En búsqueda de la identidad propia
Por Atenea Anca: De pequeños nos parecemos a nuestros padres, pero al crecer nos vamos diferenciando. ¿Qué pasa si la familia es asfixiante?
      A-    A    A+


Crecer no es fácil, es doloroso. Duelen nuestros huesos en la niñez cuando pegamos un estirón, duelen nuestras emociones cuando sentimos que no nos entienden en casa, duele la muerte cuando nos arrebata a un ser querido, aún sabiendo que es ley de vida. Crecer duele y seguirá doliendo, pero también nos hace ser maduros, independientes, fuertes y únicos. No somos la copia de nadie y de eso se trata este artículo.

En nuestra niñez vivimos un proceso de identificación con nuestros padres, abuelos y demás familiares cercanos. Imitamos ciertas conductas que ellos modelan para nosotros, consciente o inconscientemente. Terminamos teniendo patrones de acción similares y valores que creemos nuestros y que terminan formando grandes rasgos de la personalidad. Sin embargo, llega la adolescencia y nos hace rebeldes, desafiantes y se genera en nosotros una necesidad de diferenciarnos de nuestros padres. Es en esta etapa cuando creamos nuestro propio criterio que nos llevará a la adultez y a asumir las consecuencias de nuestras decisiones.

Podemos encontrar a un niño que creció pensando que el sacrificio de su madre era la mejor forma de amar a su familia; pero en la adolescencia conoció otras realidades, vio a su madre sufrir y entonces decide ser una persona que ayuda a los suyos (identificación con la madre) pero que primero piensa en su bienestar personal (diferenciación de la madre). Cuando este proceso de maduración emocional y cognitiva se da libremente, es decir, si el entorno familiar los deja ser individuos que funcionan de un modo diferente, este proceso se vive sin traumas.

Ahora bien, ¿qué ocurre cuando la familia anula esas conductas diferenciadoras y los somete a un único funcionamiento o forma de pensar? En este caso la autoestima de ese miembro de la familia que quiere diferenciarse se ve menoscabada, y además esa persona pasa por una crisis de identidad que no podrá resolver fácilmente bajo el techo familiar, manifestándose con mucha inseguridad y malestar.

Generalmente estas personas acuden a terapia buscando sanar la culpa por ser “los malos” de la familia, porque aunque a ratos piensan como el resto del grupo familiar, en muchos momentos se sienten diferentes y eso genera dolor y preocupación. Muchas veces la misma familia les dice que son la “oveja negra” simplemente por pensar distinto al resto. Estas familias aglutinadas no dejan crecer a sus miembros y tampoco permiten espacios de individualidad. Generalmente en estos entornos se percibe un ambiente de asfixia y miedo por la independencia.

Recuerdo a una paciente de 28 años aún viviendo con sus padres y con un miedo exorbitante a que sus padres se enteraran de que ella tenía relaciones sexuales con su novio. Y quedarse a dormir con él una noche ¡jamás! Ella se escapaba, vivía su aventura (absolutamente sana) y luego se sentía muy culpable por mentir y por actuar como “una cualquiera”. Al confrontarla ella podía ver que otras personas podían tener relaciones sexuales con sus parejas y no ser “unas cualquieras” pero no lograba ver positivamente esa conducta en ella.

No fue sino trabajando estos dos grandes conceptos que logró “romper” los mandatos familiares, que consideraba desde su adultez como irracionales, y empezar a construir una identidad que no solo le pertenecía sino que le gustaba. Por supuesto, la familia se alarmó muchas veces de esta nueva versión, pero en terapia comprendió que si sus familiares no aceptan su identidad es problema de ellos, no de ella. Ella ahora es libre de pensar, sentir y actuar. Y agradece profundamente aquellos aprendizajes, valores, criterios y aspectos de su personalidad que aprendió en ese entorno restrictivo. Es decir, no pasó al otro extremo de rechazar todo lo vivido.

Y tú ¿en qué te identificas y diferencias de tus padres? ¿Lo has pensado alguna vez?

Clínica de la Pareja tiene mucho más para ti en Instagram