Reymond Romero
Cuando era niño, a los pies de su abuela, se concentraban cientos de hilos de colores. Experta en hacer edredones tejidos con ganchillo, fue para Reymond su primer acercamiento con el mundo del textil: “Había mucho tejido, ya que mis tíos hacían chinchorros y mi abuela edredones. Los colores que usaban eran espectaculares”, recuerda.
Desde pequeño se sintió atraído por la creación artesanal y comenzó diseñando sus propios juguetes: “Todo lo hacía en fieltro y estambre: muñecos, títeres, ropa”. Naturalmente creativo y con facilidad para la mezcla de colores, notó rápidamente que el arte era el camino que quería recorrer.
Su talento para la creación fue impulsado por la feminidad de su madre: “Era una mujer súper arreglada. Me fascinaban los colores que usaba, las telas… Ella vio en mí la inquietud por crear y me impulsó. Todo lo que hacía ella lo mostraba y lo ponía de adorno en la casa. Desde entonces, siempre la prioridad ha sido mi obra”, comenta.
Deconstruyendo el vestido
En búsqueda de profesionalizar sus dones, comenzó a estudiar artes plásticas. Para los profesores, él era todo un enigma: “Como me gustaba crear con telas, siempre me decían que debía estudiar diseño de modas, pero yo quería arte. Toda la vida he sido terco para lo que quiero hacer”, recuerda entre risas.
Rompiendo los paradigmas de su escuela, desde sus primeros ejercicios incluyó el textil como medio creativo. Buscando explorar diferentes técnicas, hizo un taller de haute couture. Estudiar moda lo impulsó a comprender más el mundo del textil y lo inspiró a experimentar con diferentes materiales propios de la costura.
“En mis planteamientos estaba separando todas las piezas del diseño de moda: las mostacillas, los hilos, las telas… Deconstruí todo lo que es el vestido y fui separando las partes enfocándome pieza por pieza”, explica.
Romero ve el textil como parte inseparable de la naturaleza social del ser humano: “La tela tiene una conexión muy fuerte con lo que somos. Con eso nos arropamos, nos vestimos. Vivimos envueltos en tela”.
Coqueteando con la moda, tuvo su propia marca de ropa e, incluso, trabajó en la creación de vestidos de novia. Sin embargo, crear encasillado entre tallas y tendencias no resonaba con su ansiedad creativa: “Con la moda no tenía toda la libertad que yo quería, en cambio con mi obra soy totalmente libre”, explica.


En búsqueda de libertad creativa
Analizando los movimientos artísticos de Venezuela, se encontró con la abstracción geométrica y, enseguida, la volvió parte de su proceso creativo: “Le dediqué unos diez años de mi vida al cinetismo”, recuerda. Con influencias de Cruz-Diez, comenzó a reinterpretar lo que veía, pero utilizando su propio lenguaje: “Me dio mucha curiosidad cómo hacer lo mismo que estos grandes maestros, pero en textil”.
Tras años de estudio, consiguió dominar la técnica y traducir al textil la complejidad del abstraccionismo geométrico, pero cada trabajo le llevaba horas de posicionamiento extremadamente cuidadoso y sintió ganas de buscar otros horizontes: “Trabajaba con trazos de 40 hilos, que es una miniatura. Pasaba horas y horas contando milimétricamente los espacios y sentía que tenía algo más que decir”, explica.
Con su mirada en la evolución pictórica del país, entendió que seguir un patrón no resonaba con su mensaje: “En Venezuela el arte ha tenido una continuidad histórica que otros movimientos no han logrado. Siempre es una línea de influencias. Hay una historia que se arma una tras otra”, analiza.
Utilizando la libertad como su bandera, decidió comenzar a crear mundos que se parecieran más a él: “La abstracción geométrica se me quedó en composición y efecto, es muy hermosa, pero necesitaba algo más. El arte es una investigación eterna. No quisiera quedarme sólo con lo técnico, la reinterpretación es importante para aprender uno, pero también quiero ofrecer cosas que me digan algo”, y así lo consiguió.

Las chicas súper poderosas
Aunque es absolutamente amante de la libertad creativa, cada detalle de su obra está estudiado milimétricamente y pocos son los espacios de la espontaneidad. “A veces nos toma 100 estudios lograr lo que quiero hacer exactamente y no suelto un proyecto hasta que todo está armonioso”, comenta entre risas. Queriendo encontrar un mensaje claro y contundente, volvió a sus inclinaciones de la niñez y se reconectó con la creación de muñecas.
Para él, sus Chicas Súper Poderosas son una bocanada de aire fresco y una representación clara de los mensajes que quiere transmitir con su obra. Con la mente puesta en que “las mujeres dominan el mundo”, Romero creó un concepto que le da un foco de atención a la parte más emocional de su creación.
Bautizadas por él y completamente diferentes entre sí, cada muñeca es una representación del poder femenino: “Las mujeres nos gobiernan, influencian absolutamente todo. Mis chicas se entienden a primera vista. Sabes lo que son y lo que representan”.
Fiel creyente de que el arte habla por sí mismo, entrega un pedazo de su personalidad en cada creación para que su mensaje se masifique: “Yo no soy del que explica las obras, la obra tiene que entenderse. Tu obra puede estar en Japón, China o Rusia y tiene que saber defenderse sola, no siempre vas a viajar con ella. Mis chicas lo hacen”.

“El arte para mí es libertad”
Completamente dedicado a su obra, Reymond trabaja en un taller lleno de texturas y colores, pero cuando necesita resetear el pensamiento, el blanco, el gris y el negro le funcionan como meditación: “Como yo trabajo todo con color, es como refrescar la cabeza. Cuando vuelvo al color, tengo una fuerza que no tenía antes”.
Confesándose
workaholic, ha descubierto una conexión emocional con su obra que le permite conocerse mejor: “Mi mente no para. El arte para mí es libertad y la libertad es fundamental”. No obstante, ahora ha creado un balance creativo, donde la disciplina se mantiene en el punto focal, pero le abre un espacio a la diversión mientras conquista los espacios con sus explosiones de colores.


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