La poderosa empatía
Por Atenea Anca: Es ponerse un momento en el lugar de la otra persona y conectarse con lo que está sintiendo, sin juzgarlo y sin pretender solucionar nada en ese momento
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La falta de empatía ha sido, es y seguirá siendo de los temas más trabajados en la terapia de pareja. Lamentablemente, eso de ponernos en el lugar del otro y sentir lo que siente, para muchos es utópico, complicadísimo o innecesario. Para los que sí sienten la empatía con facilidad, el reclamo por su ausencia recíproca los hace sentirse frustrados. “¿Cómo puede no importarle lo que siento?”. Mientras que el no empático reclama que sí entiende lo que le pasa pero no ve necesario sufrir tanto. Entonces, ¿realmente entendió su dolor?

¿Quién tiene la razón? ¿Se puede realmente ser empático? ¿Existen diferentes tipos de empatía? ¿Se puede trabajar para serlo? ¿Hace daño ser empático? ¿Sirve para algo? Pretendo aclarar estas y otras inquietudes en las próximas líneas.

Iniciaré con lo más importante: comprender su concepto. Y para ello explicaré que existen dos tipos de empatía: la cognitiva y la emocional. Desde la empatía cognitiva podemos ponernos en el lugar de la otra persona para entender cómo percibe su realidad y entonces asegurar que “entiendo lo que piensas”, pero eso no hace que tenga ningún “clic” emocional con el otro.

La empatía emocional entonces significa algo más allá de los pensamientos, implica sentir lo que siente el otro, sin sufrirlo ni pretender entender cada detalle. Es ponerse un momento en el lugar de la otra persona y conectarse con lo que está sintiendo, sin juzgarlo y sin pretender solucionar nada en ese momento. Es decir, se acerca una persona con una enfermedad mortal y aunque no podré sentir lo que siente exactamente, podré esforzarme en conectar con sus miedos, rabia y tristeza. No dejo de ser yo, no me convierto en el otro ni siento sus vivencias, pero abandono mi postura y solo me conecto, escucho, observo y empatizo. Luego volveré a mi rol sin problema, pero antes “estuve en sus zapatos”.

No es lo mismo decir “sé que tienes miedo” a decir “logro sentir un poco de tu miedo, aquí estoy”. Ser empático hace daño si pasas de esa conexión de pocos minutos a vivir la vida del otro. Si no puedes retornar a tu puesto, entonces te quedarás sufriendo su sufrimiento y tratando de resolver lo que no está en tus manos. La empatía bien entrenada no genera dolor. Por eso los psicólogos podemos ser muy empáticos y no sufrir por cada desgracia escuchada. Ser empáticos nos permite realmente ayudar porque el otro se siente profundamente acompañado aunque no le soluciones su pesar en ese momento. Además, la persona empática aprende de otras realidades sin tener que vivirlas y suele estar mejor preparado para cuando las cosas dolorosas toquen su puerta.

La empatía genera mejores relaciones de pareja y de familia, facilita la comunicación y la conexión emocional, genera la sensación de apoyo y compromiso e incluso, en las relaciones de pareja, hace que esa conexión emocional pase a la corporal y se conecten pasionalmente. De hecho las mujeres suelen querer sentir la conexión emocional primero y luego la pasional.

Es importante aclarar que quien cuenta su malestar no necesariamente está esperando que se lo solucionen. Pero, lamentablemente, los cerebros de la mujer y el hombre no funcionan igual y los reclamos en esta área suelen ser constantes.

Por ejemplo, si pudiéramos escanear el cerebro de un hombre cuando su pareja mujer llora, veríamos cómo se le activa el Sistema Neuronal Especular para poder sentir el dolor emocional de su pareja (empatía emocional pura) pero justo después se activaría la Unión Temporo-parietal, que haría que analizara la situación, despegándose de su pareja emocionalmente y buscando una solución (empatía cognitiva). Y se queda su pareja necesitando un abrazo y recibiendo un bombardeo de soluciones que no quiere escuchar. El hombre interpretaría que ella “sufre sin necesidad” y ella diría que él “es un insensible”.

Conclusión: no juzguemos las dificultades del otro, más bien eduquemos a nuestras parejas para que sepan qué hacer con cada una de nuestras emociones. Por ejemplo: “Cuando tenga rabia, sólo apóyame y escúchame. Cuando tenga tristeza, déjame hablar sin juzgarme. Cuando tenga miedo, abrázame y dime que todo estará bien.” Como todo entrenamiento, requiere de paciencia y buen trato. 


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