social y en donde lo invitasen, pero según él, todavía le faltaba algo por hacer: regresar a su país natal, donde hace quince años creó el Centro Terapéutico Vistacampo en La Colonia Tovar, institución reconocida a nivel mundial y pionera en la desintoxicación y tratamientos para las adicciones.
 
Asimismo, hace unas semanas, Julio presentó su legado en forma escrita, su libro, titulado Alcohol o Yo: La Gran Victoria de mi Vida. Igualmente, nos da la primicia que tiene una propuesta que puede llegar a la gran pantalla.  

Hoy día, ya con su vida en orden, no pierde oportunidad para divertirse, recrearse y desconectarse del trabajo: “Me levanto todos los días a las 6:00 am para disfrutar el amanecer y luego hago lo mismo con el atardecer”. También le gusta la música (aunque igual disfruta el silencio), camina, se fija en los detalles, lee para trasladarse a otros momentos, vive el ahora y le gustaría aprender de astronomía: “No soy exigente. Soy sencillo, curioso y apasionado. Para mí, sentarme a compartir una buena conversación acompañado de una buena comida es de los grandes placeres de mi vida”.