Los tejidos margariteños deslumbran con sus lindos colores
Por Evarísto Marín: Los sombreros de cogollo le dan a San Juan tanta fama como los mapires al Valle de Pedro González, los chinchorros a Santa Ana, las alpargatas a El Maco y las hamacas a Tacarigua..
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Tan grande como ese esplendoroso azul de su mar y de sus cielos, nuestra Isla de Margarita nos deslumbra con el arte multicolor y extraordinariamente vistoso de sus costureras y tejedoras. Denle a una margariteña hilos y agujas y ponga en sus manos frescos cogollos de palmas de sus cerros, sencillos trozos de cuero o las gastadas gomas de un caucho y pronto tendrán un mapire, un sombrero, un chinchorro, una hamaca o las más finas alpargatas que se puedan imaginar.

Desde muy antiguas épocas la alpargata forma parte de la vida del insular. Ese popular calzado y el chinchorro y la hamaca para colgar el descanso y los sueños son de lo más familiar en la vida de nuestra gente.


La creatividad de Chica Marcano adquiere la proporción de espectacular

Gencho, el pescador, tenía una manera muy particular para explicar como él y su amada Ricardita tuvieron más de una docena de muchachos, durmiendo siempre aparentemente tan separados. Ella, muy solitaria, dentro de la casa en un catre de lona, y Gencho, guindado en un chinchorro, cerca de su bote y de sus redes de pesca. “Cuando yo la quiero a mi lado, la silbo”. ¿Y cuándo es ella la que anda en busca de alguna carantoña nocturna? “Eso es mucho más fácil, ella me jamaquea el chinchorro y me pregunta: ‘Gencho, ¿tú me silbaste?’ ¡¿Y cuándo diablos le he dicho yo que no a Ricardita?!”.

Si de tejidos hablamos en Margarita, los sombreros de cogollo le dan a San Juan tanta fama como las cestas de bejucos a Paraguachí, los mapires de palma al Valle de Pedro González, los zapatos y alpargatas a Los Hatos (Altagracia) y El Maco, los chinchorros a Santa Ana del Norte y las hamacas a Tacarigua y La Vecindad.


Margarita impresiona con el arte multicolor de sus costureras y tejedoras

En ese tejer y tejer de hamacas, a nuestra admirable Chica Marcano le llegó la vejez y se le nubló la vista y la memoria. En La Vecindad, en ese resplandor solar entre Santa Ana y Juangriego. “Si es una hamaca sencilla, sin ornamentos ni letreros, eso me puede llevar una semana. Las hamacas más refinadas, con lindos flecos y leyendas, como esas que dicen Recuerdos de Margarita, eso se puede llevar sus quince días”, me reveló cuando la entrevisté para un reportaje, en 2007. Sus piezas a color siempre han sido de las más bellas en la Margarita contemporánea.

Desde muchas generaciones, las Marcano de La Vecindad confeccionaron, y aún confeccionan, hamacas que están entre las más coloridas y espectaculares. Si alguna de sus antecesoras fue la que hizo la espléndida hamaca que el general Arismendi le regaló a Bolívar, en el muy lejano 1816, eso es algo que no se sabe. Lo que sí se conoce es que a El Libertador le encantaba una hamaca.

En mayo de 1816, a Simón Bolívar se le vio en nuestra Isla muy enamorado de Pepita Machado, su novia caraqueña, a quien se trajo en la expedición de Los Cayos. Con ella viajó en el único camarote del bergantín “Intrépido” en el cual navegó con sus expedicionarios desde Haití. Pepita y su hamaca margariteña estuvieron entre lo primero que embarcó en su flota rumbo a Carúpano, en aquellas andanzas marítimas que terminaron en infortunio y que por poco le cuestan la vida en las costas de Ocumare.


Colgar el descanso y el sueño en las cuerdas de hamacas y chinchorros es algo muy venezolano

De aquella desastrosa aventura, El Libertador fue a parar, de regreso, a los predios de Petión, para reagrupar fuerzas y volver ese mismo año, con una segunda y exitosa expedición, desde Haití hacia Margarita.

Los célebres amores de Bolívar y Pepita Machado seguramente pasaron por más de un retozar romántico en las cuerdas de una hamaca. Ella volvió a sus brazos, en 1818, desde su refugio antillano en Saint Thomas, y compartió a su lado en la hacienda “San Isidro”, cercana al Orinoco, hasta mucho después del Congreso de Angostura. Si no lo acompañó en el cruce de los páramos andinos hasta la campaña de Nueva Granada, fue porque la muerte la sorprendió, muy joven, en los llanos de Achaguas, en 1820. Bolívar siempre la recordó con mucho amor.



Fotos Luis Gerardo González Bruzual / Archivo EvarÍsto Marín