PORTADA
POR MARY VILLARROEL SNESHKO
Jorge Parra
Confesándose como venezolano, pero con un acento argentino marcado y el pelo verde como El Ávila, Domingo Mondongo nos cuenta qué hay detrás de su comedia
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“Si te hace feliz, hacelo”

Tremendo desde pequeño, las aventuras en su pueblo eran la orden del día. Desde ver como arreaban a las vacas, hasta intentar atrapar pajaritos. “El gordo Parra”, como le decían sus amigos, descubría su mundo un tropezón a la vez.
Con su infancia presente todos los días, recuerda una frase que le decía su madre, que poco a poco se convirtió en su life moto: “Si te hace feliz, hacelo”.
Aunque siempre se lo decía en modo de advertencia y algo de reproche, el comediante logró adaptar la frase a su día a día hasta el punto en que, si una situación no lo hace feliz, busca evitarla: “El día de mi boda, Ale mandó a bordar en la camisa Si te hace feliz, hacelo… porque es una frase que me ha marcado muchísimo”.
Desde hace 21 años, cuando la vida decidió que su destino sería quedarse en Venezuela, Parra comenzó a trabajar en pro a todo lo que le daba felicidad y así lo mantiene todos los días.
Buscando sonrisas diariamente, tanto dentro como fuera de su casa, Jorge piensa que la felicidad se consigue haciendo un balance: “A veces lo que hace feliz a otros, no es lo que lo hace feliz a uno, pero a uno lo hace feliz que sean felices”.

Reivindicando al payaso
Aunque no siempre tiene puesta la nariz de hule, el cabello verde lo acompaña todos los días. Transformado en Domingo Mondongo, su misión es reivindicar el oficio del payaso: “Para mí el término payaso fue peyorativo en algún momento. Yo no quería ser payaso, yo hacía teatro político. Cada vez que le dicen animal a un mal conductor, yo sé lo que sienten los perros porque es lo mismo que siento yo cuando le dicen payaso a un político”, comenta.
Tras más de 20 años en el oficio, confiesa que ser payaso trae más desafíos de lo que normalmente se cree: “Hay gente que la imagen que sostiene del payaso es que hace reír y bueno, ojalá, pero el payaso no solamente hace reír, es un ser vulnerable, es un ser que fracasa y tiene el ridículo como su forma de vida”.
Confesando que su escuela del humor debería llamarse mas bien ven a hacer el ridículo, Parra explica que para poder aprender a hacer lo que hace, ha debido prepararse muchísimo: “A mí nadie me dio clases de filosofía de payaso, pero leyendo, viendo y descubriendo, el trabajo del payaso se basa en ser como un niño de 4 a 6 años. Juega en estado amoroso, se comunica a través de la mirada, así al estilo Mr. Bean. A mí me gusta mucho eso y ¿por qué, si me gusta, tengo que ser uno en el escenario y otro en la vida? ¿Por qué mi comunicación no puede ser igual?”, reflexiona.



“Hacer reír es lo que espero de mi”
Aunque ha logrado hacer de la filosofía del humor una carrera, Jorge confiesa que el miedo al ridículo no se pierde nunca: “Sales a ser evaluado y sabes que vas a ser evaluado, eso te va a pasar toda la vida. Yo digo que la gente no espera casi nada de un payaso. La gente ve un payaso y sigue en lo suyo. Pero hacer reír es lo que yo espero de mí”.
El trabajo del artista se alimenta de su público, pero eso no siempre es sencillo: “El payaso y el humorista son como el niño que hace el dibujo en el colegio y te dice 'mira qué bonito'. Es la inocencia y el orgullo por lo que hizo. Yo escribo un post y a mí no me gustaría que me hicieran picadillo. Ese es el trabajo del artista, dar lo mejor de sí y estar orgulloso de mostrarlo”.



Deconstrucción y aprendizaje
Cuando no está improvisando en los escenarios o escribiendo el guión de un nuevo show, Jorge Parra trabaja en pro de estar más consciente de su presente: “Uno en la vida se la pasa sin escuchar, sin sentir, sin hacer piel… yo intento hacerlo en mi familia, pero a veces no me doy cuenta y transito la vida en vez de vivirla”, explica.
Recuerda su infancia y asegura que el mundo ha cambiado considerablemente y él, con ayuda de sus cuatro hijos, trabaja en pro de ser cada vez más sensible y empático con los cambios: “La sociedad cambió y nos cambió. Mi hija a veces me dice palabras en lenguaje inclusivo y tardo en caer. Le digo que me ayude a entender y uno va cambiando”, asegura.
En el proceso de deconstrucción y aprendizaje, acepta sus desaciertos con benevolencia: “Cometo muchos errores, pero ya no me lapido”.
Para agradecerle a sus hijos todo lo que le han enseñado, publicó recientemente un libro llamado De mis hijos aprendí, en el que reúne 212 historias que lo han transformado tanto como padre como ser humano.

Un venezolano que toma mate
Aunque nació en Argentina, Jorge se considera venezolano. “Uno es de donde se siente bien y mentiría si digo que extraño el pueblo, porque no pienso en eso para nada”, asegura.
Amante de las guacamayas y de las playas venezolanas, disfruta criando a sus hijos Paulina y Marcelo junto a su esposa, Alejandra Otero, también comediante.
Como a todo venezolano, también le ha tocado vivir las separaciones de las migraciones. Sus dos hijos mayores, Camila y Marcelo, viven en Costa Rica y es todo un desafío emocional para él: “Hace tiempo, les regalamos dos conejos y les dijimos: 'les podemos hacer una jaula grande para que estén seguros o pueden andar libres, pero corren el riesgo de irse'; ellos eligieron que vivieran en libertad. Y a mí me tocó lo mismo con ellos, yo tuve que decidir que vivieran en libertad. Soltar a quien uno ama es lo más difícil que te puede pasar, uno nunca quiere”, confiesa.
Con su familia creciendo en Venezuela y sus hijos queriéndolo desde Costa Rica, Jorge Parra es un venezolano que toma mate y, además, sueña todos los días con las milanesas de carne. No dejes de seguirlo en su cuenta de Instagram @DomingoMondongo




Una canción que te hace llorar: Milonga de Pelo Largo, de Adriana Valera
Una película que todos deberían ver: La vida es bella
Un libro para reflexionar: El libro de los abrazos, de Eduardo Galeano
Una serie de Netflix: Merlí
Un cuento infantil: Camila, de Andreína Ledesma