Virgen del Valle, madre de la fe de los orientales
Por Evarísto Marín: Cuando no teníamos carros ni carreteras, desde la víspera del día del festejo religioso los caminos de Margarita se llenaban de devotos que iban rumbo a su altar
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Piragüero, piragüero, / pídele a tu capitana / pá que lleguemos con viento / al puerto por la mañana / y si logro conseguir / una perla buena y grande / se la voy a regalar / pá que siempre me acompañe.

Chelique Sarabia pone su alma margariteña para ofrendarle musicalmente su amor y devoción. Chicotoño Mata se luce –con su inolvidable y encantadora voz– cuando le canta Mar de La Virgen Bonita y Jesús Ávila sublimiza las cuerdas de su guitarra cuando añora su presencia, en medio de los temporales. La Virgen del Valle está por siempre en los mejores versos de un galerón de José Ramón Villarroel, el Huracán del Caribe.


Una antigua postal muestra la imagen del templo en 1911

Músicos y poetas ponen en ella toda su inspiración. Desde siglos, los pintores la idealizan de las más bellas formas y colores. Es que la Virgen del Valle está en el cantar y en las plegarias de fe de nuestro pueblo desde 1541, año en el cual, en medio de la desolación y las ruinas que dejó el terremoto de Nueva Cádiz, los perleros de Cubagua extrajeron su imagen y se refugiaron con ella en Margarita.

Hilandera de rumbos, madre de todas las rutas marineras. Una gruta, con piedras recogidas al azar del fondo del riachuelo, fue su primer altar. Esa es la Ermita de la Virgen que se menciona en la historia religiosa de nuestra Isla. Al que todos conocemos como el Valle de La Margarita, lo comienzan a llamar Valle del Espíritu Santo y a ella, la Santa Patrona, le dan un nombre musical, sencillo. La nombran la Virgen del Valle.

Desde entonces, eso la identifica con ese verdor, ese río y la fertilidad de esos cerros y de ese valle donde se la venera. Pandelaños, nísperos y mameyes, siempre han sido allí generosamente abundantes. Por entre cocotales y maizales, la labranza agrícola crece en los empinados caminos hasta remontarse a lo más alto de la serranía del Copey. Antecesores de esos rústicos labriegos y guaiqueríes del poblado de Porlamar, son desde esos muy lejanos tiempos los guardianes de aquella gruta y de aquella sagrada imagen, rescatada de los escombros dejados por el maremoto de Cubagua.


Desde su inauguración la Basílica ha sido objeto de algunas reformas 

“La virgencita milagrosa” le dicen entre rezos y rogatorias los fieles que desde entonces van al Valle de La Margarita por sus favores. Ella es la reina de los mares y de la fe del margariteño. El día de su festejo –8 de septiembre– llegan en peregrinaje desde toda la isla y desde las regiones del oriente del país que ahora también la tienen como su patrona religiosa. En otra época, cuando no teníamos carros ni carreteras, los caminos de Margarita se poblaban de devotos que anochecían y madrugaban hasta llegar al ámbito sagrado de su santuario.

De la antigua ermita, la sagrada imagen fue llevada primero a una capilla y luego a una iglesia de barro. Pasaron siglos hasta 1911, cuando el Arzobispo de Guayana, monseñor Antonio María Durán, por mandato de su Santidad el Papa Pío X, desde Roma le otorga su primera corona canónica, en el actual templo, inaugurado ese año bajo la égida del presbítero Eduardo Vásquez, por 40 años vicario del Valle del Espíritu Santo.

Desde Ciudad Bolívar, ese mismo año, el Arzobispo Durán navegó en barco por el Orinoco hasta los azules del Caribe y llegó a Margarita, desde Carúpano, para ofrendar a la santa patrona su primera corona de oro y diamantes elaborada por finos orfebres de El Callao. Otras tres coronas, donadas a partir de entonces, son obra de Antonio Millán, célebre orfebre margariteño de San Juan. Tres veces, también esas valiosas reliquias fueron hurtadas y en igual número de veces recuperadas. La última de ellas fue lanzada al mar por los ladrones en el año 2009 y apareció dos años después, enredada entre las redes de unos pescadores, en las inmediaciones de la Isla de Coche. El hallazgo es atribuido a uno más de los muchos milagros que forman parte de la fe de nuestro pueblo margariteño.


Fotos Leo Hernández  / Archivo EvarÍsto Marín