“Pues, la vendería…”
Gómez percibió que su compadre Pimentel había salido muy mal parado de aquella innecesaria provocación
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Por Rafael Simón Jiménez 


Antonio Pimentel fue uno de los hombres de más cercana relación de amistad con el general Juan Vicente Gómez, sus relaciones habían nacido al calor de la silenciosa conspiración que se fue tejiendo para desplazar del poder al controvertido y lenguaraz de Cipriano Castro, pero la agricultura, la ganadería y los negocios en general estrecharían los vínculos entre ambos personajes.

Entre Pimentel y Gómez se conforma una sociedad que comparte tierra, ganados y algunas actividades industriales. “El Trompillo”, famosa hacienda ubicada a las orillas del lago de Valencia, fue emblemática del negocio ganadero común. La intimidad de los negocios genera igualmente una estrecha relación personal y un trato directo y personal que obvia la necesaria distancia y zalamería que respetan otros allegados al dictador. Don Antonio Pimentel, quien llega a desempeñarse como secretario de la Presidencia de la República, se da el lujo de llamar al General Gómez por su nombre o mencionarlo simplemente como compadre, así como jugarse chanzas que no le estaban permitidas a ninguna otra persona.

En una oportunidad, cuando viajaban en automóvil Don Antonio Pimentel, el general Gómez y su hijo José Vicente, el confianzudo compadre tuvo el atrevimiento de reclamarle al terrible personaje, la realización de un negocio en el que él habría salido desfavorecido y sin ahorrar palabras le reclamó: ¡Compadre, usted me robó! Lo que provocó la reacción inmediata del hijo del tirano, quien pretendió imponer respeto a favor de su padre, pero este para su desconcierto le pidió deponer su actitud ya que la única persona a la que él le toleraba ese tipo de expresiones era a su compadre Pimentel.

En otra ocasión se encontraban reunidos en la residencia de Maracay el general Juan Vicente Gómez y su compadre Pimentel, cuando el portero anuncio la visita del intelectual Laureano Vallenilla Lanz, director del periódico oficioso El Nuevo Diario, y cuyas elucubraciones sociológicas en torno a lo que él denominaba el gendarme necesario, daban justificación ideológica a la larga y cruel dictadura gomecista. Pimentel, a pesar de su adhesión al régimen y de su íntima amistad con el dictador, sentía especial aprehensión por este tipo de personaje que no encajaba en su visión de hombre de trabajo y emprendimientos, y que se encargaban de elucubrar extrañas teorías para adular a su compadre.

Cuando Don Laureano Vallenilla inicia su conversación con Gómez, Pimentel, deseoso de malponerlo en el ánimo del tirano, lo increpa sobre su desprecio por las tareas y faenas agrícolas, a las que el renombrado intelectual era sencillamente ajeno, iniciándose un dialogo donde se pone en evidencia todo el talento y la rapidez de razonamiento y respuesta del director del diario gomecista. Pimentel le dice: “Vallenilla no habla de agricultura porque desprecia a los agricultores”. Y el interpelado rápidamente y de buenas maneras responde: “Nada de eso, yo simplemente no hablo de lo que no sé”. Volviendo sobre sus malévolas intenciones, Pimentel le lanza una interrogante: “¿Y si el compadre te regala una hacienda qué harías tu?”. Y ahora sí sale a relucir todo el talento de Vallenilla, quien termina ridiculizando a su adversario verbal al señalarle: “Pues, la vendería, Don Antonio, la vendería. Es como si a usted le obsequiaran una biblioteca”.

Gómez, testigo privilegiado de la improvisada e ingeniosa polémica, interrumpe poniendo fin a la misma, y su risa disimulada y socarrona deja entrever cómo en medio de su elementalidad percibió con toda claridad que su compadre Pimentel había salido muy mal parado de aquella innecesaria provocación a un hombre reputado por amigos y adversarios como poseedor de un singular talento.


Tomado de www.eneltapete.com