Querencias margariteñas de Andrés Eloy Blanco
Por Evarísto Marín: Pedro José Mata recordaba que su madre conservaba como un tesoro las cartas enviadas por el poeta cuando la familia Blanco dejó Porlamar
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Soñar domingos de color de playa, en la semana de color de escuela. En nuestra Isla del Mar de los Caribes –calles de piñata, cartas de sol y luna de postdata– el niño cumanés se hizo poeta. En su elegía a la madre (Dolores Meaño), A un año de tu luz, escrito desde el exilio perezjimenista en México, en 1951, Andrés Eloy Blanco evoca los lejanos días de su infancia en Porlamar.

“Yo en tus rodillas, en la calle abrojos / en la acera los dos, y una saeta / mi primer verso fue para tus ojos.

Me alzaste en brazos; trémula y coqueta / fuiste y volviste de la risa al lloro / y empezaste a gritar: –¡Tengo un Poeta!

Tú quisiste decir: –Tengo un tesoro / tengo un ovillo de zorzal de plata / y una cocina de fogón de oro.”


Con Pedro Sotillo, Enrique Tejera, José Rafael Pocaterra y José Gil Fortoul, entre otros (Caracas, 1928) 

Su querencia por nuestra isla y su gente está en lo inolvidable de Andrés Eloy.

La orden de confinamiento expedida por Cipriano Castro castiga severamente la vinculación de su padre, Dr. Luis Felipe Blanco, con el general Nicolás Rolando, quien acaudilla, con Manuel Antonio Matos, la llamada Guerra Libertadora en Oriente, tras la invasión armada por Carúpano, en 1902.

Rolando iba a ser el padrino de Andrés Eloy. Su derrota y prisión en Ciudad Bolívar, en la batalla de El Zamuro, su último reducto revolucionario, trajo consigo una fuerte represión contra los partidarios de aquel célebre jefe político y militar, en 1903.
Forzada a salir de Cumaná, la familia Blanco es recibida con gran beneplácito en Margarita, donde el Dr. Luis Felipe Blanco ejerce con esmero y nobleza su profesión médica.


Andrés Eloy Blanco con su esposa y sus hijos, Andrés Eloy y Luis Felipe 

A partir de esa estancia de cinco años en Porlamar, los Blanco nunca más volverían a vivir en Cumaná, pero el gran triunfo literario de Andrés Eloy con Canto a España, en 1923, es toda una fiesta en la cual –con su joven presencia– la destacada pianista Carmen Mercedes Núñez Morales ofrece un concierto en la Plaza Miranda.

La notoriedad de AEB como poeta comienza desde 1911 cuando El Universal, publica sus primeros versos (gracias a la gestión de Rafael Ángel Arráiz). Para entonces la familia tenía tres años establecida en Caracas, tras la salida de Castro y su reemplazo en el poder por Juan Vicente Gómez, en 1908.


Muy delgado, Andrés Eloy es visto frente a la casa que habitó con su familia en Cuernavaca

Como siempre recordaba Andrés Eloy, en época de mucha escasez de efectivo y cuando una consulta médica costaba Bs 5, o algo más, a falta de dinero para pagar sus servicios facultativos, algunas familias margariteñas le ofrendaban gallinas y totumas con huevos criollos.

De La Asunción eran frecuentes las cestas con tunjas y panes dulces, los campesinos de la Sierra del Valle del Espíritu Santo llegaban al consultorio con pandelaños, mangos y nísperos y nunca faltaron los cántaros con leche de Agua de Vaca y Atamo, ni los piñonates, dulces de lechosa y deliciosos dátiles de San Juan. Las bendiciones y generosidad de los pobres siempre fueron abundantes en nuestra Isla.

Cartas que son un tesoro

El Dr. Pedro José Mata Estaba, eminente cardiólogo margariteño, recordaba que su madre, Licha Estaba, conservaba como un tesoro las cartas enviadas por Andrés Eloy cuando la familia Blanco dejó Porlamar, en 1908.

Una tarde con nubes de llanto acompañó el zarpe del barco que los llevó hasta La Guaira. “Licha sentía esas cartas como unas lindas cartas de amor”, me dijo alguna vez el Dr. Mata Estaba. Su hermana, Nelly, esposa del conocido boticario Juan Quilarque, no negó la existencia de esas cartas del poeta para su madre, pero reaccionó con disgusto ante las afirmaciones de un posible noviazgo. “Fue una amistad de niños, nada más”.

Eso fue lo que ella me dijo la primera vez que escribí sobre eso hace aproximadamente 30 años. La idea de que yo pudiera leer alguna vez esas cartas nunca fue posible. Deben estar a lo mejor, todavía, en algún baúl de esa familia, tan cercana a mi afecto y admiración personal.



Fotos Luis Gerardo González Bruzual / Fundación Fotografía Urbana / Archivo EvarÍsto Marín