Daniel Camejo trocó una insalubre salina en maravilla arquitectónica
Por Evarísto Marín: El Club Puerto Azul está entre las colosales obras de este genial barquisimetano que conoció el mar a los 17 años y navegó a pura vela por la ruta de Colón
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A este gran navegante recuerdo haberlo visto, a sus casi 80 años, saltar como un muchacho desde el muelle de la marina Américo Vespucio, en Lechería, hasta la cubierta del Caribana, su velero azul de 90 pies y confortable casco de aluminio, dotado de los más avanzados instrumentos de navegación y de comunicación por satélite. Todavía para entonces era su costumbre desayunar lo más frugalmente después de revisar el estado del tiempo y contestar su correo electrónico. Navegó hasta los 85 años.

Múltiples veces Daniel Camejo Octavio se aventuró por el Atlántico al timón, casi solitario y a pura vela, por la ruta de Colón. Lo más sorprendente es que ese barquisimetano, con renombre mundial entre lo mejor de la arquitectura recreativa contemporánea, vio el mar por primera vez a los 17 años –invitado por su padre, el médico Pedro Camejo Acosta, a un paseo por Puerto Cabello– y fue mucho después cuando el velerismo lo atrapó como su gran pasión deportiva.


Daniel Camejo Octavio siempre vio una oportunidad económica en el desarrollo hotelero y recreativo

Defensor de la recreación como fuente de bienestar social y empleo, Daniel Camejo comenzó a tener resonancia nacional como proyectista de grandes obras con el Club Puerto Azul, en 1954. Entre ese año y 1957 dio impulso a la primera gran red hotelera del país, en la época de Pérez Jiménez. Los hoteles Bella Vista (Porlamar), Cumanagoto (Cumaná), Prado Río (Mérida), Tamá (San Cristóbal) y Alto Llano (Barinas), construidos bajo su dirección, le abrieron al país una perspectiva cierta de desarrollo turístico.

Lo otro fue haber convertido la insalubre salina de Lechería en un paraíso hotelero y residencial, con 30 kilómetros de canales navegables. Esta obra está considerada mundialmente como una de las grandes maravillas de la arquitectura venezolana.

Su menuda y aparente frágil figura y la sencillez que lo caracterizó estaban muy lejos de proyectar al gigante que siempre fue al visualizar para el habitante de esta tierra una manera de vivir mejor.


Marinas, yates y casas botes embellecen las áreas residenciales de la moderna Lechería

Solo un apasionado de la grandeza, como era Camejo Octavio, podía convencer a gobiernos, habitualmente cautelosos sobre la riqueza que pueden dar las obras recreativas. Eso era lo que visualizaba, en 1967, para dar mejor destino a la salineta de Lechería, un pedazo de desierto playero, colindante con El Paraíso de Puerto La Cruz.

Cuando cesaban las lluvias, de los fangales de esa salina se extraía una sal no apta para consumo humano. En los largos veranos, un salitre molestoso que se esparcía por todas partes era lo único que dejaban a su paso los vendavales.

Cuando Camejo hablaba, con sus primeras maquetas, de grandes canales navegables, campos de golf y arborizadas avenidas, donde solo había algunos cardonales y tunas bien espinosas, muchos reaccionaban incrédulos. Eso fue lo que antecedió a la que es ahora principal zona hotelera y recreativa de nuestra moderna y única Lechería, una urbe que juguetea con el mar, con la azul musicalidad de su fuerte oleaje.

El optimismo fue algo que nunca lo abandonó. El complejo turístico El Morro se llevó más de quince años en construcción, desde sus comienzos en 1968. Ya estaba bastante avanzado de edad cuando participó con su hijo, Daniel Camejo Guanchez, en la edificación del centro comercial Plaza Mayor de Lechería y de la marina Bahía Redonda.


En la inhóspita salineta de Lechería, dos mujeres extraen sal entre el fango salitroso que se formaba en épocas de lluvias (1958) 


Tormenta en La Mancha

Camejo navegó por Alaska y los fiordos de Noruega, se adentró por la selva amazónica y cruzó la ruta atlántica de Colón, a pura vela, al timón de sus veleros Sargazo y Caribana. “Estaba por egresar del bachillerato en La Salle de Barquisimeto cuando mi padre me invitó a conocer el mar en Puerto Cabello”, me dijo cierta vez con su gran jovialidad.

Con su primer velero de 45 pies de eslora y dos mástiles, tipo Keth, fabricado en Holanda, casi naufraga en el Canal de La Mancha, en medio de un mar encrespado que se transformó en tormenta.

El Sargazo, con su nombre de mitología griega, se metía de proa entre las grandes olas y parecía que no iba a volver a flotar. Entre los rugidos del mar, Camejo y su hijo Daniel buscaron refugio en el primer puerto que localizaron. Amanecieron bañados, en medio de un frío insoportable y sin café. Todo lo había enchumbado el oleaje.

Falleció en 2008, a los 94 años de edad, en Fort Lauderdale, ciudad costera de Florida que sin haberlo sido lo tuvo como uno de sus fundadores. En abril de 2014 se cumplió un siglo de su nacimiento en Barquisimeto, estado Lara. 



Fotos Augusto Hernández / Archivo Evaristo Marín