Achica y rema con la fragancia de la flor de la canela
Por Evarísto Marín: En Lima, Juancho Carpio nunca dejó de llevar flores a la tumba de Chabuca Granda y en Buenos Aires hizo dúo con Luis Pastori para cantarle a Gardel en el Cementerio de La Chacarita
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“Airosa caminaba la Flor de la Canela”. El tiempo, el reloj de la vida, aprisionado en los recuerdos. Mi fraternal Juancho Carpio tratando de mantener erguido su porte ágil, hermosamente elegante y la artritis que lo obligaba a renquear para llegar al piano. “Me ayudo con el espíritu de Chabuca La Grande”.


El local de Juancho Carpio (con su guitarra) siempre recibió a quien quisiera corear viejas canciones

Dos veces se fue hasta Lima y en ambas oportunidades, su corazón, de por sí bastante inflado con esos ciento y tantos kilos a bordo, le puso ritmo de musicales emociones a sus ofrendas florales en la tumba de Chabuca Granda. Para Juancho ella fue su novia espiritual. En Puerto La Cruz era un ritual que las veladas de su tasca, “Achica y Rema”, comenzaran con los tonos de La Flor de La Canela. Una gran foto de la Chabuca estaba en la entrada dándonos la bienvenida.

Del puente a la alameda / menudo pie la lleva / por la vereda que se estremece / al ritmo de su cadera.

¡Qué entereza itinerante esa que por siempre se hizo presente en la vida musical de Juancho! De pronto, en una bohemia de milongas y acordeones con Luis Pastori, acordaron irse juntos a Buenos Aires. El tango es así. Pastori, poeta y financista, banquero de renombre y gran personaje de la intelectualidad venezolana, se desvivía por una serenata. Los dos le llevaron una al propio Carlitos Gardel, en el Cementerio de La Chacarita. Porque Juancho nunca viajó por el mundo sin su inseparable guitarra.

Y al rodar en tu empedrao / es un beso prolongao / que te da mi corazón

Juancho Carpio puso mucho empeño en sumergir a sus muchos amigos en la música inolvidable del ayer. “Recordar es vivir” fue el nombre de su famosa tasca de Los Caobos, en Caracas. Por allí desfilaron, entre canciones y poesías, Caupolicán Ovalles y su fraternal Elías Vallés. En esa barra ellos, y el poeta Francisco Salazar Martínez, estuvieron siempre entre los infaltables. “Tuvimos la dicha de ver cantando en persona al gran Daniel Santos –Yo no he visto a Linda– a René Cabel, a Héctor Cabrera, a Leo Marini y más de una vez al inigualable Alfredo Sadel”.

Un día vendió la tasca de Los Caobos y cambió los trasnochos musicales por trasnochos académicos. “Recordar es vivir” dejó de ser de su propiedad y el músico y serenatero, como cualquier muchacho, se metió en la Universidad Santa María a estudiar Derecho. Eso fue en 1975. “Doctor Juan Carpio Orta” se presentaba a veces como para no olvidar su muy preciado trofeo académico.


Ebert J. “El Cojo” Lira (der.) fue de los periodistas que se sumaban al bonche portocruzano 

“¿Otra vida? ¡Qué va, que va!” –dijo seis años después– “Lo mío es el piano, mi música”. Y se vino a Puerto La Cruz, tierra de sus ancestros orientales. En el bonche portocruzano de los 80 estábamos siempre los periodistas. Ebert J. Lira, uno de sus predilectos, le dio una vez hasta portada en su revista TV Confidencias.

Anclada cerca del oleaje del Paseo Colón, su tasca “Achica y Rema” era como una réplica de “El Bote”, de Perucho Aguirre, en el terminal de lanchas del Jet Caribe. Con la mudanza llegaron a Puerto La Cruz una vieja sinfonola, un banco del antiguo ferrocarril del centro (de la estación de Los Palos Grandes) y su piano. Robusto, con su corbata de lacito y su sombrero de pajilla de la década de los 20, encendía las luces de su tasca bar desde las seis de la tarde hasta la medianoche y a veces hasta el amanecer, según los ánimos de quienes recuestan en la barra sus ganas de cantar y de echar a volar sus historias de amor. Hasta colocó en el lugar una regadera, para los empeñados en decir que “solo cantan cuando se están bañando”.


Juancho Carpio estudió Derecho pero siempre volvió a su música

Juancho siempre se paseaba, musicalmente, por La Habana vieja. “Guantanamera, goajira guantanamera”, pero su afinque estaba en la música andina.

“Cuando pa’ Chile me voy / cruzando la cordillera”

Con discos de Sadel unas veces –de Héctor Cabrera, de Mario Suárez, otras–, al golpe de la música venezolana y de ese alegre retumbar de los estribillos cumaneses y de las parrandas margariteñas.

“Ayer te vi chacalera / paraíta en la salina / contemplando las bellezas / del lago de la Restinga”

Los Panchos, Lucho Gatica, Fernando Albuerne desfilaron por allí con todas las viejas voces del bolero. Musicalmente, en esa tasca, el olor de La Flor de la Canela era infaltable y en algunas ocasiones alzamos las copas por los enamorados con las canciones de Agustín Lara. 


El 7 de enero de 1950 Chabuca Granda compuso “La Flor de La Canela”, un vals peruano inspirado en la señora Victoria Angulo (1891-1981). La canción es una de las más representativas de ese país



Fotos Augusto Hernández /  Archivo EvarÍsto Marín