Un Tenedor y una Copa
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Desde ya hace un tiempo que hemos venido dándole vueltas a la idea de compartir nuestras experiencias de las veces que salimos a comer fuera. Y es que una de las razones por la que la decisión de arrancar nos ha tomado tanto tiempo es porque con frecuencia no nos ponemos de acuerdo. Les cuento. Yo no soy ni remotamente un Anton Ego – aquel crítico de Ratatouille – pero mi esposa podría ser, cómoda, un buen rival del tal Anton. Hay quienes opinan que una salida a comer es buena solo si la comida es perfecta, sin excesos ni defectos de sabores. Hay otros que tienen unas salidas como dignas de recordar, porque la experiencia, el ambiente, la atención o el lugar, fue lo que las hizo memorables. Otras veces es con quien se comparte lo que las hace inolvidables. Como esto lo escribimos a dos manos, y queremos seguir escribiendo un tiempo juntos, con lo de la compañía no nos vamos a poner a inventar.
 
Vamos a poner lo mejor de nuestra parte para contar experiencias. Sobre la comida, el ambiente, la atención. La subjetividad estará por las nubes, dirán. Pero bueno, esa es la idea. Si conocen un lugar que hayamos reseñado, podrán estar o no de acuerdo con nosotros, según haya sido su experiencia. ¡Esa es la idea!
 
Entonces, sin mucho más, un poco de Margarita.

Juana La Loca – Pampatar


Pues no lo conocíamos. De las veces que habíamos ido a Margarita, que uno siente que se está convirtiendo en un destino gourmet, algo así como Lima, pero en Venezuela, con sitios como la deliciosa Casa de Esther, Fondeadero, Portarossa, Casa Caranta, Gaia, y con Sumito haciendo apariciones ocasionales, uno puede pasar varios días comiendo bien, sin repetir.

Bueno, no lo conocíamos. El restaurant te encanta de entrada. Ese vidrio que da al patio interior. Un lujo de noche. El ambiente muy agradable. La atención se siente especial. Un sitio bueno para estar un buen rato. Pedimos un par de ensaladas, una de tomate margariteño, como debe ser, y otra de camarones, con una lechuga desafortunada. Una hamburguesa equis, y un mero con leche de coco y curry y otro en salsa de mantequilla y hierbas. De postre unas crepes, de las que ni me acordaba. Anton dice que nada especial, que la comida no era mala, pero no especial. Buen local, buena atención, buen flow; la comida no tiene que ser especial, con buena tengo. Yo si volvería. En las manos.


Vista del Restaurant Juana La Loca – Cortesía


Francelina – como en botica


El sitio está en el Centro Comercial La Vela, en Margarita. Si alguien me hubiera preguntado, le hubiera dicho que es una bonita fuente de soda en el centro comercial. Teníamos años que no íbamos a Margarita y habíamos ido a curiosear un bodegón en el C. C. La Vela. De hecho, cuando entramos al centro comercial, entramos por el restaurant. Y así nos enteramos que existía.

Visitamos Francelina un par de veces (bueno, en realidad intentamos tres). La primera vez fuimos pensando que era una fuente de soda, a tomarnos unos refrescos y porque queríamos probar unos helados que vimos cuando entramos. Terminamos probando los helados y una Graffa Napoletana. Los helados y las graffas, ambos bien buenos. Como la lista de cafés provoca y presentan una buena variedad, también nos tomamos un buen café. Cuando estábamos en eso, mi esposa vio unas pizzas que estaban sirviendo en otras mesas y quedamos en volver. Primera experiencia: positiva.
La segunda vez que volvimos, un día de semana, al final de la tarde, como a las 5, había 6 ó 7 mesas vacías, pero todas estaban ¡reservadas!, con un letrerito. Menos una mesa en la terraza, lejos y chiquita. Mentalmente, todavía tenía a Francelina en la categoría de fuente de soda. Este tema de las reservaciones no me cuadraba. Pero, ojo, es bueno saberlo. Nada. Nos fuimos y no volveré, pensé.

Como mi esposa y mi hija querían probar esas pizzas, volvimos – ni modo. Fuimos como a la misma hora y sin hacer reservación, yo con la secreta esperanza de que nos rebotaran. Pero no. “Escojan la mesa que prefieran”. Escogimos y pedimos. Par de pizzas para ellas y una Zuppa di Pomodoro y una pasta Cacio e Pepe de segundo plato, para mi. Mosca a quien le piden. Nos tocó un mesonero al que le tuvimos que explicarle como tres veces que las pizzas y la pasta las trajera juntas, de segundo, y la zuppa sola, adelante. Anotaba y volvía a preguntar y volvía a anotar. Y claro que trajo las pizzas y la zuppa ¡adelante y juntas! El pan delicioso. La panadería es buena, sin lugar a dudas. La pasta vino como media hora después; después de reclamarla. Al final vimos que el mesonero tenía en la espalda, en la camiseta, un mensaje que decía que estaba en entrenamiento. Ojo dos: si van, vean si la camisa de su mesonero dice algo en la espalda, y así se evitan sorpresas. (Que, dicho sea de paso, nos parece súper meritorio que contraten personal y lo formen, así se construye turismo. El error no fue del aprendiz, el error fue del que lo debía haber estado supervisando, que andaba en su mundo.)

La atención fue como en botica, hubo de todo. Algunos, casi todos, nos atendieron con amabilidad y simpatía; hasta el aprendiz, él lo que estaba era enredado, pero atentamente enredado. La que nos atendió el día que todo estaba reservado, debe haber estado teniendo un mal día, eso pasa, y creía que así deben tratar a un walk-in en un tres estrellas Michelin.
Esa fue la experiencia. Ahora la comida. Los helados merecen mención especial. Buenos, bien buenos. La pastelería, buena y fresca. Las graffas, para volver. Las pizzas gorditas, sabrosas y buena masa. Buen café. Buen pan. La Zuppa di Pomodoro hubiera sido suficiente para almorzar y ¡estaba de un bueno! Cuando por fin trajeron la pasta, ya no provocaba, así que mejor no opinar.
El sitio. Como fuente de soda o panadería, es bonito y agradable. La comida estuvo buena. La mayoría de los que atienden son atentos y amables. Escribiendo esto, ¿sería que tuvimos mala suerte? Aunque dos de tres veces, estadísticamente hablando, no parece solo suerte.


 La Pizza del Francelina.


La Zuppa di Pomodoro, con Parmigiano, servida en un delicioso pan.


La Graffa Napoletana del Francelina. Se puede convertir en un vicio.