Un margariteño acaudalado y de muy buen humor
Por Evarísto Marín: Era Bartolo Rojas, quien contaba que la reforestación se la debían a Heraclio Narváez, a él y a la GN porque el gobernador reforestaba, él vendía el kerosén y los que cocinaban con
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"Fundé muchas compañías, participé en muchas campañas, entre ellas la de reforestación, pero lo que más recuerdo es haber promovido, con Fucho Tovar y otros grandes margariteños, la compra del primer ferry que navegó hacia nuestra isla, desde Cumaná, en 1959”, expresaba Bartolo Rojas al hacer mención de lo que el ferry y el Puerto Libre significaron para la prosperidad de Margarita.


Bartolo y Felipa protagonizaron una unión matrimonial de más de medio siglo

Distribuidor exclusivo de gasolina y otros combustibles de Esso. Fue propietario de agencias de vehículos de distintas marcas, tuvo barcos, edificios. En fin, muchos negocios. Nació muy pobre en El Tirano y murió –a los 92 años, en víspera de la Navidad de 2003– convertido en un margariteño acaudalado y célebre por su grato sentido del humor. Se cuenta que apenas sabía firmar cuando abrió su primera cuenta en la agencia del Banco Venezuela, en la calle Guevara de Porlamar. Allí depositó 43 mil bolívares –toda una fortuna en 1939– y cuando leyó en la libreta aquello de “debe haber”, se devolvió e increpó furioso a la cajera. “Esta libreta debe estar equivocada. Yo deposité 43 mil bolívares en este banco. En vez de “debe haber”, en esta libreta debería decir “Aquí hay”.

Se reía a carcajadas con las leyendas populares alrededor de su persona. “Eso no es verdad, pero pudiera haber sido verdad”, era su respuesta.

“La reforestación de la isla se la deben los margariteños a Heraclio Narváez, a la Guardia Nacional y a mí”, se vanagloriaba. Esta era su jovial referencia: “Heraclio, el gobernador, hizo de la reforestación una campaña permanente. Yo vendía el kerosén y los que se empeñaban en cocinar con leña, iban presos. De eso se encargaba la Guardia Nacional”.


En su época de joven se hizo esta fotografía en Puerto España, Trinidad (1955)

Su primer oficio, como navegante, fue el de cocinero. Parte de su juventud se le fue en el afán por negocios muy rudimentarios con productos agrícolas del Delta Amacuro y mercancía navegada desde Trinidad hacia Tucupita y Margarita.

“En eso perdí un barco y me quedé sin padre en la Guerra Mundial. Una embarcación de nuestra propiedad chocó contra una mina y estalló en llamas frente a la isla de Patos, en 1942”, me dijo, y recordó que el Dr Jóvito Villalba –líder político al cual estuvo entrañablemente ligado por una larga amistad– gestionó y obtuvo el pago del barco como parte de las “indemnizaciones de guerra que Alemania debió cancelar a Venezuela y a otros países”.

Ya para entonces, en Tucupita, había unido su vida a la que fue su fiel e inseparable compañera, Felipa Eleuteria Rodríguez. No tuvieron descendencia pero fueron muy generosos en la crianza de una legión de sobrinos.

Margariteño casi analfabeta pero muy hábil para los negocios, Bartolo Rojas tuvo participación empresarial en el transporte de agua para Margarita, en gabarras desde Cumaná, a partir de 1946.

Era hombre de pasar largas temporadas, de ocio y de negocios, en Nueva York, en Miami, en Europa. Cada vez que Bartolo viajaba en Margarita hacían chistes alrededor de su persona.


“Lo del Papa es un invento, pero hasta yo me he reído mucho con eso”

De su viaje por el Vaticano –estuvo en una audiencia con el Papa Pio XII– se dice primero, que El Vaticano le pareció de lo más deprimente: “No se consigue una rockola por ninguna parte”. Luego, el día de su celebrada audiencia, se resbaló hasta los pies del propio Papa, quien le dio las buenas tardes en italiano: “Bona cera, bona cera”, a lo cual Bartolo, alzándose y sacudiendo su paltó de lino blanco, ripostó en genial expresión: “Claro que la cera es muy buena, su Santidad, pero están echando demasiada”.

Constructor de las “torres gemelas de Porlamar” –así llamó siempre a los edificios de apartamentos, Bartolo y Felipa– se enfrentó al gobernador Ávila Vivas cuando este (en defensa del lecho de la laguna de El Morro) intentó paralizar el proyecto. El gobernador tenía muchas voces a su favor, pero Bartolo se fue directo hasta el presidente Carlos Andrés Pérez y logró reiniciar la obra, con ligeras modificaciones.

Enamorador empedernido, era habitual verlo en el hotel Bella Vista –en su mejor época– a la caza de alguna aventura. “Me estoy poniendo viejo”, confesó con mucha franqueza en 1989. “Después de estar enamorando a una mujer por casi un año, ella por fin me dijo que sí y quedamos de vernos ayer en el Concorde, a las seis de la tarde. ¿Sabes que me pasó? Se me olvidó”. Tenía para entonces casi ochenta años. Aún no estaba de moda el teléfono celular.



Fotos Augusto Hernández /  Archivo EvarÍsto Marín